A mí el Evaristo me aburría, ni más ni menos que como cualquier otro tonto de pueblo, o de donde sea, que, por la cosa esa de que en esta sociedad esencialmente ágrafa, bienqueda y mitómana cualquier bocachanclas, y el de Agurain lo es de manual, pasa por ser el más listo de la manada en cuanto levanta un poco la voz para ir supuestamente a la contra soltando cuatro bobadas más o menos recurrentes. Un listo de esos que ya con veinte tacos daban grima porque en el fondo, y también en la superficie, los notas de entonces eran simples chulos de puta con cresta y poco más. Luego ya, después de ver el programa de marras de la ETB, me he dado cuenta de que el Evaristo además me deprime.
- Mi enfermedad es mi problema...
Lo oigo y al instante me imagino los aplausos desde sus casas de la plana mayor de las generaciones entre las que se encuentra la mía, miles de mentecatos que han convertido a este bocachanclas ignorante y payasete, simpático, txirene y así, el colega pasado de rosca que todos quieren en la cuadri para que anime el cotarro con sus ocurrencias, en un ídolo a seguir porque, entre que es de casa y una educación tirando a pedestre de la mayoría, esa de la que han surgido hornadas enteras de ciudadanos de chichinabo que cuando oyen la palabra Cultura se echan las manos a los huevos para que se los coman, tampoco tenían mucho donde elegir.
Evaristo me deprime, sí, porque me resulta muy cercano geográfica y generacionalmente y conozco el tirón que tiene su personaje de ácrata de pacotilla y agropunky que presume de decir las verdades del barquero con ese acento/gracejo que además es el nuestro, nos guste o no. Verdades no muy distintas, por cierto, de esas otras que enarbolan a ambos extremos del arco ideológico legiones de individuos que hacen bandera del individualismo feroz porque, en el fondo, si algo son de verdad eso es auténticos reaccionarios.
- No, imbécil, en una pandemia tu enfermedad no es tu puto problema, es el de todos.
Y sobre lo de los violentos que nunca lo fueron... Nada que añadir que no pueda hacerlo cualquier persona decente por sí misma. A decir verdad, para lo único que sirve un individuo como Evaristo con la frivolidad, insensibilidad e ignorancia con la que habla de "los violentos", es para darnos cuenta de hasta qué punto representa todavía hoy en día a una buena parte de la sociedad vasca, esa que durante décadas jaleó o justificó la violencia de ETA, ya fuera por connivencia con su proyecto totalitario o por simple resentimiento de clase contra todo aquello que consideraban lo establecido, y que sigue estando enferma y sin posibilidad alguna de recuperación por simple y pura burricie.
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