Hay que releer a los clásicos, claro que sí, sobre todo con el ánimo de cotejarlos con los contemporáneos. En el caso de la novela negra en castellano, y más en concreto española, no hay mejor ni más incuestionable clásico que la saga de las novelas de Pepe Carvalho escritas por Manuel Vázquez Montalbán. Una saga cuya trascendencia no estriba solo en el éxito comercial que con el tiempo rebasó los límites de lo exclusivamente editorial para saltar a la pequeña pantalla con igual resultado, un verdadero fenómeno mediático si tenemos en cuenta la exigua producción y todavía más escasa acogida que había tenido hasta entonces la novela negra escrita en castellano a diferencia de esa otra escrita originariamente en inglés, francés e incluso en italiano, sino también por lo que supuso de revelación de la novela negra como un género que rompía definitivamente con la idea de que las novelas de policías o detectives con crímenes de fondo eran, o debían ser, exclusivamente de rápido consumo, para entretener y poco más. Nada más lejos de la pretensión de Vázquez Montalbán a la hora de concebir su Pepe Carvalho, a decir verdad una especie de sosias, no tanto del propio autor como de la generación de antiguos combatientes antifranquistas que con la muerte del dictador, tras la llamada Transición y la llegada de la democracia bajo los auspicios de una segunda restauración borbónica tuvieron que reconvertirse o adaptarse lo mejor que pudieron a la nueva situación. De ese modo, la intención de Vázquez Montalbán a la hora de poner en escena a su Pepe Carvalho no fue otra que aprovechar el formato que le ofrecía el género negro como una mera coartada para escribir su propio retrato galdosiano de una época y unas gentes, la suya propia. No es extraño, pues, el interés que suscitó entre los coetáneos de Vázquez Montalbán la saga del detective gastrónomo y desencantado de todo que de tanto en tanto quemaba los libros de su biblioteca en lo que era a todas luces su particular ajuste de cuentas con su pasado. Empero, una de las claves del éxito de Pepe Carvalho no solo fue un acierto parir un personaje con el que muchos españoles de su generación enseguida se vieron identificados, en especial todos aquellos que habían militado a favor de la utopía en los años previos a la muerte del caudillo gallego y que tras la componenda entre los poderes fácticos de la dictadura con la mayoría de los principales líderes de la llamada oposición democrática dio lugar a la segunda restauración de la monarquía borbónica amparada por una constitución tan democrática como inmovilista, un verdadero dique de contención para cualquier aspiración de cambio o reforma todavía más democratizadora que pudiera darse en el futuro, sino también, o sobre todo, aquello que el propio Vázquez Montalbán comentó varias veces a lo largo de su vida sobre su propósito de hacer todo lo contrario que se esperaba de un escritor de novela negra, como, por ejemplo, evitar a toda costa ese cliché tan propio del género según el cual el inspector o detective tiene que ser poco más que un héroe que al final siempre se salía con la suya, o dicho de otra manera, una trama en las que al final siempre triunfaba el bien, es decir, el orden y la ley. Ahora bien, ese rechazo a los supuestos cánones del género era lo que Vázquez Montalbán denominó en una entrevista en enero de 1988 en la revista literaria Quimera“ burla del esquema genérico” y que, en mi modesta opinión, no se trataba tanto de su pretensión de ponerse por montera los supuestos cánones de la novela negra clásica americana que él decía admirar, la de Chandler, D. Hammett, C. Himes o R. Wright, como su empeño en sobrepasarla haciendo algo que la acercara más a la obra de su todavía más admirado Leonardo Sciascia, del cual afirmaba que hacía la mejor novela política aprovechándose del género negro, ni más ni menos que lo que se advierte a lo largo de toda la serie Carvalho. Tal es así que uno no puede evitar sospechar que el verdadero o más importante referente literario de Vázquez Montalbán no fue otro que el escritor siciliano, aquel que le indicó el camino para hacer una novela negra que no fuera un simple remedo de