miércoles, 16 de diciembre de 2009
Cuento de Navidad
Ayer a la tarde, y como a diferencia del casco viejo de Vitoria con sus calles empinadas, sombrías y eternamente desangeladas entre semana, el de aquí, al menos en su mitad más llana, tiene vida durante todo el día, comercial y todo, mientras paseaba por lo antiguo bajo la luz de los adornos navideños, jingle bells, jingle bells, a la altura de la estilosa y decimonónica Plaza de Abastos, me encuentro con un señor en silla de ruedas y gafas oscuras a lo cacique de Castellón, quiero decir, a lo Fabra, de cara a una pared. Yo que miro y no veo a nadie, que me digo que lo habrán aparcado ahí mientras el que lo acompaña/cuida ha entrado a hacer un recado en las tiendas de al lado. Aunque claro, también cabía la posibilidad de que la sudamericana de turno, casi todas lo son, lo hubiera colocado ahí con la excusa de señor, voy a hacer un recadito y ahorita mismo vengo a por usted, para inmediatamente después irse a bailar salsa a alguno de los antros de los alrededores. O vete a saber, puestos a elucubrar sandeces también cabía la posibilidad de que el hombre se hubiera colocado él mismo delante de la pared mientras acertaba con la quiniela del domingo, claro que lo de las gafas puestas tendría que haber sido entonces para no distraerse con la dichosas lucecitas, cosas más raras se han visto. Ni qué decir que ni se me pasó por la cabeza preguntarle al abuelo si se encontraba bien o necesitaba que le diera un empujoncito. No porque no tengo como norma meterme en los asuntos ajenos a no ser que medie una llamada de socorro o un rostro desencajado echando baba. Como no era el caso simplemente pasé de largo, ya saldría su cuidador de la tienda o de la sala de fiestas, cuándo y cómo tampoco era asunto mío. Sin embargo, no sé yo, había como un poco o nada de dignidad en eso de poner al viejo lisiado y ciego de cara a la pared que queréis que os diga, la atención desde luego que me la llamó. Así que no me pude quitar su imagen durante todo el paseo, que me perdí por esa otra zona de lo viejo menos transitada, de calles desiertas y cuestas empinadas, de por aquí no pasa ni el sereno porque ya ni se acuerda ni hay portales que abrir. En fin, entre un pensamiento y otro me vi al otro lado de los restos de la muralla, intentado encontrar el acceso de nuevo a lo viejo a través de unas escalinatas que no había visto en mi vida, en un callejón al que decían Calle de la Regla, que no me pregunten si porque se les olvidó al urbanista de turno o porque es adonde van las… En fin, que como cuento de Navidad lo del viejo ciego en la silla de ruedas no estaba mal, pero lo de los callejones oscuros y apartados mucho mejor, ya sé adonde puedo ir a darme un garbeo cuando la semana que viene toda esta murga de la Navidad, familia mediante, se me haga insoportable y necesite refugiarme en algún sitio, como que no vi un puto adorno navideño de esos.
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