Otro artículo sobre Benet, ahora para la revista literaria Ariadna-RC: https://www.ariadna-rc.com/numero89/critica04.htm
Lectura intensa, agotadora, irritante y completamente descorazonadora de La Otra casa de Mazón. Enésimo intento de leer completo un libro de Juan Benet, algo que sólo he logrado con Volverás a Región y En la Penumbra, pero sólo a medias, o ni siquiera, con Herrumbrosas Lanzas, Nunca llegarás a nada, Una Meditación, Saul ante Samuel o Un viaje de de Invierno,. No debería fustigarme con semejante pestiño, retorcido y presuntuoso a más no poder de la escritura de Benet, cuando no una tomadura de pelo constante y concienzuda del escritor al que el lector le importaba una higa, de hecho lo maltrataba poniéndole cotas cada vez más altas que prometían mucho pero que una vez superadas tampoco eran para tanto, todo lo más un ejercicio de vanidad ilimitada, si éste no daba la talla por él se podía ir directamente a la mierda, que para comer ya tenía su sueldo de ingeniero de caminos. Sin embargo, vuelvo a caer una y otra vez entre las líneas infinitas y premeditamente alambicadas y vacuas de Benet por pura adicción a una escritura a la que si le quitas lo que tiene de soberbia infinita por parte de un autor para el que la distancia lo era todo, es sin lugar a dudas de lo mejor que se ha escrito en castellano durante el último siglo XX. El problema es que esa excelencia de su puntillosa escritura, ese lirismo infinitamente sublime, esa pulcritud lingüística que lleva al paroxismo y toda la épica latente que apenas se consigue atisbar a través de las brumas inútilmente conceptuales y descriptivas que lo envuelven todo, son apenas unos muy contados momentos excelsos a los que se llega tras una muy dura ascensión a la montaña, ríete de Juanito Oyarzabal y la Pasabán juntos.
De ese modo, en este último y de nuevo penoso reencuentro con Benet, una mezcla de narrativa y dramaturgia a cuenta de una apenas perceptible y, como de costumbre, extremadamente retorcida y deliberadamente hermenéutica historia familiar del gusto del autor, da la casualidad que lo que más me ha interesado ha sido el muy certero y sañudo epílogo que Darío Villanueva hace de la novelística de Juan Benet, con el que coincidido prácticamente hasta en la última coma. Así pues, Villanueva afirma que todo lo que diga respecto a la obra de Benet "será siempre una aproximación", que el eco de la misma en su época se debió probablemente a la pobreza del horizonte novelístico de entonces, por no hablar del muy difícil carácter del autor, proclive a todo tipo de escándalos con el stablisment de su época por la vía, generalmente, del desplante, el improperio desmedido y la soberbia a raudales, si bien, según cuentan sus allegados, tampoco le faltaban dosis ingentes de ironía y sarcasmo con la que siempre quitaba hierro a sus enormidades.
El caso es que, como suele suceder, la crítica a Benet ha oscilado entre la condena visceral al aplauso más adulador y el elogio del que parece querer apuntarse siempre en último momento y a toda prisa al éxito del mismo, no le vayan a tachar de no estar en el ajo, a la última, no ser moderno, supurar caspa por los cuatro costados, no merecerse el sueldo del periódico o la revista de turno. Como será la cosa que el crítico Santos Sanz Villanueva reconoce no sólo no tener muy claro que qué va la obra de Benet, sino tampoco ganas algunas de volver a ella, que la sola idea de una relectura, por mucho que le paguen, se le hace el trabajo más arduo que puede afrontar uno de su gremio.
Con todo, de lo que no hay duda es de que dejando a un lado la supuesta independencia creativa de Benet a la hora de pergeñar sus sagas épicas ambientadas en el territorio mítico de Región, éstas lo son casi siempre a rebufo o casi de la escritura de su idolatrado Faulkner y con el condado de Yoknapatawpha de éste como referencia inmediata, presente en toda su obra, pero a la que, quizás, no hace toda la justicia que se mereciera el norteamericano, pues si nos fijamos en exclusiva en los defectos de Benet, enseguida nos damos cuenta de que viene a ser el reverso de un Faulkner en gris, rebuscado o acaso demasiado envarado en comparación con éste, sin su pasión sureña y los defectos y vicios que lo hacían tan interesante, que tanto condicionaban su escritura y le hacen desprender ese inconfundible aroma a decadencia sureña tras mucho Bourbon y montar a caballo en evidente estado de embriaguez. Claro que todo esto además de ser una humilde opinión personal puede que también sea el resultado del prejuicio que uno se echa en la mochila una vez leído y oído hablar sobre el Benet hecho personaje, el del ceño permanentemente fruncido, el desdeñoso con todo aquel que no bebiera de la palma de su mano en lo literario y acaso también en lo personal, el que gustaba de dar la réplica a tanta crítica como si de verdad no fuera de este mundo y los demás no hubieran nacido para entenderle, todo ello a fuerza de no dejar indiferente a nadie sumando enemigos a porrillo. Ya digo que es un prejuicio, el que deriva de vérselas con páginas enteras de absurdos y sumamente pedantescos circunloquios o una hermenéutica más que irritante por innecesaria o por sospechosamente desafiante y hasta burlona para con el lector. Lo que ya no es tanto un prejuicio como una evidencia no sólo personal, es que de entre toda esa maraña de letras al servicio exclusivo del ego del autor, que no de las historias que cuenta, o al menos eso parece, y dejando a un lado la idea de territorio literario propio, mítico o no, con el que tanto me identifico y de ahí en parte también mi atracción por su obra, se encuentran también momentos de una belleza increíble, de una exactitud conceptual apabullante, incluso de una intensidad dramática pocas veces leída o vivida de cualquier otro modo, a destacar el relato de las batallas durante la guerra civil en Región en Saul ante Samuel o Herrumbrosas Lanzas, la intensidad descriptiva de algunas páginas de Volverás a Región, o la novela En la Penumbra en su conjunto, en mi opinión la más redonda de todas porque quizás fue también la que menos atendió Benet en su escritura, esto es, la que se escapó del pulso de su maniática escritura contra el mundo. el canon literario hispano o los catedráticos de turno, para concentrarse exclusivamente en la historia que tenía entre manos. Son los motivos por los que uno vuelve una y otra vez a tropezar con el Benet más pétreo como este de La otra casa de Mazón.
Txema Arinas
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