viernes, 17 de abril de 2020

LO DE LA CUARENTENA



-Mira a esa de enfrente, otra vez de punta en blanco solo para asomarse a la ventana a aplaudir.

-Ya te digo, se creerá que estamos de fiesta o qué sé yo.

-Anda, que para estiradas esa otra del tercero; ni un minuto en el balcón. Sale, da una palmada y para dentro, no se vaya a enfriar.

-¿Y te extraña? Si es la misma que cuando te ve en la frutería pone siempre cara de asco como si la molestaras con tu sola presencia.

-Al menos el marido mantiene las formas aplaudiendo hasta el final.

-Sí, pero mira cómo aplaude: pensará que está en un tablado flamenco.

-Calla, que para folclore el pesado de la gaita del octavo. ¿Que tiene que avisarnos de que es la hora de aplaudir con el Asturias Patria Querida todos los días?

-Pues yo casi lo prefiero que el "Resistiré" que pone la mema del quinto al terminar de aplaudir.

-¿Cuál, la que tiene colgado el trapo del estanco en la ventana?

-Esa misma.

-Esa a lo que se refiere es al confinamiento con su marido, pues no...

-¿Y qué me dices de la vieja con el perro, la mamarracha que tiene toda la terraza como si fuera una selva? ¿Te parece normal que le haga aplaudir cogiéndolo de las patas?

-Mejor sacar el perro que salir al balcón en bata y que se te vea todo el conejo como a la del...

-¿Pero qué estamos haciendo? ¿Por qué criticamos a los vecinos si estamos todos en el mismo barco? ¿Acaso no somos todos personas con nuestras grandes virtudes y nuestros pequeños defectos?

-Por eso, por eso mismo...

-No entiendo.

-Vas a entender tú, si eres medio boba...




¿Os acordáis del vídeo en el que un ertzaina golpeaba y tiraba al suelo a una mujer mayor que pedía que la llevaran a comisaría con su hijo enfermo en el barrio bilbaino de San Francisco? Bien, pues han buscado, multado y amenazado a los vecinos que lo grabaron. Ellos, la policía vasca, moderna y escrupulosamente democrática que, a diferencia de otras, no venía de la larga noche del franquismo y tenía a los bobbies ingleses como modelo. Y sí, me reafirmo, implacables con los más débiles, con los que no pueden costearse un abogado; esto en Getxo o en la Gran Vía inimaginable por mucho que digan lo contrario sus sindicatos corporativistas. Esta saña al amparo de la Ley Mordaza, rechazada en su momento por la mayoría del Parlamento Vasco, lo dice todo de una involución que parte de las denuncias por malos tratos a detenidos, pasa por la muerte de Cabacas y llega hasta este episodio. Una involución que mancha una hoja de buenos servicios y años de lucha contra el terrorismo y no pocas víctimas entre ellos. Cuando parece que ponen más empeño en defenderse de sus excesos o errores que en proteger su imagen de servicio a los ciudadanos, cuando parecen más interesados en defender su impunidad que los valores democráticos, o lo que es lo mismo, en reprimir a quienes los critican o evidencian con pruebas de su mal proceder, tenemos un grave problema, pero que muy grave, de hecho ya no podemos estar seguros, confiar en ellos, ya como solía ser la norma con otros. Espero y deseo que los partidos vascos de la oposición hagan su trabajo. No podemos/debemos tolerar una Eusko Gestapoa.



Pero qué mala es la gente. Vale que el señor de la foto tiene mucho morro por saltarse el confinamiento para hacer ejercicio mientras el resto permanecemos en casa obedientes y hasta concienciados con lo de no salir por ahí a contagiarnos o a contagiar al prójimo. Pero, ¿por qué tiene que ser este señor Mariano Rajoy y no alguien que se le parece si ya se decidió en su momento que las iniciales M. Rajoy que aparecían en los papeles de Bárcenas no tenían por qué ser las de Mariano Rajoy, sino que bien podían corresponder a las de cualquiera de los cientos, qué digo, miles de Manolos, Martines, Migueles, Marios, Milos, Mohamedes, Mamones Rajoy que hay repartidos a lo largo y ancho de la geografía española? Putos rojos de mierda, siempre haciendo daño.



