LA NOVELA NEGRA EN LENGUA VASCA
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Siendo como es el euskera una lengua minoritaria, hablada por 714 000 personas según datos del 2011 (1.102 391 si contamos los bilingües pasivos, esto es, aquellas personas que sin hablarlo con fluidez tienen el conocimiento suficiente para entenderlo), considero que la principal característica de la literatura escrita en este idioma no es otra que el vigor de su producción editorial en comparación con otras lenguas minoritarias en condiciones similares como podrían ser el galés, el corso, el gaélico, el frisón, etc. Se escribe y se publica mucho porque existe, tanto un sistema educativo en euskera que garantiza la competencia de los lectores que dejan la escuela sabiendo leer y escribir en dicho idioma, como por la existencia de una tradición literaria que viene de antaño y que tras sufrir todo tipo de restricciones durante los tiempos más duros de la dictadura franquista adquirió una pujanza lo suficientemente grande, gracias en un principio a la militancia de los hablantes como a la definitiva estandarización de la lengua llevada a cabo en los años 60, como para garantizar no sólo su continuidad sino incluso para equipararla a cualquier otra de su entorno en cuanto a modernidad y aceptación. Con todo, las estimaciones más positivas en cuanto al número de lectores potenciales, de acuerdo con estudios específicos que cruzan datos sobre hábitos culturales y estudios de edición, oscilan entre los 20.000 y 40.000. De ese modo también, otra de las características tradicionales, cuando no obsesiones, del mundo editorial en euskera ha sido hasta no hace mucho tiempo hacer más hincapié en la calidad antes que en la cantidad, esto es, en dar prioridad a las obras con ambición literaria frente a aquellas otras consideradas de simple consumo. El propio Ramón Saizarbitoria, sin lugar a dudas el escritor en euskera más reputado de cuantos hay vivos, ha afirmado en numerosas ocasiones que la única manera que tiene la literatura en lengua vasca para trascender más allá de sus fronteras, incluso de decir algo fuera de éstas, es producir obras de evidente y hondo aliento literario. Sin embargo, a las editoriales en euskera no les salen las cuentas sólo con obras de “evidente y hondo aliento literario”, de modo que hace ya mucho que empezaron a editar literatura de consumo, ya sea de género o traducciones de éxitos literarios escritos en “erdara” (cualquier otra lengua que no sea el euskera). Ello ha sido posible gracias a las generaciones más jóvenes educadas en euskera, las cuales, y a diferencia de aquellas que nacieron durante la dictadura y que por lo tanto empezaron a leer en euskera más tarde una vez hecho el esfuerzo de alfabetizarse por su cuenta en dicha lengua, están habituadas a leer todo tipo de libros desde pequeños.
Así pues, se podría decir que al tratarse de un sector editorial más o menos normalizado, también se repiten en cierta medida los mismos fenómenos que en el resto de las literaturas de su entorno, con la única diferencia de la escala y ciertas características propias de la idiosincrasia vasca. El ejemplo más palmario de ello es la novela negra escrita en euskara, la cual, y al igual de lo que sucede en otras escritas en sus lenguas vecinas, castellano y francés, ha sido tradicionalmente desdeñada como mera literatura de consumo. Literatura de género, sí, de consumo como equivalente de mera evasión, en mi opinión ya no tanto, según qué autor u obra. No obstante, y puede que precisamente por ser considerada de consumo, esto es, más accesible y amena que la de “hondo aliento literario”, también la literatura que más vende. Ahora, sé que muchos me rebatirían esta afirmación aduciendo que la novela negra en euskera nunca despuntó por las particulares características de la sociología vasca de las últimas décadas, entre las que destacarían la militancia de los lectores y por lo tanto su pujo por consumir una literatura de calidad a la altura de las del resto de Europa cuanto menos, y ya