esas otras americanas sin otra ambición que entretener al público, una novela enraizada en un entorno europeo, todavía más mediterráneo, y, ya muy en especial, con un evidente trasfondo político en lo que se refiere a retratar el momento histórico en el que se ambientan las tramas (curioso también que no mucho tiempo después, otro siciliano, Andrea Camilleri, considerado en cierta medida el sucesor natural de Sciascia, si bien que a mucha distancia de este, iniciara su serie negra como el inspector Montalbano como protagonista y confeso homenaje a las novelas negras del autor catalán). Ambos, Sciascia y Vázquez Montalbán, escritores comprometidos políticamente con su tiempo y su entorno habían llegado a la misma conclusión:
“La novela negra posee condiciones técnicas para asumir y aprehender el realismo superiores a las que pudo tener en su momento el realismo socialista o el realismo crítico.” (Quimera, enero 1988)
Solo así se explica que escritores considerados a sí mismos como esencialmente literarios, se atrevieran, incluso procedería decir que se dignaran, a cultivar un género que por entonces seguía siendo considerado ni más ni menos que subliteratura, siquiera ya solo literatura no culta o de masas, algo de lo que Vázquez Montalbán era muy consciente y de ahí su deseo de mantener las distancias, puede que de justificarse, a toda costa:
“Yo jamás he considerado que escribiera subliteratura, de ser así nunca la hubiera escrito, y de hecho casi siempre, salvo cuando no he tenido más remedio, he editado mis novelas en colecciones no policiales; no porque considere que el género es menor, para mí Chester Himes es un novelista tan importante como Richard Wright o como cualquier novelista de la nueva negritud, y Dashiell Hammett es tan importante como Hemingway o Faulkner. Pero no he escrito jamás con la voluntad de hacer subgénero ni de hacer subliteratura.” (Quimera, enero 1988)
De cualquier forma, servidor rescata de las estanterías de su biblioteca Asesinato en el comité central (1981), publicada por primera vez en 1981, la novela de la saga Carvalho que más dificultades técnicas le supuso por lo supuso de procurar encajar la pesada carga ideológica de la historia con la trama estrictamente negra sin que rechinara ni lo uno ni lo otro, según declaraba el propio Vázquez Montalbán en la entrevista antes citada (por el contrario, de las que más satisfecho se sentía por considerarlas las más equilibradas de todas son Los pájaros de Bangkok (1983) y La rosa de Alejandría (1984), y no puede sino confirmar todo lo apuntado anteriormente. Para empezar, no puede ser más evidente eso que yo denomino el pujo galdosiano de querer aprehender un momento concreto de la Historia, en este caso tanto de la España como de la universal, a través de las peripecias de unos personajes. En este caso todo el trasfondo histórico, incluso ideológico, del crimen que le toca resolver a Carvalho en Asesinato en el comité central se sitúa en el cisma que sufre el comunismo europeo occidental con la aparición de lo que se denominaría eurocomunismo, o lo que es lo mismo, la puesta a punto de los partidos comunistas occidentales para adaptarse al juego parlamentario de las democracias de corte libera tras liberarse de la carga ideológica e incluso orgánica de la Unión Soviética y sus directrices. Una cisma que en todas partes supuso un verdadero cataclismo entre los viejos camaradas que habían estado al frente del partido en las duras y en las maduras, siendo quizás el caso español el más paradójico o conflictivo de todos por lo que tuvo de renunciar al capital simbólico acumulado por el Partido Comunista de España como principal fuerza opositora durante el franquismo. Un capital que apenas le supuso rédito alguno dados los parcos resultados electorales tras las primeras elecciones democráticas, todo un baño de realidad ante el que los militantes reaccionaron de maneras muy diversas, desde el empecinamiento en la defensa de las esencias a toda costa hasta el desencanto absoluto, siendo el propio Carvalho uno de los ejemplos más preclaros de aquellos que se decantaron por lo segundo. Tal es así que en Asesinato en el comité central