Llego corriendo a la piscina a recoger al canijo. Sale a las siete y yo llego tres o cuatro minutos tarde. El enano me espera donde siempre, a los pies de la escalera que lleva a la piscina, en bañador, la toalla al hombro, gorro con las gafas de nadar encima, los brazos cruzados y el ceño fruncido:
-Llegas tarde.
-¡Ni cinco minutos!
-No me hables, me has hecho esperar.
Yo casi le pido perdón. No es la primera vez que me abronca delante de todo el mundo y por cualquier pijada; el día que me olvide de ir a recogerlo al cole porque se me ha ido el santo al cielo escribiendo en feisbuk chorradas como ésta no sé qué va a pasar... Pero entonces pienso que si yo hubiera abochornado a mi padre en público por una nadería del estilo, de la hostia que me habría dado hubiera vuelto a la piscina volando y encima habría hecho un par de largos más del susto.
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