más en concreto por el rechazo casi que instintivo de buena parte de los lectores euskaldunes a un género en el que la figura del policía tiene un protagonismo tan destacado. Sin embargo, ni siquiera necesito recurrir a los éxitos de ventas (insisto que siempre dentro de los márgenes propios en los que nos movemos), cuando no al número de reediciones en exclusiva, de las obras de escritores contemporáneos de novela negra en lengua vasca como Alberto Ladrón Arana (Pamplona, 1967), Jon Arretxe (Basauri, Bizkaia, 1963) o Iñaki Irasizabal (Durango, Bizkaia, 1969) y de los que ya hablaremos más tarde, sin lugar a dudas los más vendidos en euskera por mucho que le pueda doler a Saizarbitoria y compañía semejante prueba de la desafección de los lectores euskaldunes a la literatura supuestamente con mayúsculas. No porque recuerdo el predicamento que tenían las novelas negras escritas por Gotzon Garate (Elgoibar, Gipuzkoa, 1934) y Xabier Gereño (Bilbao, 1924) entre los jóvenes, y cuyo éxito residía no sólo en la atracción del género en sí, sino también por lo accesible de su lectura en comparación con esa otra Literatura en supuesta mayúscula, la cual durante los primeros años posteriores a la unificación de la lengua en los años 60 podía decirse que también se caracterizaba por el experimentalismo lingüístico, es decir, por el uso de un euskera que parecía oscilar entre el apego a la fuente dialectal del habla del autor de turno y el cultismo más exacerbado que bebía de las fuentes de la literatura clásica en euskera y en especial de la escrita por la llamada Escuela de Sara (siglo XVII). De ese modo, se podría decir que las novelas negras, y por lo general cortas, de Garate o Gereño arrasaban entre los siempre contados lectores en euskera, muchos de ellos estudiantes de la lengua, al igual que lo hacían en castellano y en su respectivo género las de Corín Tellado o las que escribía Gonzalez Ledesma con seudónimo. Y sí, al igual que éstas, tampoco las de Garate o Gereño eran especialmente notables en cuanto a su calidad literaria, simple y honrado entretenimiento y con presupuestos muy clásicos, convencionales, propios del género.
Por otro lado, hay que reseñar la existencia de una novela negra anterior incluso a la unificación de la lengua y además escrita durante el franquismo con todas las limitaciones que eso significa en cuanto a publicación y distribución. De ese modo, podemos decir que la primera novela escrita en euskera no es otra que Amabost egun Urgainen (15 días en Urgain) escrita por José Antonio Loidi Bizkarrondo en 1955. También hay que recordar la novela negra Dirua Galgarri (El dinero es la perdición) del navarro Mariano Izeta editada en 1962.
Con todo, la novela negra asemejaba una rareza dentro de la producción editorial en lengua vasca, pues o pasaba completamente inadvertida o no merecía la consideración ni de la crítica, ni de la prensa. Así pues, hay que esperar hasta la aparición de 100 Street-eko Geltokia (La estación de 100 Street) de Iñaki Zabaleta Urkiola (Leitza, Navarra, 1952) para encontrar un verdadero fenómeno editorial a nuestra pequeña escala. Se trata de una novela que narra las peripecias de un joven navarro huido a New York por motivos políticos, cómo no, que se ve envuelto en una trama de tráfico de droga en el Harlem. La novela, publicada en 1986, fue un verdadero éxito de ventas para lo que suele ser la media, 50.000 ejemplares, y también de reediciones, la última en 2003. Si reparamos en la contraportada de la primera edición del libro nos encontramos con una descripción del libro como de lectura fácil y agradable, es decir, de puro entretenimiento. Pues parece que esa fue precisamente la clave del éxito de 100 Street-eko Geltokia, su accesibilidad al lector medio vascoparlante en contraste con la literatura de alto vuelos, y puede que también el hecho que se desarrollara fuera del País Vasco-Navarro, esto es, lejos de los escenarios habituales del resto de la literatura vasca con el llamado conflicto vasco casi siempre de telón de fondo.
