lunes, 14 de septiembre de 2020

LO DE ESTOS DÍAS


Para que conste que nosotros no somos como esos piojos resucitados que sacan la rojigualda a tres euros en los chinos indignados porque el Coletas y su señora se han comprado un chalé con piscina y ellos no. Por supuesto que no, nosotros somos de derechas de verdad, de toda la vida, fachas con pedigrí, más españoles que nadie y la rehostia puta de españoles. Viva Cristo Rey, Detente Bala, Una, Grande y Libre, Por el Imperio hacia Dios, Volverán banderas victoriosas y toda la hostia al uso. ¿Que no sabéis de qué hablo? Pues eso: advenedizos, chusma. Todavía hay clases: ¡Arriba España! 

-¡Qué "potito", qué "potito"!

-¡Qué felices se les ve a los niños!

-¡Y pensar que lo tuvimos que retrasar a principios de primavera!

-Calla, qué disgusto, mira que si al final se lo posponen hasta el año que viene.

-¡Ni me lo recuerdes! ¿Te imaginas a los pobres celebrando la comunión un año más tarde?

-Pobrecitos, menudo trauma.

-Ni que lo digas, las prioridades son las que son.

-Esto con un gobierne decente ni nos lo hubiéramos planteado.

-Ya te digo. Y encima ahora nos vienen con lo de la segunda ola.

-Mira, que les den por culo a ellos y a sus prohibiciones. En cuanto lleguemos al restaurante me pienso quitar la mascarilla de los cojones y así hasta el día siguiente.

-Di que sí, hombre, yo quiero vivir en un país libre.

-¡Y tanto! Oye, a ver si se anima tu hija y me concede un baile.

-¡Cómo no! Y si quieres saca también a mi señora.

-En cuanto nos mamemos nos ponemos todos a hacer la conga.

-¡Faltaría!

-¡Viva España!

 

Ayer a la tarde me encontraba tomando un gintonic en una de las terrazas de la plaza de la Catedral de Oviedo cuando, de repente, observo que un par de mesas más adelante había un nutrido grupo de personas entre las que destaca, tanto por estar de pie a diferencia de la mayoría de ellas, como porque era la voz cantante, o más bien adoctrinante, el único diputado de Vox del parlamento asturiano, un tipo que se ha dado a conocer en el parlamento asturiano por interrumpir de malos modos a los diputados asturianos que usan el asturiano en sus intervenciones, ya sea incluso solo en parte, al grito de "¡No entiendo lo que está diciendo, hable en cristiano, en español!" Algo que puede parecer del todo lógico dado que, a diferencia del resto de castellanohablantes de dentro y fuera de Asturias que no tienen ningún problema para entenderlo, para este diputado el grado de inteligibilidad de asturiano respecto al castellano es similar a la del chino cantonés, quechua, finés o por el estilo. En cualquier caso, se trata de un fenómeno curioso a estudiar por los filólogos de guardia, el cual afecta sobre todo a asturianos cuanto más a la derecha mucho peor, da igual que sus padres o sus abuelos les hayan hablado toda su vida en asturiano, si lo hacen otros les viene a la cabeza la palabra ETA al instante y se bloquean.


Así pues, en seguida deduje que debía tratarse de alguna especie de quedada de simpatizantes del partido ultra. En ese momento ya no pude dejar de mirarlos por el rabillo del ojo. Para mi descargo diré la melonada de que como todo buen escritor, incluso uno malo como yo, no pude resistirme a la tentación de observar el siempre maravilloso espectáculo de la condición humana.

Mucho ciclado de gimnasio, tochetes barrigudos con las camisetas del ribete rojigualdo, señoras embutidas en estampados de leopardo con más de un cardado, tíos y tías chungos en cuero con tatuajes de cruces célticas, insignias de la Legión o por el estilo, pijas luciendo palmito y pulseras con la banderita de España, varios señores mayores sacados directamente del Cuéntame y un chaval al que nadie hacia caso, medio apartado del grupo, con evidentes síntomas de tener un Asperge o por algo el estilo, el cual iba dando vueltas alrededor del grupo mientras mascullaba vete a saber qué: "¡Salvar España, salvar España, hay que salvar España!" En resumen, patriotas.

