A la persona que me ha hecho vudú está semana decirle que ya vale, que ha logrado su objetivo, que para qué más.
El lunes entro en una pastelería para comprarle al enano un bollo de hojaldre de jamón con queso, antes de ir a buscarlo a clase de inglés, y en eso que me agacho y se me rasga todo el pantalón vaquero por la entrepierna. Como estaba lejos de casa y tenía que llevar al canijo a piano me aguanto y voy con el pantalón asomando mi calzoncillo del Primark por todo el Parque del Oeste y varias calles hasta llegar a la academia. Suerte que mi amada pareja acudió al rescate en respuesta a mi llamada de auxilio.
Al día siguiente, martes, llego del cole con los críos montándomela como de costumbre dentro del coche. Y en eso que en medio de la vorágine de lloriqueos, amenazas y gritos en el garaje, me dejo las llaves de casa colgadas en la cerradura al otro lado de la puerta que da al ascensor, de modo que tuvimos que hacer guardia junto a la puerta del garaje hasta que por fin apareció un vecino y nos la abrió para poder recogerlas. A todo esto, los putos críos que si tengo hambre, que si nos vamos a quedar a vivir en la calle, que ya verás cuando se entere mamá...
El miércoles me levanto con un dolor de espalda de los de ponme en una ataúd, cava una tumba y echa tierra.
El jueves casi me atropella un retrasado mental de esos que hacen rally en las rotondas de La Florida, que es un barrio nuevo a las afueras de Oviedo, uno de esos barrios de los que los urbanistas tiran línea sobre el plano y te sacan unas calles de varios kilómetros, para parejas jóvenes recién casadas y con niños, que dicen.
El viernes fuimos a comer chachopo y beber sidra; ahí ya no estoy muy seguro si fue el vudú o la costumbre.
Ayer sábado comí en casa de la suegra; un día de estos el compango de la fabada va a acabar conmigo. No pienso decir nada sobre cierta morcilla asturiana, que luego me riñen porque dicen que insinúo que cierta persona quiere envenenarme... a mí y a todos, digo.
Hoy domingo salgo a primera hora de la mañana a comprar el periódico y tomarme un café mientras lo leo. Es salir del portal y, como no para de llover, resbalar en la cuesta -a decir verdad en el barrio donde vivo todo son cuestas y de todo tipo- que hay nada más torcer hacia la calle que baja hacia la rotonda donde está la cafetería. Me he caído de culo con el paraguas en la mano y casi me doy con la nuca; pero, lo peor de todo es que la gorra se me ha ido volando. Por suerte en ese momento no había nadie en la calle, y no lo digo por la gorra, sino por el juramento; aquí en Oviedo hay mucho meapilas y podía haber provocado más de un infarto.
Y por si fuera poco todo esto, esta semana han cerrado por obras la rotonda por la que tengo que pasar para ir hacia el colegio de los niños, lo cual me obliga ahora a dar un rodeo considerable. Pues bien, mira que bajo al garaje, que me monto en el coche, diciéndome "acuérdate que han cerrado la rotonda, acuérdate"; pues oye, no hay manera, llevo tres días seguidos dándome casi de morros con las puñeteras obras porque es meterme al coche y seguir el itinerario de siempre como si pusiera el piloto automático: no se puede ser más tonto.
Así pues, y por si acaso, que igual no es por eso, pero vete a saber, juro que no volveré a decirle a ninguna amiga o conocida que ha echado culo desde la última vez que la vi.
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