Reconozco que sería muy osado por mi parte afirmar que el éxito de la novela de Zabaleta animó a no pocos escritores euskaldunes a aventurarse con un género que hasta entonces no había recibido mayor atención por parte de los auto-titulados como escritores serios, literarios, y sí más de un desprecio. Pero el caso es que varios de esos escritores serios, esencialmente literarios, empezaron a experimentar con un género que les ofrecía la posibilidad de tratar, siquiera ya sólo de refilón, ciertos aspectos de la realidad vasca, y qué decir que por extensión también del conflicto de marras en especial. Me refiero a autores de la talla de Anjel Lertxundi (Orio, Gipuzkoa, 1948), Itxaro Borda (Bayona, Francia, 1959), Jon Alonso (Pamplona, 1958) o Aingeru Epaltza(Pamplona, 1959). De entre estos hay que destacar a Itxaro Borda con su atípica inspectora Amaia Ezpeldoi, sentimental, patriota, lesbiana y de gustos sencillos (sueña con trabajar de barrendera limpiando las calles de Baiona), con títulos como Bakean Utzi Arte, 1994 (Hasta que nos dejen en paz), Jalgi hadi plazara 2006 (Sal a la plaza!) o Bizi nizano munduan, 1996 (Mientras viva en el mundo) o Boga Boga, 2012. Borda aborda la realidad que describe a través de su personaje fetiche con la ironía y distancia propia del que se sabe al margen, el rarito a los ojos de los demás, el heterodoxo no sólo por principio sino incluso por accidente. No obstante, si hay que destacar algo de estas novelas eso es el humor, cuando no el puro y duro sarcasmo con ánimo de reírse de uno mismo, siquiera de purgar ciertas culpas colectivas, hay que destacar a Jon Alonso, el cual utiliza la novela negra como mera excusa para caricaturizar prototipos y actitudes de un país en permanente querella consigo mismo: Katebegi Galdua, 1995 (La cadena perdida), Zintzoen saldoan 2012 (En el grupo de los honrados) Hiri hondakin solidoak, 2015 (Residuos urbanos sólidos).
Como ya he señalado, la mayoría de los autores antes citados incursionan en la novela negra tras haber destacado en otros géneros y por lo general en la llamada novela seria o esencialmente literaria. Así pues, hay que esperar hasta la aparición de escritores como Jon Arretxe, Alberto Ladrón Arana o Iñaki Irasizabal para hablar de escritores especializados en la novela negra. El caso de Jon Arretxe es bastante paradigmático, pues no sólo se ha convertido en uno de los escritores de novela negra en euskera que más vende hasta el punto de poder dedicarse a la escritura profesionalmente, sino que además edita casi simultáneamente en castellano y con bastante aceptación sus novelas de la saga del peculiar detective Touré, un nativo de Burkina-Faso emigrado al castizo y multicultural barrio bilbaíno de San Francisco donde en un principio trabajaba de nigromante. Su saga de Touré tiene títulos como 612 euros, 2013, Sombras de la Nada, 2014 o Juegos de Cloaca, 2015, etc. Otro de los escritores especializados en la novela negra es el pamplonés Alberto Ladrón Arana, al cual hay que reconocerle lo elaborado, cuando no intrincado, de sus tramas, las cuales buscan siempre sorprender al lector hasta el último momento. Son novelas sin apenas conexión unas con otras, con tramas siempre relacionadas con el presente o la historia reciente del llamado Viejo Reyno y que casi siempre tratan temas de candente actualidad, historias en las que los protagonistas lejos de ser inspectores o detectives, suelen ser personas corrientes enfrentadas a situaciones extraordinarias: Xake Mate, 2002 (Jaque Mate),Itzalaren Baitan, 2001 (En el interior de la Sombra), Arotzaren Eskuak, 2006 (Las manos del carpintero), Ahaztuen Mendekua, 2009 (La venganza de los olvidados), Zer barkaturik ez, 2011 (Nada que perdonar), Piztiaren begiak, 2012, (Los ojos de la bestia), etc. Por el contrario, la novela negra de Iñaki Irasizabal destaca por utilizar el crimen como mera excusa para una disección de la sociedad contemporánea en la que vivimos, lo cual acostumbra a hacerlo sin circunscribirse en exclusiva a la vasca. Más bien todo lo contrario, los temas y tipos que Irasizabal retrata suelen ser universales: Mendaroko Txokolatea, 2005 (El chocolate de Mendaro), Gu bezalako heroiak, 2009 (Héroes como nosotros), Igelak benetan hiltzen dira, 2011 (Las ranas mueren de verdad), Bizkartzainaren lehentasunak, 2013 (Las prioridades del guardaespaldas), Odolaren deia, 2014 (La llamada de la sangre), etc.