Carvalho no es solo esa figura del detective al que se recurre para resolver un caso cuyas circunstancias e implicados suelen serle desconocidos hasta el preciso momento de aceptar el caso, sino que más bien es la excusa para el reencuentro del viejo combatiente antifranquista con carné del PCE en la clandestinidad con muchos de sus antiguos camaradas. Un reencuentro que le sirve al autor para ofrecernos una mirada, la cual una vez releído el libro vuelvo a tener las dudas de la primera lectura respecto a si dicha mirada es más nostálgica que crítica, y eso a pesar del continuo desapego que Carvalho muestra respecto a sus antiguos camaradas, con no pocas gotas de delicioso cinismo; pero, sin llegar a ser nunca verdaderamente cruel sino más bien todo lo contrario, yo me atrevería a afirmar que hasta tierno. Dicho lo cual nos encontraríamos con la segunda característica fundamental de la saga Carvalho, quizás la que más se distinguió en su momento de la mayoría de las novelas negras a las que el público estaba acostumbrado: su irreverente sentido del humor. A decir verdad, si no es por el humor en su vertiente más irónica e incluso surrealista, eso que M.V.M denominaba “burla del esquema genérico”, éste jamás habría escrito una sola novela negra al uso, es decir, una novela en la que la resolución del crimen fuera lo único que importara dentro de la trama. Ahora bien, tampoco estamos hablando de una parodia de la novela negra al estilo de lo que El Quijote representa para las novelas de caballería de su época. Ni mucho menos, Vázquez Montalbán siempre fue consciente de que esa siempre teórica parodia del género, la cual solo lo es en la medida en que el absurdo se impone a cierta lógica de los hechos, debía ser siempre contenida para no desfigurar el contenido esencialmente negro, es decir, la trama criminal. De hecho, es el propio Vázquez Montalbán quien avisa de los riesgos de pasarse de frenada con la susodicha burla del esquema genérico:
“Es más difícil hacer humor con el sexo que con la novela policíaca: con esta última se puede hacer humor, pero siempre relativamente, a no ser que la propia novela sea una parábola escrita en clave de humor. Yo lo he ensayado en una de ellas, en El balneario, que es de hecho una parábola. Chandler constantemente está haciendo humor, pero con una contención tremenda para que la novela no caiga en la incredibilidad.“(Quimera, enero 1988)
Con todo, en Asesinato en el comité central, así como en la práctica totalidad de la saga de Pepe Carvalho e incluso del resto de su novelística, hay ironía y guiños humorísticos a raudales, no en vano hablamos de una de las características más notorias del estilo del escritor barcelonés y probablemente también una de las principales razones de su éxito de público. Un humor que puede atisbarse en multitud de detalles en principio no tan evidentes como esas dos inclinaciones tan características de Carvalho como quemar libros y su obsesión, porque es imposible calificarlo de otra manera, gastronómica, dos referencias tan tópicas de una generación muy concreta de españoles, los cuales pasaron de la noche a la mañana de la austeridad comunista al hedonismo pequeñoburgués, y en las que, a poco que se sepa de la biografía de M.V.M, resulta evidente que éste se está parodiando a sí mismo y probablemente también a toda su tribu. Otra cosa es que en Asesinato en el comité central ese humor flirtee de continuo con el cinismo de un Carvalho cuando al investigar el asesinato del secretario general de Partido Comunista de España se reencuentra no solo con muchos de sus antiguos camaradas, cada cual con su propia evolución ideológica-sentimental o no a cuestas, así como esa joven militante en la que Carvalho cree reconocer el entusiasmo y no poca sana y hasta entrañable ingenuidad de sus años mozos, sino sobre todo con su pasado. Un pasado que no deja de ser, una vez más, el de casi toda una generación de idealistas que con el paso del tiempo acabaron como Pepe Carvalho, quemando los libros con los que machacaron sus cabezas a conciencia y sustituyendo el ardor revolucionario por la gula pura y dura en versión emuladores de Paul Bocuse de fin de semana.
