Hace diez u once años entré aquí para admirar su interior, a destacar su maderamen y sobre todo la escalera. También compré los dos últimos de A. Lobo Antunes, una filia ya casi que inexplicable, y una primera edición del maravilloso Pedras Lavradas de Miguel Torga; una predilección. Ayer, ya había leído sobre ello, observaba al portero que han puesto a la entrada para regular las visitas a la famosa librería y, aunque habría estado bien pensar que se debía a que la fama de la librería Lello es tal que la gente acude en manadas a visitarla y ya de paso también a adquirir clásicos y/o novedades de la literatura portuguesa, no caerá esa breva, no; la cruda realidad es que la gente hacía cola para sacar la foto de rigor en un sitio que la correspondiente guía turística señala como imprescindible y que, parece que decía alguien de un grupo de españolitos de acento tirando al sur, "es una especie de biblioteca, museo de libros o algo así; lo chuli es la escalera, tío, una pasada".
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