Como podemos observar por la cronología, el éxito de estos tres últimos autores, porque de tal tenemos que tachar su volumen de ventas para lo suele ser el promedio de ventas en euskera, coincide con el llamado “boom” de la novela negra a escala mundial. No es extraño por lo tanto que la mayoría de las editoriales en lengua vasca hayan dejado atrás sus recelos de antaño hacia el género, esos que les hacían considerar la presencia de una novela negra en sus exquisitamente literarios catálogos casi como un desdoro, con el fin de lanzarse a publicar obras con las que acaso cosechar los mismos éxitos de ventas obtenidos por los escritores anteriormente citados. Así pues, hay que señalar como novedades de estos últimos años autores y obras como Prime-Time, 2014 del vasco-americano Jonh Andueza, Argazki kamara, 2015 (La cámara fotográfica) de Ana Urkiza (Ondarroa, Bizkaia, 1996), Barre algarak infernutik, 2009 (Carcajadas desde el Infierno) de M.A. Mintegi Larraza (Ataun, Gipuzkoa, 1949), Herensuge gorriaren urtea, 2013 (El año del dragón rojo) del jovencísimo Eneko Aizpurua (Lazkao, Gipuzkoa, 1976),Zangotraba, 2014 (La zancadilla) de Juan Kruz Igerabide (Aduna, Gipuzkoa, 1956), Argiaren Erreinua, 2011 (El reino de la luz, aunque publicado en castellano como Las Siete Esferas) del vitoriano Joseba Lozano.
Observamos, por lo tanto, que la novela negra en lengua vasca no sólo tiene un buen número de seguidores, que éstos incluso son responsables de que se repita el éxito de ventas que el género experimenta desde hace tiempo en otras literaturas, señal inequívoca de que el sector editorial vasco puede homologarse a cualquier otro de los países de su entorno e independientemente de su tamaño, sino que además se puede distinguir dentro del género por una característica muy curiosa, idiosincrásica que diríamos, y que no es otra que el rechazo a hacer protagonistas de las novelas a policías de cualquier tipo o a personas relacionadas con la Justicia, de no ser, claro está, como meros instrumentos para criticar precisamente la actividad de los cuerpos policiales. Nos encontramos ante una peculiaridad directamente relacionada con esa sociología resultante de años de violencia terrorista y la consecuente reacción policial, durante mucho tiempo bajo sospecha por lo sistemático de la tortura y más de un funesto episodio. O lo que es lo mismo, años de desencuentros con los cuerpos de seguridad de todo tipo y también cierto apego romántico, cuando no ideologizado, de la idea de la insurgencia frente al poder establecido, una sociología que si bien está muy presente en una parte muy destacada del conjunto de los ciudadanos vasco-navarros, por lo que respecta a la comunidad vascoparlante se puede decir que casi, pero sólo casi, es mayoritaria. Es por ello que casi todos los protagonistas o héroes de las novelas negras tienden a ser personas anónimas, detectives más o menos atrabiliarios, o profesionales de la prensa, abogacía, forenses, etc., esto es, personajes que no se pueden identificar directamente con una autoridad siempre cuestionada.
Por lo demás, y ya para acabar, recordar que todo lo referido hasta aquí hace mención en exclusiva a la novela negra escrita en lengua vasca. Lo advierto para que nadie se confunda con la novela negra vasca tal cual, dado que ésta también tiene su versión en castellano con autores de la talla de Javier Abasolo, Dolores Redondo, Willy Uribe, etc. Pero eso, claro está, ya es otra historia.