No invento nada, absolutamente nada, si eso puede que hasta me quede corto. Y sí, ya sé que alguno puede pensar que la mención del chico con Asperge esté de más, que sea un intento de cargar las tintas en exceso a cuenta de un enfermo. Pero es que, repito, no invento nada y descartar el dato sería faltar a la verdad dejándome llevar por la censura de lo políticamente correcto. Por eso afirmo que hasta esta línea no he hecho ningún juicio de valor. Eso sería si hubiera afirmado algo como que de entre todos los que estaban en dicha reunión no sumaban ni medio cerebro, lo cual es una exageración, claro está, medio cerebro me parece demasiado para lo que pude ver ayer. Y como, insisto, no quiero caer en descalificaciones gratuitas para que luego me tachen de ser irreverente y un sectario de esos que ven en Vox la versión actualizada de fascismo español de toda la vida, Cara al Sol y tal, y aquí me refiero en especial la caterva de mierduquis cobardes y equidistantes para los que el partido del lumbreras de Abascal es tan respetable como otro cualquiera, me voy a callar también qué título de una antigua película me vino a la cabeza en aquel momento. Creo que era La Parada de no sé qué... 


Así a grandes rasgos, la diferencia entre una estrella de Hollywood como el gran Richard Harris y un mindungui como cualquiera de nosotros, estriba en que si el primero se larga de casa sin avisar para coger un avión de Londrés a Dublin con la intención de presentarse en la feria de la cerveza de su ciudad natal, Limerick, desaparace durante varios días y cuando regresa a casa lo primero que le suelta a su mujer es, "¿Cariño, por qué no pagaste el rescate?", al primero le reirá la gracia la modelo veinte años más joven que todavía incluso muerto sigue bebiendo los vientos por él porque, joder, qué salidas tenía el Richard, y a ti, en cambio, y eso si hay suerte y no te cruza la cara de una hostia y te planta al día siguiente los papeles del divorcio, te llamará payaso borracho y, en lo que ya solo se puede calificar de un acto de crueldad inaudita, también te recordará que tienes comida con sus padres ese mismo día. Pues eso, gajes de la "mindunguidad".

Hace unos días atracaron por primera vez a mi hijo mayor a punta de cuchillo -no sé yo si porque las navajas ya no se estilan o a santo de qué; donde esté una buena albaceteña...-. El caso es que desde entonces el chaval anda hecho un Harry el Sucio en potencia, vamos, que le gustaría acabar con los quinquis que le dieron el palo a él y a sus colegas al más genuino estilo del actor que popularizó lo de: "alégrame el día". Desde entonces también estoy yo intentando hacerle entrar en razón cuando asegura todo furioso que la próxima vez no lo pillarán desprevenido porque, según él, lo que más le dolió no fueron los dos euros con cincuenta que les birlaron, sino el amargo sabor de la impotencia.


Yo he intentado convencerle de que relativice el asunto, que no merece la pena comerse la cabeza por un episodio poco más que desagradable. Por otra parte, cualquier propósito de venganza, o de hacerse el héroe para la siguiente, puede resultar peor remedio que la enfermedad. Se lo he intentado explicar echando mano de mi propia experiencia. Le he contado que de chaval, de muy chaval, once o doce años, yo reaccioné ante una agresión de unos chavales del colegio rival, enemigo, partiéndole los morros de un puñetazo al imbécil que antes me había arrojado a la cabeza una piedra envuelta en una bola de nieve. El muy capullo se quedó tendido en el suelo, sus colegas boquiabiertos sin saber reaccionar, y yo seguí mi camino hasta entrar en mi cole. A la salida el capullo me estaba esperando con sus colegas de antes y otros más que se había traído del barrio, y que por la edad debían ser su hermano mayor y similares; llevaban cadenas, palos con clavos y todo en ese plan. No me atreví a cruzar la verja del cole; que le había partido la napia a su colega, decían. Los profes, viendo la amenaza que se ceñía sobre mi integridad física, llamaron a mis padres para que vinieran a buscarme. Al día siguiente la jauría volvió por sus fueros y de nuevo tuvieron que venir a recogerme. Así casi una semana hasta que por fin el colegio tomó cartas en el asunto y la cosa se solucionó no me acuerdo muy bien cómo. Recuerdo, eso sí, haberlo pasado realmente mal, de no dormir durante noches. La moraleja es que a veces una acción impulsiva puede meterte en un lío mucho más desagradable que aquello que ha provocado tu indignación. Así que mejor aprender a elegir bien tus batallas y ya luego si eso, si de verdad merece la pena, vas y pones toda la carne en el asador.

