miércoles, 6 de enero de 2010

Por los valles occidentales




Por mucho que uno deseé reencontrarse con sus seres queridos, ponerse al día de sus cosas, disfrutar del calor del hogar y todo en ese plan tan de Navidad jubilosa, servidor a los dos días, y como mucho, ya está deseando abrir la puerta de la casa de mis padres para tomar aire. Así pues, qué decir despues de cuatro días encerrado en el chalete paterno, una vez superadadas las comilonas de nochevieja y año nuevo el sábado arrastré a mi pequeña familia fuera de Berrozti con la excusa de ese museo del agua que hace tiempo leí que habían abierto en Sobrón a orillas del Ebro. Debidamente informado del horario en la respectiva página web, por si las moscas, que uno ya tiene experiencia en estas cosas y sobre todo en sus desastrosas consecuencias para la estabilidad conyugal o similar, pusimos rumbo hacia los valles occidentales de la provincia. Un trayecto hasta el pueblo en cuestión que por lo que parece hizo las delicias de mi pareja, hasta el punto de volver a plantearme su deseo de volver a las excursiones de fin de semana por el interior de Asturies y alrededores, ya veremos, ya, que por mí de cine, pero luego... Tampoco era de extrañar el entusiasmo de mi señora, sus comentarios acerca de que esa zona de Álava era preciosa, que la mole calcarea de Badaya y el bosque a sus pies le recordaba los alredores de Urbasa y en ese plan, los pequeños pueblos diseminados sobre lomas entre campos de labranza y el bosque entre lo cantábrico y lo mediterraneo, haya y encina, los chopos al borde de la carretera. Eso y que si hay una época del año en la que el campo alavés refulge de verdad, al menos en mi modesta opinión y sobre todo en esas tierras de la comarca de Añaña, esa es el invierno, mucho más incluso que en otoño con su hojarasca y sus tonos parduzcos. En todo caso, y tal como apuntó T al recordarle la complejidad geográfica y hasta sociológica de una provincia tan pequeña como desconocida, tema recurrente donde los "haiga" en las conversaciones con la gente no ya de fuera sino incluso de la misma (es absolutamente increible la ignorancia supina que hay entre tantos y tantos alaveses y en especial vitorianos acerca de las cosas de su propio terruño siendo tan pequeño, tan abarcable, entendiendo éste como el conjunto y no sólo el pueblín de cada cual y alrededores, claro está), ese asombro ante la belleza invernal de los valles occidentales se debe en gran parte al llamado efecto "nacional 1", esto es, a la impresión que tiene la mayoría de los viajeros de paso por el territorio de que éste es poco más que lo que se ve a los dos lados de la carretera que va hacia Irún, un inmenso llano de trigales y patatales con montes al fondo, paisaje que según la época del año también tiene sus matices, sus tonalidades, pero que a pesar de su importancia, su centralidad, no hace justicia a una provincia en la que los valles, los cerros y collados, el monte y el bosque de todo tipo son la tónica general y no el llano, y si alguien tiene dudas que coja un mapa.

Sea como fuere, y lirismos aparte, el caso es que tras mucha curva, carretera en obras (esa es otra, de un tiempo a esta parte parece que las carreteras comarcales están siempre en obras) y paso a nivel en Pobes mediante, llegamos hasta Sobrón, donde, como no podía ser de otra manera, el museo en cuestión estaba chapado por todos sus lados, viva el funcionariado, viva la web de los cojones y sobre todo viva el sistema de señalacización de la Diputación por inexistente, que si no le preguntamos a una paisana en Espejo hacia dónde cae lo del museo, poco más que habríamos acabado en Orduña. Así pues, y como se dice en Asturies, "cagémonos en Dios y dímonos la vuelta", hasta Salinas para por lo menos estirar la pata un poco y ya de paso meterle una chapa de espanto al mayor con el tema de la sal, los romanos, el imperio contraataca y toda la hostia.

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