Siendo como es el euskera una lengua minoritaria, hablada por 714 000 personas según datos del 2011 (1.102 391 si contamos los bilingües pasivos, esto es, aquellas personas que sin hablarlo con fluidez tienen el conocimiento suficiente para entenderlo), considero que la principal característica de la literatura escrita en este idioma no es otra que el vigor de su producción editorial en comparación con otras lenguas minoritarias en condiciones similares como podrían ser el galés, el corso, el gaélico, el frisón, etc. Se escribe y se publica mucho porque existe, tanto un sistema educativo en euskera que garantiza la competencia de los lectores que dejan la escuela sabiendo leer y escribir en dicho idioma, como por la existencia de una tradición literaria que viene de antaño y que tras sufrir todo tipo de restricciones durante los tiempos más duros de la dictadura franquista adquirió una pujanza lo suficientemente grande, gracias en un principio a la militancia de los hablantes como a la definitiva estandarización de la lengua llevada a cabo en los años 60, como para garantizar no sólo su continuidad sino incluso para equipararla a cualquier otra de su entorno en cuanto a modernidad y aceptación. Con todo, las estimaciones más positivas en cuanto al número de lectores potenciales, de acuerdo con estudios específicos que cruzan datos sobre hábitos culturales y estudios de edición, oscilan entre los 20.000 y 40.000. De ese modo también, otra de las características tradicionales, cuando no obsesiones, del mundo editorial en euskera ha sido hasta no hace mucho tiempo hacer más hincapié en la calidad antes que en la cantidad, esto es, en dar prioridad a las obras con ambición literaria frente a aquellas otras consideradas de simple consumo. El propio Ramón Saizarbitoria, sin lugar a dudas el escritor en euskera más reputado de cuantos hay vivos, ha afirmado en numerosas ocasiones que la única manera que tiene la literatura en lengua vasca para trascender más allá de sus fronteras, incluso de decir algo fuera de éstas, es producir obras de evidente y hondo aliento literario. Sin embargo, a las editoriales en euskera no les salen las cuentas sólo con obras de “evidente y hondo aliento literario”, de modo que hace ya mucho que empezaron a editar literatura de consumo, ya sea de género o traducciones de éxitos literarios escritos en “erdara” (cualquier otra lengua que no sea el euskera). Ello ha sido posible gracias a las generaciones más jóvenes educadas en euskera, las cuales, y a diferencia de aquellas que nacieron durante la dictadura y que por lo tanto empezaron a leer en euskera más tarde una vez hecho el esfuerzo de alfabetizarse por su cuenta en dicha lengua, están habituadas a leer todo tipo de libros desde pequeños.
Así pues, se podría decir que al tratarse de un sector editorial más o menos normalizado, también se repiten en cierta medida los mismos fenómenos que en el resto de las literaturas de su entorno, con la única diferencia de la escala y ciertas características propias de la idiosincrasia vasca. El ejemplo más palmario de ello es la novela negra escrita en euskara, la cual, y al igual de lo que sucede en otras escritas en sus lenguas vecinas, castellano y francés, ha sido tradicionalmente desdeñada como mera literatura de consumo. Literatura de género, sí, de consumo como equivalente de mera evasión, en mi opinión ya no tanto, según qué autor u obra. No obstante, y puede que precisamente por ser considerada de consumo, esto es, más accesible y amena que la de “hondo aliento literario”, también la literatura que más vende. Ahora, sé que muchos me rebatirían esta afirmación aduciendo que la novela negra en euskera nunca despuntó por las particulares características de la sociología vasca de las últimas décadas, entre las que destacarían la militancia de los lectores y por lo tanto su pujo por consumir una literatura de calidad a la altura de las del resto de Europa cuanto menos, y ya más en concreto por el rechazo casi que