domingo, 2 de septiembre de 2018

RETRATOS DEL PAÍSITO I



Sus amigos y viejos camaradas de cuando la clandestinidad y así, ya se lo temían. Fitipaldi, el alias con el que le conocían en la Organización y que luego ya se le quedó para los restos, antiguo polimili, antiguo euskadiko y una vez más miembro del sector crítico de su último partido desde que no pilló cacho con lo de Patxi López, había sido siempre el primero en cambiar de postura en casi todo y a toda pastilla, de ahí el sobrenombre. De hecho, Fitipaldi había evolucionado desde el nacionalismo sabiniano con kaiku y txistu de sus más tiernos años allá en el pueblo, al izquierdismo vía troskista, maoista, castrista, sandinista o autogestionaria de su juventud rebelde y revolucionaria para acabar instalándose en la socialdemocracia de inspiración escandinava y el nacionalismo estatuario y conciliador, años hermosos de ejercer de bisagra entre una y otra bandera y sobre todo de dar caña al Partido Guía de los papás y a la banda criminal y sus compinches adonde iban a parar irremediablemente los hermanos pequeños. Luego ya, con el barco haciendo agua por todas partes y los acreedores esperando en puerto, Fitipaldi se había pasado con los suyos a ese trasatlántico donde, para qué engañarnos, de no ser de los de arriba, a la mayoría los recibieron de morros. Pero como los hermanos pequeños, o el primo que se quedó en el pueblo, siguieron tocando mucho los cojones con su cánticos y banderas, como empezaron a caer compañeros bajo las balas de éstos y se vieron acorralados, cuando no relegados y hasta estigmatizados, en el que hasta entonces había sido su habitat natural, ellos también siguieron poniendo en tela de juicio, en solfa la mayoría de las veces, todo aquello en lo que habían creído en su juventud. De ese modo, acosados y despreciados en su entorno, decepcionados por no haber podido cambiar el mundo, fueron ellos los que cambiaron a toda velocidad, renegando de todo, de la patria chica, de la lengua y cultura de la que muchos habían sido sus principales valedores, incluso del sueño, ya no revolucionario, sino tan sólo reformista, de construir una sociedad mejor, más igualitaria, solidaria, integradora y todas esas cosas de las izquierdas. Algunos como Fitipaldi iban a tanta velocidad que llegó un día que éste incluso acabo defendiendo, ya no sólo el derecho de la Fundación Franco a existir, sino incluso a recibir subvenciones públicas. Quién lo habría dicho, sobre todo de Fiti, que en su momento casi se dio de hostias con los de la Cúpula porque no acababan de ver lo de volar el Pazo de Meiras estrellando un camión repleto de exlosivos. Fitipaldi se justifica ahora diciendo que es lo que toca si uno es de verdad una persona de mente abierta y liberal, que lo contrario sería seguirles el juego a los enemigos de España, a los de siempre, a los txapelgorris de la ETA y sus amigos de Podemos, y así en ese plan. En ese plan de ir colgando sambenitos al resto como en los viejos tiempos; sí, sí, cuando ese era un chivato españolista y el otro un burgués de mierda, todos tiroteables. Así, así, porque algunas costumbres... Los amigos de Fitipaldi, y antiguos camaradas de cuando con los polimilis y así, dudaban qué decirle cuando se presentara en el antiguo ezkertoki de Zarautz para lo de la cena anual de antiguos ya a secas. Porque claro que estaba bien evolucionar, ellos no habían hecho otra cosa a lo largo de toda su vida, no como esos otros de la Idea única, y de ahí cierto orgullo cuando miraban a su alrededor, cierta soberbia incluso en el trato con los demás; pero, lo de la Fundación..., mejor callar, sí, que ya tenían una edad. Además, decían, nos guste o no: "¡Fitipaldi somos todos!".

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