viernes, 15 de junio de 2012

PESADILLA




Hace días tuve una de esas pesadillas que te dejan el ánimo como si te hubieran agarrado de los huevos y hubieran tirado con todas sus fuerzas. Pues resulta que me encontraba, supongo, en el antiguo piso que mis padres tenían en Abendaño, sentado a la mesa de la cocina con mi madre, mi compañera del alma y nuestros retoños. Y de repente que aparece mi padre por la puerta  acompañado por una señora que casi se da contra el dintel de la puerta, una señora tremenda y más estirada que uno de los gigantes de fiestas. El caso es que la señora se sienta a la mesa, y cuál es nuestra sorpresa, nuestro espanto, que el rostro de la señora es idéntico al de mi abuela, la madre de mi padre fallecida el año pasado a los noventa y muchos. Nos quedamos petrificados. Sabíamos de lo mal que lo había pasado mi padre, tan extremo él en todas estas cosas de los sentimientos, que o parece más frío que un carámbano o le da por emular a una Magdalena, pero no nos podíamos creer el grado de enajenamiento que le podía haber llevado a traerse de la calle a una señora que se parece a su fallecida madre. Luego pasada ya la primera impresión, me fijo más detenidamente en la señora y me doy cuenta de que se trata de su tía de Bilbao, una mujer que sólo he visto una vez en mi vida, en el entierro de mi abuelo, y a la que recuerdo intentando consolar a mi padre y a sus hermanos con una de esas chorradas sin sentido que se deben decir los parientes que se ven de  Pascuas a Ramos, esto es, bodas, entierros y funerales, "¡ánimo que a los Arinas todavía nos queda mucha cuerda!." Algo que entonces no supe muy bien a qué coño venía, pero supongo que me debió impresionar mucho, si no es que me angustiara la idea de no haber podido aprehender el significado de aquella exhortación en toda su plenitud, pero el caso es que al cabo de unos años yo ya era padre de dos Arinas por si acaso, por si acaso a alguien le importaba el hecho, nimio de necesidad como suelen ser todas estas cosas, de que se extinguiera nuestro ridículo apellido dado que según el Instituto Nacional de Estadística apenas existen 48 Arinas en todo el Estado, todos parientes en mayor o menor grado y sin que ahora venga al caso lo bien o mal avenidos entre ellos, y de los cuales tienen el primer apellido 24 en Álava, 7 en Bizkaia, 7 en Madrid y 5 en La Rioja, así como el segundo 38 en Álava y 8 en Gipuzkoa y Madrid respectivamente, lo que se dice una estirpe la mar de fecunda, como que si lo es así lo será porque la madre Naturaleza en su infinita sabiduría habrá decidido que para lo que hay mejor que sean pocos y si se tienen que extinguir, pues bueno, tampoco es que... De cualquier modo, el caso es que la tía-abuela del sueño que aparecía en medio de la comida dominical de la mano de mi padre y cuyo rostro era idéntico al de mi fallecida tía, ni siquiera era hermana de ésta, sino de mi abuelo paterno, lo que para el caso patatas, porque según mi señora tanto mi abuelo como su mujer, mi abuela, apenas son distinguibles en las fotos. De hecho, según ella ni siquiera lo era mi padre de su madre, que dice que son iguales de narices en el sentido más literal y "afilado" del térnimo. Ahora bien, la cosa todavía resultaba más macabra porque en seguida recordé que la susodicha tía de Bilbao había fallecido apenas unos años después que su hermano, mi abuelo.

Con todo, el sueño o pesadilla seguía su curso, como que lo más inquietante del mismo era el hecho, inaudito, de que mi viejo se mostrara en todo momento eufórico, de una alegría desbordante que yo no le había conocido en décadas, puede que desde niño, no al menos con su familia. El hombre hablaba por los codos y hasta canturreaba el muy cabrón. Pero lo más alucinante de todo, lo que de verdad nos dejó helados a todos en la mesa, mucho más allá de la aparición de aquel gigante con la jeta de mi abuela, fue que de repente se puso a servirnos el arroz de la paella... ¡con las manos!, que empezó a echarnos puñados de arroz que cogía metiendo las manos en la paella al tiempo que cantaba: y a mí me gusta el pin piripipí, de la bota empinar parapapá..., y eso sin que servidor pueda afirmar a ciencia cierta cuál de las dos cosas mostraba más a las claras el grado de enajenación de este hombre.

Desde entonces estoy de los nervios, que no acierto a entender a qué venía esa pesadilla, qué oscuro significado o mensaje encierra, y lo peor es que mucho me temo que no hay siquiatra en este puto mundo que me pueda ayudar a desentrañar el misterio.

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