instintivo de buena parte de los lectores euskaldunes a un género en el que la figura del policía tiene un protagonismo tan destacado. Sin embargo, ni siquiera necesito recurrir a los éxitos de ventas (insisto que siempre dentro de los márgenes propios en los que nos movemos), cuando no al número de reediciones en exclusiva, de las obras de escritores contemporáneos de novela negra en lengua vasca como Alberto Ladrón Arana (Pamplona, 1967), Jon Arretxe (Basauri, Bizkaia, 1963) o Iñaki Irasizabal (Durango, Bizkaia, 1969) y de los que ya hablaremos más tarde, sin lugar a dudas los más vendidos en euskera por mucho que le pueda doler a Saizarbitoria y compañía semejante prueba de la desafección de los lectores euskaldunes a la literatura supuestamente con mayúsculas. No porque recuerdo el predicamento que tenían las novelas negras escritas por Gotzon Garate (Elgoibar, Gipuzkoa, 1934) y Xabier Gereño (Bilbao, 1924) entre los jóvenes, y cuyo éxito residía no sólo en la atracción del género en sí, sino también por lo accesible de su lectura en comparación con esa otra Literatura en supuesta mayúscula, la cual durante los primeros años posteriores a la unificación de la lengua en los años 60 podía decirse que también se caracterizaba por el experimentalismo lingüístico, es decir, por el uso de un euskera que parecía oscilar entre el apego a la fuente dialectal del habla del autor de turno y el cultismo más exacerbado que bebía de las fuentes de la literatura clásica en euskera y en especial de la escrita por la llamada Escuela de Sara (siglo XVII). De ese modo, se podría decir que las novelas negras, y por lo general cortas, de Garate o Gereño arrasaban entre los siempre contados lectores en euskera, muchos de ellos estudiantes de la lengua, al igual que lo hacían en castellano y en su respectivo género las de Corín Tellado o las que escribía Gonzalez Ledesma con seudónimo. Y sí, al igual que éstas, tampoco las de Garate o Gereño eran especialmente notables en cuanto a su calidad literaria, simple y honrado entretenimiento y con presupuestos muy clásicos, convencionales, propios del género.
Por otro lado, hay que reseñar la existencia de una novela negra anterior incluso a la unificación de la lengua y además escrita durante el franquismo con todas las limitaciones que eso significa en cuanto a publicación y distribución. De ese modo, podemos decir que la primera novela escrita en euskera no es otra que Amabost egun Urgainen (15 días en Urgain) escrita por José Antonio Loidi Bizkarrondo en 1955. También hay que recordar la novela negra Dirua Galgarri (El dinero es la perdición) del navarro Mariano Izeta editada en 1962.
Con todo, la novela negra asemejaba una rareza dentro de la producción editorial en lengua vasca, pues o pasaba completamente inadvertida o no merecía la consideración ni de la crítica, ni de la prensa. Así pues, hay que esperar hasta la aparición de 100 Street-eko Geltokia (La estación de 100 Street) de Iñaki Zabaleta Urkiola (Leitza, Navarra, 1952) para encontrar un verdadero fenómeno editorial a nuestra pequeña escala. Se trata de una novela que narra las peripecias de un joven navarro huido a New York por motivos políticos, cómo no, que se ve envuelto en una trama de tráfico de droga en el Harlem. La novela, publicada en 1986, fue un verdadero éxito de ventas para lo que suele ser la media, 50.000 ejemplares, y también de reediciones, la última en 2003. Si reparamos en la contraportada de la primera edición del libro nos encontramos con una descripción del libro como de lectura fácil y agradable, es decir, de puro entretenimiento. Pues parece que esa fue precisamente la clave del éxito de 100 Street-eko Geltokia, su accesibilidad al lector medio vascoparlante en contraste con la literatura de alto vuelos, y puede que también el hecho que se desarrollara fuera del País Vasco-Navarro, esto es, lejos de los escenarios habituales del resto de la literatura vasca con el llamado conflicto vasco casi siempre de telón de fondo.
