Hoy asoma el sol de entre las nubes, por fin, y mi señora ya ha decidido celebrarlo, tras un largo finde de negruras climatológicas, yendo a comer a casa de sus padres; ¡viva el buen tiempo! Que sí, hombre, que sí, mejor eso que pasártelo encerrado en casa como ayer, tras un el garbeo por el centro para lo de ver la exposición de Transcorrales dedicada a los maquis asturianos (tan interesante, emocionante como escasa de contenido, en mi humilde entender, apenas un bosquejo biográfico de muchos de sus protagonistas, del cual por cierto creo que Julio Llamazares sacó buena parte, si no toda, la documentación necesaria para su extraordinaria Luna de Lobos) y el pote en casa Amparo donde servidor sospecha que, como medida anticrisis, han bajado la marca de las copas que indica el tope para echar vino. En fin, ayer como si se hubiera acabado el verano por decreto, como otra medida de austeridad o algo así. De modo que ya sólo se podía darle vidilla al sabado en casa y entre los fogones. Me atreví con un plato puramente asturiano, con un pixín (rape, sapo) a la sidra. Y a eso me entregué tras llegar de la calle con la pasión del escalador de ochomiles, un nuevo reto que entre las patatas panaderas, el sofrito de ajos con pimentón dulce, el fumé de cabeza de pixín y langostinos, cebollita y ajo, chorrotada de aceite y laurel, todo ellos para mezclar luego con sidra con perejil previamente reducida y una atención al horno digna de un verdugo en mitad de una quema de brujas, consiguió llevar a buen puerto su nave con el pixín en su punto, la salsa deliciosa y las patates un poco duras porque no se puede meter prisa al cocinero con una excusa tan baladí como la de que van a dar las cinco y todavía no hemos comido.
En fin, he ahí mi homenaje para este Día de Asturias, imposible no acordarse de la efeméride cuando anoche en mitad de la película de rigor y con los críos en la cama las autoridad al mando decidió hacer recordar a la ciudadanía tan señalada fecha mediante una traca de cohetes que digo yo que, si en vez de estar en Oviedo hubiera estado en Damasco, ya sabríamos ya lo que estaba pasando con el apoyo incondicional de ese presidente para el que la ética democrática, esa que te conmina a que, si bien la ley no lo requiere, tú al menos accedes a ello por deferencia hacia tu ciudadanía, viene a ser aquello que se le pasa en cada momento por sus presidenciales cojones. Pues eso, envidia del Reino Unido.
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