Por otro lado, la verdad es que me ha llamado la atención lo tarde que le han dado a mi hijo quinceañero su primer palo. Yo recuerdo que a nosotros nos salían los "chanos", que es como llamábamos en Vitoria, no sé si también en otras partes, o si todavía se les sigue diciendo así, a los quinquis que nos salían al paso para quitarnos las cuatro perras que nos daban en casa para chuches, tebeos y poco más, o, y eso ya eran palabras mayores, el dinero de la compra, porque entonces servidor se pasaba las tardes de tienda en tienda dado que mis dos progenitores trabajaban hasta muy tarde. Entonces todavía éramos púberes y todo aquello de los chanos era el pan de cada día. Yo en seguida aprendí que me convenía enfrentarme a ellos para no hacerlo luego con mis padres. Lo digo porque las primeras veces que llegué a casa sin el dinero de la compra la bronca fue monumental, que no me creyeron nunca aquello de los chanos, que prácticamente me acusaban de haberlo perdido por el camino e incluso de habérmelo quedado para mis caprichos. Supongo que a mi viejo no le entraba en la cabeza que hubiera chavales que les quitaban el dinero a otros; eso en su pueblo no pasaba. Aquello, aparte de generar una desconfianza instintiva hacia mis padres por su falta de confianza en mi persona, también me convenció de que merecía más la pena arriesgarme a que me partieran la crisma los chanos antes que lo hiciera mi padre, el cual ya me había advertido de que si volvían a atracarme lo que tenía que hacer es plantarles cara aunque me la rompieran. Y en efecto, recuerdo ir por la calle con el hijo de un amigo de mi padre y compañero de clase, cuando nos salieron unos chanos para robarnos las chamarras que llevábamos encima. Entonces, viendo que mi compañero se disponía a entregar su cazadora casi que sin rechistar, decidí que ni por el forro de los cojones iba a entregar yo la mía por las buenas. Aquel día no me la robaron, creo que tampoco a mi amigo. Pero eso sí, luego en casa la bronca no me la quitó nadie por haber llegado hecho unos zorros, que a ver si el macarra iba a ser yo... No lo entendí, me pareció insoportablemente injusto después de lo que me habían dicho. Y créedme cuando afirmo que aquello, aquel sentimiento de injusticia a los doce o trece años, cala y mucho.

Por otro lado, y volviendo a lo de mi hijo, no sólo me ha llamado la atención lo tardío de su primera experiencia en estas lides, supongo que ahí se nota que nosotros pasábamos buena parte de nuestro tiempo en la calle, razón también por la que siendo unos mocos, entre los chanos y las pandillas en cada barrio siempre a la greña, nuestra mediana ciudad de provincias se nos antojara un Bronx a nuestra medida, sino también la disposición de su madre, y la de alguna de las de sus colegas, a requerir al instante los servicios de la policía por el hurto de dos euros con cincuenta, y no precisamente los de los munipas. En mi época y entorno ni se les hubiera pasado por la cabeza, todavía menos a mí, sugerirlo. A decir verdad, en mi imaginario de todavía un mocoso, la policía era aquella de los sucesos del 3 de Marzo en Vitoria (yes, Martín Villa in my mind and so all...) que corría detrás de los manifestantes delante de la ventana del piso de la Avenida donde vivíamos, la misma que amenazó con disparar un tiro a mi madre cuando ésta recriminó a un grupo de ellos la paliza que le estaban dando con sus porras y las culatas de sus lanzapelotas a un chaval justo debajo de la ventana de casa. Aquella policía cuanto más lejos mucho mejor. Como que mi primera experiencia con ellos fue siendo también todavía un mico. Recuerdo que un día llamaron a la puerta de casa unos secretas buscando a un tal José María Briñas. Mis padres, por supuesto, les dijeron que debía tratarse de un malentendido, primero porque yo no era Briñas (en realidad era López de Briñas) sino Arinas, y segundo porque, saltaba a la vista que yo era un puto crío de once o doce años. Luego yo ya argumenté a mis viejos que los txa... policías debían haber confundido mis datos con los de un chaval del cole que me sacaba cuatro o cinco años, que no sabía por qué andarían buscándolo, aunque bien que me lo imaginaba, pero eso ya para mis adentros, no me fuera a ganar otra bronca de esas que, no por preventivas, eran menos gratuitas. En cualquier caso, se podría decir que a partir de entonces mi relación con las fuerzas de oc... orden durante los años venideros fue la habitual en la mayoría de los chavales de mi generación y entorno: cada cual a su lado de la barricada. Pero mejor lo dejamos ya aquí, que yo he empezado con el relato de algunas de mis peripecias con los quinquis/chanos de cuando mi época de mocoso a raíz de lo del primer palo a mi hijo y, como me descuide, voy a acabar contando batallitas de nuestra alegre, beoda y combativa adolescencia ochentera y noventera. No soy yo, es el puto insomnio; no me vuelvo a echar una siesta a la tarde.

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