Reconozco que sería muy osado por mi parte afirmar que el éxito de la novela de Zabaleta animó a no pocos escritores euskaldunes a aventurarse con un género que hasta entonces no había recibido mayor atención por parte de los auto-titulados como escritores serios, literarios, y sí más de un desprecio. Pero el caso es que varios de esos escritores serios, esencialmente literarios, empezaron a experimentar con un género que les ofrecía la posibilidad de tratar, siquiera ya sólo de refilón, ciertos aspectos de la realidad vasca, y qué decir que por extensión también del conflicto de marras en especial. Me refiero a autores de la talla de Anjel Lertxundi (Orio, Gipuzkoa, 1948), Itxaro Borda (Bayona, Francia, 1959), Jon Alonso (Pamplona, 1958) o Aingeru Epaltza(Pamplona, 1959). De entre estos hay que destacar a Itxaro Borda con su atípica inspectora Amaia Ezpeldoi, sentimental, patriota, lesbiana y de gustos sencillos (sueña con trabajar de barrendera limpiando las calles de Baiona), con títulos como Bakean Utzi Arte, 1994 (Hasta que nos dejen en paz), Jalgi hadi plazara 2006 (Sal a la plaza!) o Bizi nizano munduan, 1996 (Mientras viva en el mundo) o Boga Boga, 2012. Borda aborda la realidad que describe a través de su personaje fetiche con la ironía y distancia propia del que se sabe al margen, el rarito a los ojos de los demás, el heterodoxo no sólo por principio sino incluso por accidente. No obstante, si hay que destacar algo de estas novelas eso es el humor, cuando no el puro y duro sarcasmo con ánimo de reírse de uno mismo, siquiera de purgar ciertas culpas colectivas, hay que destacar a Jon Alonso, el cual utiliza la novela negra como mera excusa para caricaturizar prototipos y actitudes de un país en permanente querella consigo mismo: Katebegi Galdua, 1995 (La cadena perdida), Zintzoen saldoan 2012 (En el grupo de los honrados) Hiri hondakin solidoak, 2015 (Residuos urbanos sólidos).
Como ya he señalado, la mayoría de los autores antes citados incursionan en la novela negra tras haber destacado en otros géneros y por lo general en la llamada novela seria o esencialmente literaria. Así pues, hay que esperar hasta la aparición de escritores como Jon Arretxe, Alberto Ladrón Arana o Iñaki Irasizabal para hablar de escritores especializados en la novela negra. El caso de Jon Arretxe es bastante paradigmático, pues no sólo se ha convertido en uno de los escritores de novela negra en euskera que más vende hasta el punto de poder dedicarse a la escritura profesionalmente, sino que además edita casi simultáneamente en castellano y con bastante aceptación sus novelas de la saga del peculiar detective Touré, un nativo de Burkina-Faso emigrado al castizo y multicultural barrio bilbaíno de San Francisco donde en un principio trabajaba de nigromante. Su saga de Touré tiene títulos como 612 euros, 2013, Sombras de la Nada, 2014 o Juegos de Cloaca, 2015, etc. Otro de los escritores especializados en la novela negra es el pamplonés Alberto Ladrón Arana, al cual hay que reconocerle lo elaborado, cuando no intrincado, de sus tramas, las cuales buscan siempre sorprender al lector hasta el último momento. Son novelas sin apenas conexión unas con otras, con tramas siempre relacionadas con el presente o la historia reciente del llamado Viejo Reyno y que casi siempre tratan temas de candente actualidad, historias en las que los protagonistas lejos de ser inspectores o detectives, suelen ser personas corrientes enfrentadas a situaciones extraordinarias: Xake Mate, 2002 (Jaque Mate),Itzalaren Baitan, 2001 (En el interior de la Sombra), Arotzaren Eskuak, 2006 (Las manos del carpintero), Ahaztuen Mendekua, 2009 (La venganza de los olvidados), Zer barkaturik ez, 2011 (Nada que perdonar), Piztiaren begiak, 2012, (Los ojos de la bestia), etc. Por el contrario, la novela negra de Iñaki Irasizabal destaca por utilizar el crimen como mera excusa para una disección de la sociedad contemporánea en la que vivimos, lo cual acostumbra a hacerlo sin circunscribirse en exclusiva a la vasca. Más bien todo lo contrario, los temas y tipos que Irasizabal retrata suelen ser universales: Mendaroko Txokolatea, 2005 (El chocolate de Mendaro), Gu bezalako heroiak, 2009 (Héroes como nosotros), Igelak benetan hiltzen dira, 2011 (Las ranas mueren de verdad), Bizkartzainaren lehentasunak, 2013 (Las prioridades del guardaespaldas), Odolaren deia, 2014 (La llamada de la sangre), etc.
