«Ratones son, Señor, enemigos de la luz, amigos de las tinieblas, inmundos, hidiondos, asquerosos, subterráneos»
Execración de los judíos - Francisco de Quevedo
No les bastó con expulsar a los judíos de España y obligar al resto a convertirse. No, todavía siguieron persiguiéndolos durante siglos, vigilando si comían cerdo o dejaban de comerlo, si santificaban el sábado en lugar del domingo, si sabían el credo mejor que el cura del pueblo o si comían carne en Cuaresma o no.
Por eso, y sobre todo porque tenían miedo de una hipotética revancha por el daño que les habían infligido, amén de mucha prevención por las muchas habilidades de estos, inventaron los estatutos de limpieza de sangre. Los que tenían que acceder a determinados cargos debían demostrar que entre sus antecesores no había habido nadie condenado por la Inquisición o que fuera judío o musulmán. En aquella épocya se consideraba que la infamia que recaía sobre una persona y sobre un linaje era perpetua, y ni siquiera el bautismo la podía borrar. Esta doctrina fue fomentada por la Inquisición con su costumbre de colgar en un lugar visible los sambenitos una vez que los condenados habían finalizado el período de castigo «para que siempre aya memoria de la infamia de los herejes y de su descendencia».
Y de ese modo también se instituyó en España el antisemitismo sin judíos, incluso hasta el siglo XIX, cuando ya no quedaban ni judíos ni criptojudíos. Esto era así porque en España estaba muy arraigada la idea de considerar enemigo de la religión a los que no eran católicos apostólico romanos, y todos ellos eran llamados «judíos» aunque fueran protestantes o ateos. De hecho, los liberales también fueron incluidos en la larga lista de enemigos de la religión católica, por lo que fueron tachados de «judíos», confusión que fue fomentada por la Iglesia Católica y por los defensores de la Monarquía absoluta. Durante los debates de las Cortes de Cádiz, especialmente cuando se discutió la abolición de la Inquisición Española, los diputados absolutistas los identificaron con los judíos o con los judeoconversos o «cristianos nuevos» que judaizaban.
En resumen: todo lo que no era del gusto de la España oficial, y en especial de la más conservadora, reaccionaria, era judío.
Dicho lo cual, yo probablemente no comparta las ideas de Itziar Ituño, y hasta puede que no sea de su gusto por no ser de su cuerda, no sería la primera vez; pero, estoy seguro que soy tan "marrano" como lo es ella en tantas otras cosas para todos los subnormales y caraduras que pretenden institucionalizar el "todo es ETA" con el fin de poder elaborar así sus propios e interesados nuevos estatutos de limpieza de sangre, hoy de pureza ideológica.
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