Tengo para mí que discutir a estas alturas si ETA debió de existir o no no juego mucho sentido, o al menos que tiene el mismo que hacerlo acerca de las Guerras Carlistas, la de Bandos o la Batalla de Roncesvalles. Ya es Historia y determinar si fue un error o no su existencia se me antoja hasta cierto punto de una gran frivolidad porque el contexto en el que surgió y las motivaciones de los que militaron en ella durante las primeras décadas era muy distinto de todo lo que vino después, estaba condicionado por una dictadura y la inercia de una época en el que, no podemos olvidarlo, echarse al monte, literalmente o no, a pegar tiros contra el opresor, supuesto o no, formaba parte de toda una mitología que tenía como referencias Irlanda, Cuba, Argelia, etc.
No obstante, ETA no debió durar más allá de 1982, ya en democracia y con un estatuto de autonomía para el País Vasco en pañales. Pero no fue así, sólo una facción de ETA, los miembros de la VII Asamblea de ETA-pm decidieron abandonar las armas y reintegrarse a la vida civil tras aceptar la amnistía concedida por el gobierno español a todos los presos etarras aunque tuvieran delitos de sangre. El resto de los llamados polimilis se pasó a la otra facción, ETA militar, mucho más nacionalista, o independentista, y sobre todo letal, configurando lo que sería ya en adelante ETA a secas.
Opino, y en esto sé que no estoy solo, que la permanencia en el tiempo hasta nuestros días de esa ETA final fue la consecuencia de la lectura completamente sesgada y sectaria de la realidad que hicieron sus miembros y los dirigentes de la izquierda abertzale durante las décadas de los 80 y 90. Continuaron con la llamada lucha armada porque creían que iban ganando. Sí, porque si echamos una vista al pasado, hacia aquellas décadas ominosas, ETA llegó a tener un número indeterminado de comandos activos, los cuales hacían posible que hubiera atentados casi todos los días y sobre todo que muchos de ellos tuvieran una capacidad desestabilizadora como en el caso de los mandos militares o políticos asesinados. Eso y que en aquella época ETA creía recibir el apoyo mayoritario de la sociedad vasca, sobre todo en aquellos territorios que incluso podrían considerarse de "liberados" porque tanto la organización como la izquierda abertzale y sus derivados controlaban prácticamente todo.
De ese convencimiento de ir ganando su partida, junto con el de ser dueños del supuesto apoyo popular de una mayoría del pueblo vasco -considerado éste, casi que en exclusiva, la comunidad nacionalista-, como que era opinión generalizada entre ellos que incluso los nacionalistas del PNV y EA compartían sus objetivos pero no sus métodos por comodidad o cobardía, vamos, que no tenían los arrestos que tenían ellos para llevar su lucha por la independencia de EH hasta sus últimas consecuencias, nace la inmensa e insoportable soberbia con la que se han conducido durante décadas pública y privadamente. Para qué iban a negociar nada o a escuchar a nadie si creían que iban ganando. Sólo ya a partir de los noventa y entrando en nuestra década se empezó a resquebrajar paulatinamente ese convencimiento ante la evidencia de que la victoria militar era imposible y la respuesta de los cuerpos de seguridad del estado cada vez más contundente. Sin embargo, y a pesar de todo, la mayoría siguió comportándose durante mucho tiempo con esa repulsiva autosuficiencia con la que la gente de la izquierda abertzale trataba al resto de sus conciudadanos convencidos de que estos eran un obstaculo para alcanzar sus objetivos, unos por enemigos declarados, otros por pusilánimes y una minoría por traidores porque habiendo salido de su seno hacía ya mucho tiempo que no dudaban en levantar la voz para denunciar la sinrazón totalitaria de una simple banda de criminales. Era la insoportable arrogancia con la que la gente de ese mundo aceptaba el asesinato del prójimo o te insultaba y hasta amenazaba cuando, ingenuo de ti, intentabas entablar una discusión medianamente racional con algunos de ellos, con algún que otro futuro miembro de la banda e incluso del que sospechabas que era ya un miembro legal, gente que conocías de toda la vida, gente que te chuleaba a la menor de cambio porque vamos a tener que curarte la "sordera" a hostias y otras lindezas o anécdotas que no vienen al caso, gente que zanjaba conversaciones, cuando no verdaderas enganchadas, prometiéndote dos tiros en la nuca y demás prosopopeya al uso entre los suyos.
Ahora la banda criminal hace años que no mata y anda de comedias para representar una entrega de armas, esto es, los prolegómenos de una rendición definitiva, que sólo parece interesar a ellos y a su mundo, puede que también a mucha gente de buena fe que con tal de verlos desaparecer de una vez para siempre está dispuesta a bailarles el agua por enésima vez; para entendernos, Azkarraga y otros. Como sólo parece interesarles a ellos, y a Azkarraga y compañía, claro, una manifestación como la de esta tarde en Bilbao para reivindicar los derechos de los presos, sus presos, no sólo provoca indiferencia en el resto sino también enfado. Porque sí, yo también creo que deberían acercar los presos a su casa como es de derecho, incluso estoy dispuesto a aceptar que, por mucho que les duela a las víctimas, que lo sé y es del todo lógico, la mayoría de ellos debería ir saliendo a la calle con cuentagotas, acogiéndose como pide Otegi y compañía a las medidas de revisión de condena o a saber cómo, siquiera ya sólo a modo de medida excepcional, de esas que toman los estados al margen de lo habitual en virtud del calado histórico o político que tienen tales medidas para, con el tiempo, puede que con mucho tiempo y caso por caso, intentar pasar la hoja de uno de los capítulos más tristes de la Historia de nuestro país y poner las bases para que nadie tenga la tentación de volver a las andadas.
Con todo, resulta sumamente curioso, a la par que ingenuo y puede que hasta ofensivo, que tanto los convocantes de la manifestación como los que la apoyan, no sean conscientes del rechazo que provocan en el resto de la sociedad vasca aquellos que reivindican unos derechos, por muy de iure que sean incluso, cuando gran parte de ellos no sólo no han expresado arrepentimiento alguno por todo el dolor provocado, sino que incluso los hay que se enorgullecen públicamente de su militancia y de todo lo hecho, que no es poco y nada bueno, nada. ¿Qué simpatía, empatía incluso, puedes esperar de esa parte, y esa de verdad que mayoritaria, a la que amedrentaste y atacaste durante décadas si dices que aquello estuvo bien? Parecería que algunos no tienen muy claro que, ya no sólo para que te quieran, sino incluso para que el otro se digne a girar la cabeza y te preste atención, a ti que decidías sobre la vida y la muerte del prójimo, o a tus parientes y amigos que parecen dolerse solamente de las circunstancias de los suyos, esto es sólo porque son de su familia, cuadrilla, pueblo o bando ideológico, y no muestran compasión alguna hacia las víctimas causadas por éstos. Eso hay que hacerlo con humildad, no puedes esperar que te perdonen si previamente tú no has pedido perdón, si no demuestras arrepentimiento, las únicas formas que conozco de reconciliarse con aquel al que has hecho daño. Pues eso, la soberbia, la inmensa soberbia de creerse dueño de una razón única e irrenunciable, siquiera ya sólo de un relato autojustificador hecho a la medida.
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