Como podemos observar por la cronología, el éxito de estos tres últimos autores, porque de tal tenemos que tachar su volumen de ventas para lo suele ser el promedio de ventas en euskera, coincide con el llamado “boom” de la novela negra a escala mundial. No es extraño por lo tanto que la mayoría de las editoriales en lengua vasca hayan dejado atrás sus recelos de antaño hacia el género, esos que les hacían considerar la presencia de una novela negra en sus exquisitamente literarios catálogos casi como un desdoro, con el fin de lanzarse a publicar obras con las que acaso cosechar los mismos éxitos de ventas obtenidos por los escritores anteriormente citados. Así pues, hay que señalar como novedades de estos últimos años autores y obras como Prime-Time, 2014 del vasco-americano Jonh Andueza, Argazki kamara, 2015 (La cámara fotográfica) de Ana Urkiza (Ondarroa, Bizkaia, 1996), Barre algarak infernutik, 2009 (Carcajadas desde el Infierno) de M.A. Mintegi Larraza (Ataun, Gipuzkoa, 1949), Herensuge gorriaren urtea, 2013 (El año del dragón rojo) del jovencísimo Eneko Aizpurua (Lazkao, Gipuzkoa, 1976),Zangotraba, 2014 (La zancadilla) de Juan Kruz Igerabide (Aduna, Gipuzkoa, 1956), Argiaren Erreinua, 2011 (El reino de la luz, aunque publicado en castellano como Las Siete Esferas) del vitoriano Joseba Lozano.
Observamos, por lo tanto, que la novela negra en lengua vasca no sólo tiene un buen número de seguidores, que éstos incluso son responsables de que se repita el éxito de ventas que el género experimenta desde hace tiempo en otras literaturas, señal inequívoca de que el sector editorial vasco puede homologarse a cualquier otro de los países de su entorno e independientemente de su tamaño, sino que además se puede distinguir dentro del género por una característica muy curiosa, idiosincrásica que diríamos, y que no es otra que el rechazo a hacer protagonistas de las novelas a policías de cualquier tipo o a personas relacionadas con la Justicia, de no ser, claro está, como meros instrumentos para criticar precisamente la actividad de los cuerpos policiales. Nos encontramos ante una peculiaridad directamente relacionada con esa sociología resultante de años de violencia terrorista y la consecuente reacción policial, durante mucho tiempo bajo sospecha por lo sistemático de la tortura y más de un funesto episodio. O lo que es lo mismo, años de desencuentros con los cuerpos de seguridad de todo tipo y también cierto apego romántico, cuando no ideologizado, de la idea de la insurgencia frente al poder establecido, una sociología que si bien está muy presente en una parte muy destacada del conjunto de los ciudadanos vasco-navarros, por lo que respecta a la comunidad vascoparlante se puede decir que casi, pero sólo casi, es mayoritaria. Es por ello que casi todos los protagonistas o héroes de las novelas negras tienden a ser personas anónimas, detectives más o menos atrabiliarios, o profesionales de la prensa, abogacía, forenses, etc., esto es, personajes que no se pueden identificar directamente con una autoridad siempre cuestionada.
Por lo demás, y ya para acabar, recordar que todo lo referido hasta aquí hace mención en exclusiva a la novela negra escrita en lengua vasca. Lo advierto para que nadie se confunda con la novela negra vasca tal cual, dado que ésta también tiene su versión en castellano con autores de la talla de Javier Abasolo, Dolores Redondo, Willy Uribe, etc. Pero eso, claro está, ya es otra historia.
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