En cualquier caso, una relectura increíblemente gozosa en el que servidor se reencuentra no solo con un episodio de la Historia de España y el mundo como fue la crisis de identidad de la ideología más importante, o al menos determinante, de la primera mitad del siglo XX, sino también con un modo de poner en escena dicho episodio desde la novela negra y con una eficacia extraordinaria, ni más ni menos que la habitual de un verdadero maestro de las letras que fue Manuel Vázquez Montalbán. De hecho, disfruto tanto con el modo como ese episodio histórico concreto se engarza en la trama criminal que Carvalho debe resolver, y muy en especial con el tono irónico, insisto que también cínico por momentos, que no puedo evitar preguntarme por los hipotéticos discípulos contemporáneos de este tipo de novela negra en la que el autor poco más se aprovecha el género para hablarnos de cosas de mucha más enjundia que la simple resolución de un crimen. Una pregunta que viene a ser la misma que la que le hace el entrevistador de la revista Quimera a M.V.M cuando le inquiere por el estado de la novela negra escrita en castellano y en España, y este le contesta que ve dos caminos diferentes, pero no por ello divergentes, el que representa Andreu Martín con su fidelidad a las reglas del género, es decir, una obra en la que la resolución del crimen condiciona el conjunto de la Historia sin apenas desviarse un milímetro de lo que tiene que ver con éste, y ese otro de Juan Madrid en donde sí hay lugar para una mirada más allá de lo exclusivamente criminal:
“Andreu Martín es muy fiel, en su obra se produce un efecto de mímesis bien resuelto; no quiero decir que sea un escritor mimético, sino que toma el género y lo respeta totalmente, incluso rechaza cualquier variedad que no se pueda denominar novela negra; en cambio en Juan Madrid se transparenta la novela negra, evidentemente, el cine negro, pero también está Baroja, la tradición de novela barojiana urbana, no solamente del ciclo de La lucha por Ia vida sino las novelas-crónicas cortas de los años treinta.” (Quimera, enero 1988).
Dicho lo cual, creo que determinar qué autores contemporáneos de novela negra pueden adscribirse a la lista de los que han tomado uno u otro camino es tarea del lector de estas líneas. Yo ni siquiera me voy a tomar la molestia de aventurar nombres, ya sea para no alargar en exceso este artículo, como en la convicción de que sería repetir por mi parte los mismos nombres de siempre que acostumbro a citar en mis artículos y reseñas, nombres que además no son ni de lejos todos los que son, sino tan solo aquellos que yo frecuento con cierta asiduidad y tanto por devoción como por mera curiosidad. Nombres en los que, en cualquier caso, me temo que no estarían la mayoría de los autores de trilogías de éxito, y aquí excuso decir el motivo, o más bien lo aplazo para otro artículo. Nombres entre los que, insisto, faltarían muchos de los autores que han irrumpido en el panorama de la novela negra española por la simple razón de que la oferta actual, siquiera en comparación con la que era en la época de Manuel Vázquez Montalbán, es hoy en día apabullante, puede que incluso desmedida, como si todo el mundo se hubiera puesto a escribir novela negra con la excusa de que es la única que vende como consecuencia de los sucesivos “booms” como el escandinavo y todos los que le han sucedido por emulación y, sobre todo, por obra y gracia de la mercadotecnia editorial.
Por mi parte, solo una declaración de intenciones. Confieso que, si bien considero tan digno e interesante el camino que según M.V.M apuntaba la novelística de Andreu Martín como insigne representante de cierto purismo o clasicismo dentro de la novela negras, eso sí, siempre adaptado a la idiosincrasia española, tal y como salta a la vista en sus novelas ambientadas en Barcelona, y también siendo consciente de que la mayoría de la novela negra española que sucedió a Montalbán hasta nuestros días tomó ese derrotero, como además era de esperar dado que, por lo general, quienes aseguran el éxito de un género suelen ser antes que nada los amantes de las esencias más puras de este, yo me decanto sin lugar a duda por el estilo más ecléctico e incluso políticamente comprometido de Juan Madrid. Dicho de otra manera, soy más de Sciascia que de Chandler. Es decir, más de Manuel Vázquez Montalbán que, me temo, cualquier otro escritor de novela negra español.
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