miércoles, 18 de mayo de 2016

LOS DUEÑOS DE LOS PERROS



Los dueños de los perros son como los padres con hijos pequeños: básicamente un puto coñazo. Lo sé porque yo he sido ambas cosas. En casa de mis padres siempre tuvimos perro, a veces más de uno. Yo los quería y sufrí cuando murieron porque soy un puto borde pero no un monstruo. Con los niños reconozco mi cuota de coñazo, esto es, que doy muchas veces la chapa a cuenta de ellos y como prueba las fotos que subo de vez en cuando a este medio. Es lo que tiene el cariño, que pierdes la noción de la proporcionalidad. Ahora, me aburre inconmesurablemente que me den la chapa otros a costa de sus hijos o de sus perros. Qué le voy a hacer, nunca he dicho que sea una persona ecuánime, receptiva, empática, ni nada por el estilo. Yo no es que tenga defectos, es que me sobran por todas partes. Y aun así creo que voy dando el pego mejor o peor en las relaciones con mis semejantes. La educación es lo que tiene, es la diplomacia del día a día. Así procuro enseñárselo a mis hijos: "el mundo está lleno de gilipollas, pero hay que hacer como que no nos damos cuenta, empezando por uno mismo." Claro que para semejante ejercicio de adaptación al medio se requiere como mínimo una condición indispensable: salud. Porque si te levantas a las siete de la mañana, aunque estés de fiesta porque es Martes de Campo en tu ciudad de residencia, con una jaqueca de mil pares de cojones por la cosa de la tensión, o yo qué hostias sé que ya he tomado de todo, a ver si va a ser un tumor y acabamos con esto de una puta vez, y encima tienes que bajar a la perra de tu madre -paso del chiste fácil- para que haga sus necesidades, lo que menos te apetece es sociabilizar con la peña antes de desayunar. Y el caso es que el barrio está lleno de gente con perros. Son una verdadera plaga. Y no hablo del parque, donde siempre hay una jauría de dueños de perros que en cuanto te ven hacen todo tipo de señas y aspavientos para que te unas a ellos, y tú, claro, huyendo como de la peste; vamos, unas ganas locas ponerme a hablar de las caquitas de Lagun, Beltza o Cuqui (por cierto, si tanto.interés tiene la gente en saber el nombre de los perros ajenos, ¿por qué se lo ponen con letras destacadas en el collar o con grapa en el culo?). No, además de eso el trayecto desde la casa de mi tía en Abendaño al parque de San Martín se convierte en un verdadero via crucis; todo el rato parando detrás del culo de un chucho y de propina un rosario de lugares comunes con su correspondiente dueño. Y claro, llegados a este punto, solo falta la pija tonta de turno que te llama guarro en el parque y desde lejos porque cree haber visto a tu chucho cagar y a ti que no recoges la caquita con la bolsita de marras, y que es, vaya por Dios, justo lo que acababas de hacer apenas unos minutos antes, con una ilusión además... Así que podías haberle corregido amablemente a la señorita explicándole que no es popó sino pipí; pero, vaya por Dios, parece ser que el paracetamol que has tomado antes de salir de casa todavía no ha hecho su efecto, con lo que omito la aireada y sumamente grosera respuesta que ha recibido la muy gilipollas que no sabe cerciorarse de lo que habla antes de abrir la boca. Supongo que habrá corrido hacia su destino convencida de que para la próxima vez más le vale no increpar gratuitamente a una mala bestia como un servidor. De hecho, y esto ya en plan consejo gratuito, paternal incluso, con que lo hiciera a niños o ancianos ya se ahorraría más de un disgusto. Y bueno, último día que bajo a la perra de mi madre para que miccione o defeque en el parque, ya en cuanto se levante y vista el resto de la familia partimos hacia Oviedo. Hoy es el Día del Bollu Preñau, costumbre consistente en tirarse por los parques de la ciudad para comer un bollo con chorizo y beber sidra "a esgaya", que dicen allí. Ya hay que ser muy amante de los usos y costumbres de tu pueblo, o simplemente un inconsciente, para tumbarse sobre la hierba visto y olido lo que deján por ahí legiones de amiguitos con cuatro patas...

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