viernes, 20 de enero de 2017

EL BOSQUE DE LAS ARPÍAS




Nunca entenderé esa animadversión instintiva que experimentan tantas féminas hacia otras que apenas conocen o que no conocen de nada.

Hoy en la cola del super, detrás de una clienta, una rubia treintañera de evidente buen ver que además gustaba evidenciar con unos vaqueros ajustados y una chamarra de cuero que la entallaba su cuerpo de gimnasio y privaciones alimenticias a la perfección. La cajera que la ve cuando le llega su turno y que no puede reprimir un gesto de desdén. Por si fuera poco, a la rubia, la cual lejos de respetar el silencio con el que los clientes parecen pasar por la caja como terneras esperando su turno en el matadero, le da por comentar la gélida mañana a la que se ha tenido que enfrentarse desde que ha salido de casa, parece ser que sólo ella, con un acento que servidor denomina "asturpijo", esto es, el pijo de todas las partes, y que todo el mundo sabe que es el único acento del castellano que no corresponde a un lugar concreto, ni siquiera a una clase social concreta, sino más bien a una actitud, una forma de estar en el mundo tengas mucha pasta de verdad o no, con mucho diminutivo acabo en "in" y salpicado con algún que otro asturianismo del tipo "guaja" o "me presta". Cualquiera diría que a la cajera le va a salir humo por las orejas de un momento a otro. Porque es que ni la mira, todo lo más le dice el montante de la cuenta para luego tirársela casi que a la cara. Al despedirse la rubia, que por supuesto no parece haber acusado la hostilidad de la cajera para nada, se diría que está acostumbrada a que la plebe proletaria la trate de un modo tan desabrido por pura envidia hacia ella, tan divina de la muerte "o sea", ni un mísero adiós o hasta luego, tampoco un piadoso "¡ten cuidado con el escalón de la salida, zorra!"

El caso es que llega mi turno y me temo lo peor. Supongo que la cajera no habrá desayunado, o si no la hecho que le ha sentado mal, eso o..., lo que sea, el caso es que debe tener un mal día y le ha dado por pagarlo con los clientes. Pues oye, es soltarle un "¡hola, buenos días!" y dedicarme la más amplia de sus sonrisas, eso y una amabilidad que por un momento he pensado que hasta me iba a pagar ella la compra. Y claro, uno ya sabe de lo irresistible que puede resultar para el género femenino, incluso con ojeras de no haber pegado ojo y barba de más de una semana, siquiera ya sólo en sueños, claro...; pero, anda que no contrasta poco ni nada el trato que he recibido, digamos que el habitual por estos pagos por parte de la mayoría de las cajeras, con el que le ha dispensado a la rubia divina de la muerte "o sea", algo así como que odio eterno y a saber por qué motivo.

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