domingo, 2 de julio de 2017

CORTE DE PELO


El viernes me fui a cortar el pelo. Siempre que voy a una peluquería desde hace ya dos años algo se estremece en mi interior. Suena a enormidad al uso pero buena parte de mi vida ha pasado alrededor, primero de la peluquería de mi padre en en piso de la Avenida donde está compartía espacio con nuestra casa, y ya luego con la academia que éste tuvo no muy lejos de allí. De ese modo, hasta hace dos años jamás me cortó nadie el pelo que no fuera mi padre, ni siquiera en los momentos de mayor tensión entre padre e hijo, inevitables y casi que hasta necesarios entre caracteres en apariencia tan diferentes y en esencia tan similares.

Por eso cada vez que vuelvo a una peluquería siento una sensación extraña, una mezcla de nostalgia y agobio que hace que todo me resulte insoportablemente cercano, que me abandone casi sin darme cuenta a los recuerdos, que me pierda en ellos. Sin embargo, cierro los ojos y nada más lejos del recuerdo de mi padre cortándome el pelo con su pulso firme y decidido. Tampoco siento la presión del momento con las manos de mi padre rondándome por la cabeza con las tijeras en manos y yo cruzando los dedos para que no aprovechara el momento con el fin de sacar un tema espinoso entre los dos o una de sus coñas marineras con las que disfrutaba sacándome de mis casillas, siquiera echando mano de su sorna como cuando al poco de irme a Asturias me preguntó si no había podido encontrar una moza cerca de casa, que él ya le había echado el ojo a la hija de uno de Viana con tierras, tema a tener en cuenta porque en aquel momento el gobierno de Navarra concedía unas cuantiosas subvenciones a jóvenes agricultores y... Sorna que luego contada a mi señora no le hizo ni puta gracia, así de tiesa era ella, siquiera al principio que todavía no le había cogido el tranquillo al humor encabronado de mi viejo, rusti-sarcasmo y poco más, el cual también es el mío, cada vez más, qué se le va a hacer, no voy a luchar contra la genética, y de ahí el cielo que se tiene ya ganado la moza... asturiana.

Pero no, ahora no soy yo el que parece estar en permanente tensión cuando le cortan el pelo por eso de a ver con qué hijoputez me sale éste, sino que ahora es más bien el que me lo corta, un chaval la mar de majo, al que le parece que le tiembla el pulso porque no sabe por dónde le voy a salir yo o con qué, ya que por lo que sea parece que siempre le dejo descolocado, como el día que le dije que para el poco pelo que me queda casi tardo menos en afeitarme el pelo del sobaco -en realidad no dije el del sobaco; pero, como me estoy corrigiendo...- que él en cortármelo y aún así joder qué precios. Pues el pobre que casi me lo discute todo preocupado ya que si el tiempo, la tijera, el lavacabezas... En fin, se quejará el pavo, que siempre que acaba de cortármelo estoy tentando en levantarme a por la escoba para barrer el pelo del suelo y dejarlo todo impoluto tal y como era mi costumbre cuando me lo cortaba mi viejo en la academia o en la cocina de casa. Y no, nadie me lo corta ni me lo cortará como él.

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