domingo, 26 de marzo de 2017

LA OBRA Y LOS TARADOS



Teníamos un colega, o conocido, o..., no sé, uno de la cuadrilla de otro colega del insti y así. Un tío supermajo, divertido y de una ternura apenas disimulada, esto es, a los dos tragos ya lo tenías mimosón, todo abrazos y si te descuidabas te podía encasquetar hasta un beso. Un vástago de una de esas familias cuyo apellido remite de inmediato a cualquier vitoriano a uno de esos comercios decimonónicos de la ciudad o que aparentan serlo. Pues sí, familia de clase media con pujos de abolengo mercantil, de las que los bobos dicen con apenas disimulado deleite de toda la vida. Conservadora a machamartillo, faltaría. La madre una puta tarada del Opus Dei. El chaval, claro está, hasta los cojones de la vieja. Toda la vida aguantando la monserga integrista de su progenitora: "mira que si no haces esto o lo otro te condenas, nos condenas a todos". Él se descojonaba contando las paranoias de la numeraria, miembra agregada o lo que fuera; que si toda la casa a rebosar de figuritas de santos y vírgenes, que si hasta apagaba la tele cuando empezaba el Un, Dos,Tres porque las azafatas enseñaban demasiada cacha, que si cuando la visita del Papa a Loyola casi le dio por ir hasta allí a rastras haciendo penitencia. En fin, y cuando más le daba la murga con el pecado y la condena eterna más gordas las montaba él. Una noche de farra con su cuadrilla robaron uno de los estandartes que cuelgan en los jardines del Palacio de la Diputación. Lo hicieron en plan comando, esto es, encapuchados; sí, sí, a nosotros también nos costó creerlo, no había poca vigilancia ni nada en aquellos años de petardazo o tiroteo diario, eso o que como la vigilancia corría a cargo de los miñones a estos les pilló en bragas o lo que fuera. El caso es que el colega apareció a las tantas de la mañana por su casa con el estandarte por encima y un gorro de papel improvisado a modo de mitra: "¡Confesión, confesión, ha llegado el señor Obispo, que salga la señora de la casa y se postre a mis piés!" Parece que la broma le salió cara al colega, que fue entonces cuando empezó a visitar psiquiatras... de la Obra. Como que luego te lo encontrabas por lo viejo, a eso ya de las tantas de la mañana, y lo primero que te decía era: "¿qué, nos metemos una de las pilulas que me receta el loquero de mi vieja?" Supongo que con el tiempo la medicación empezó a causarle estragos. Cada vez lo veíamos menos y cuando por fin coincidíamos se le notaba completamente ido, siempre con una sonrisa boba en la cara y ojiplático perdido. Luego ya nos enteramos de que acudía todas las semanas por las mañanas al manicomio de Las Nieves para no sé qué terapia. Nos quedamos alucinando: "¿Tal mal está o qué?" Uno de su cuadrilla nos contó que en una de aquellas farras locas, salvajes, que se echaba encima los sábados a la noche, apareció una vez más en casa a las tantas de la mañana borracho perdido, que fue entrar al recibidor y, sin dar tiempo siquiera a que sus colegas cerraran la puerta de la calle, bajarse los pantalones, agarrarse con la mano el miembro viril y empezar a meneársela delante de una imagen de la Virgen que presidía la entrada, a la vez que declamaba:

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada, María,
te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.
¡Mírame con compasión!
¡No me dejes, Madre mía¡


Y en ese momento se hizo la luz y apareció su madre. Nunca volvió a ser el mismo.

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