VICISITUDES DE UN ULTRALIBERAL ANTES, DURANTE Y DESPUÉS DE LA PANDEMIA

Entonces, durante la pandemia, las cifras de muertos aumentaban día a día y la sanidad pública no daba abasto. Y aun y todo, si no llega a ser por la sanidad pública...

Por eso todo el mundo aplaudía a los profesionales de la sanidad pública. También los secundaban en sus denuncias de las carencias a las que se enfrentaban a diario en su lucha contra la enfermedad. Algunos incluso volvieron la vista hacia aquellos gobernantes que en su momento habían sometido a la sanidad pública a todo tipo de recortes y que también habían privatizado todo lo que habían podido.

Mientras tanto el ultraliberal, el mismo que siempre había proclamado que él consideraba la sanidad pública una imposición del estado sobre el individuo, que prefería pagársela de su propio bolsillo, y que se la descontaran de sus impuestos, que todo impuesto para sufragar lo público era un robo, se mantuvo en silencio durante todo ese tiempo.

Pasada la pandemia, y con el cómputo total de muertos pesando como una losa sobre la conciencia de toda la sociedad, el ultraliberal, cansado de estar callado, abrió la boca para decir que, después de todo, Keynes tampoco estaba tal mal, que por algo también era un liberal en espíritu, pero un pragmático en acción. Y sí, ahora tocaba que ser pragmático después de la tragedia.

Sin embargo, como la memoria de los hombres es muy corta y las convicciones de piedra y las conveniencias personales de cada cual muy fuertes, de hecho constituyen la piedra angular sobre la que cada cual construye su propia identidad, la personas volvieron a inundar las calles, reemprendieron sus trabajos, recuperaron parte de lo que habían perdido, incluso volvieron a disfrutar de la vida como antes de la pandemia, el ultraliberal, convencido de que también se habían olvidado de sus muertos, volvió a hablar de la tiranía del estado sobre el individuo y de su derecho inalienable a ser insolidario con el resto de sus conciudadanos. De hecho, volvió a hacerlo con la misma vehemencia de siempre, usando sus acreditadas dotes para oratoria y aprovechando la debilidad de juicio de muchos. Tanto que también volvió a convencer a una gran parte de sus conciudadanos para que hicieran suyas las convicciones de piedra y las conveniencias personales de los que no creen en lo común y prefieren que cada individuo se saque las castañas del fuego él solito. Eso y, por supuesto, hacer caja a cuenta de la credibilidad de ese prójimo que cree que él también puede ser un ultraliberal en tiempos de bonanza.

Y así vuelta a empezar.




En Francia es uno de sus principales activos, cuando no el más representativo en un mundo a merced de la apabullante influencia anglosajona en todas partes y a todas horas. En España, y en especial para los muy españoles y la rehostia de españoles, rojigualda hasta en la punta del nabo y así, apenas pasa por ser un asunto de titireteros subvencionados y subversivos. De ahí esa hostilidad instintiva de tantos y tantos españoles de bien, gente de orden y los dos dedos de frente como divisa, los que creen que el trabajo solo dignifica a los que lo padecen, que hoy en día, en vez de echar la mano a la pistola como entonces Millan Astray, se echan de cabeza al teclado para verter su odio en cascada en cuanto oyen la palabra cultura.
Y no hay escuela que lo remiende, da igual las veces que parafraseemos a Machado hablando de una España que "desprecia cuanto ignora". Ellos, la gran mayoría de los que pondrían a los artistas a cavar zanjas con un pico y una pala en la convicción de que solo así harían cosas de provecho, nunca abandonarán la caverna, no pueden, no encontrarían la salida ni guiados de la mano. Eterno país de cabreros que hace ya generaciones que dejaron el campo, ellos o sus mayores, y aun y todo, allí siguen siquiera de espíritu, regodeándose en su inmensa cortedad de miras, auto satisfechos de todas sus carencias. Y ahora, por si fuera poco, resulta que el ministro de Cultura también es el cabrero mayor del Reino; parece ser que él es más de deporte...

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