domingo, 27 de septiembre de 2020

LO DE ESTOS DÍAS


Ya sé que muchos diréis que me invento todo, que es imposible que este hombre tenga tanta actividad onírica cada noche; pero, será lo que dice mi compañera de recorrido vital, que mi capacidad fabuladora es tal que a mi inconsciente no le queda otra que achicar por las noches, será. En cualquier caso, se equivoca el que crea que me regodeo en ello, lo que yo daría por dormir de seguido, por no despertarme en mitad de la noche sobresaltado porque me persigue un oso con montera picona bordeando los acantilados del Cabo Peñas, o me vuelvo a equivocar al ir a coger el ferry a Dublín y acabo persiguiendo yo salmones por los fiordos noruegos; todo como muy a lo Thoreau y en ese plan de ir a darse de hostias con la naturaleza más que a su (re)encuentro.

Esta noche encima he tenido serie negra. Resulta que encontraban el cadáver de una chica joven a la orilla de un pantano, el cual creo haber reconocido como el de Ullibarri-Gamboa, más que nada porque ese es el primero que me viene a mi cabeza dado que está vinculado a mi experiencia vital, y acaso también porque el entorno me resultaba familiar, tanto como poder afirmar que el cuerpo aparecía en un juncal cerca de la zona de Santiagolarra por la que estuvimos paseando este mismo verano.
Lo del cadáver de la muchacha no tiene mucho misterio porque corresponde sin duda al tostón que mal vi anoche con mi mujer, y sin embargo amiga. Una película de estrellas "jolibudienses" como la Nicole Kidman, Julia Roberts y un tercer actor negro cuyo nombre no recuerdo -como tampoco el de la peli y ni ganas de ponerme a buscarlo- pero que al que ya os digo yo que se le ha pasado el arroz para hacer el futuro biopic de Obama. Una película que me da mí que pasó sin pena ni gloria en su momento por más que regulera a pesar de tanta estrella, como que había momentos que podías anticiparte a los diálogos de puro cliché.
Hasta ahí todo muy previsible hasta para un estudiante de primero de psicología. Lo curioso, lo "pesadillesco" de veras, era que entre el grupo de curiosos que descubría el cadáver se encontraban, por una parte el historiador Alberto Santana y presentador de Una Historia de Vasconia junto con el catedrático en Arqueología de la UPV Agustín Azkarate, y por la otra dos de los padres de los amigos o compañeros del insti de mi hijo mayor.
Digo que encontraban el cadáver junto a la orilla, pero poco más, porque la corriente enseguida se lo llevaba a lo largo de la costa del pantano provocando una alocada carrera tras el cuerpo de la muchacha durante la que, los profesores Santana y Azkarate, por iban vociferando cosas como: "¡Hay que evitar a toda costa que se la trague el pantano, Agustín, puede que sea la prueba irrefutable que nos faltaba para lo de la Vasconización tardía! ¿Has visto si su indumentaria era de tipo franco, si llevaba algún lauburu colgando del cuello o de las orejas, si tenía el flequillo cortado con hacha?". Eso por un lado, porque el otro también iban a la carrera los padres de los amigos de mi hijo mayor diciendo todo el rato al resto de la improvisada comitiva lo que había que hacer en estos casos, que si poner bocarriba a la chavala para que el juez pudiera luego tomarle declaración antes de decretar el levantamiento del cadáver, rezar una avemaría antes de llamar al 091 o meterle un junco por el culo para que, si al final se la llevaba lejos la corriente, así pudieran localizarla más tarde los de Protección Civil o a quiénes competan estas cosas -yo no me meto en líos de competencias como el que ha montado esta semana la Ertzaintza con los del Seprona por un quítame ahí esos residuos tóxicos..-, que ellos estaban muy versados en el tema porque, a parte de todas las pelis del ramo que habían visto y tener un primo picoleto, también bla, bla, bla; no sé, algo del título oficial de cuñados sacado en un tómbola o junto a la barra donde se toman el carajillo por las mañanas.
Pues eso, una pesadilla en toda regla de la que he despertado a tiempo y que no he dudado ni un segundo en venir a verterla sobre el ordenador, si bien no tanto porque me sirva de terapia alguna, como me insinuaba ayer uno de vosotros, sino porque, joder, ya que no duermo, qué menos que sacarle partido más o menos narrativo. Puede que en futuro hasta me dé por recopilar estas pesadillas con algún avieso propósito, avisados estamos.


Una noche de mierda, otra. Creo que he tenido una pesadilla tras otra. La última, la única de la que me acuerdo poco antes de saltar de la cama, la más absurda en mucho tiempo. Resulta que estaba en una especie de manicomio -en realidad me recordaba a un antiguo balneario como aquel al lado de Vitoria en el que está integrada la sidrería donde estuvimos el pasado domingo con unos colegas, lo cual, hay que reconocerlo, parece ya de por sí algo de locos...-. El médico, o al menos supongo que lo sería porque iba en bata blanca, era el cómico Raúl Cimas -aquí otro poco de psicoanálisis de barbecho si digo que su presencia se debería a que hace unos días leía en FB una de esas noticias rastreras del panfleto digital de Pedro Jota donde se comentaba que el cómico ganaba 4000€ por actuación, más lo de sus colaboraciones en programas como el de Buenafuente, lo cual originaba la correspondiente catarata de bilis de los envidiosos y resentidos de turno que enseguida pondrían a trabajar con un pico y una pala a todo aquel que no fuera un mediocre carente de talento como ellos-.

El caso es que yo debía estar de paciente o algo así, porque, de repente, nada más ver acercarse desde el fondo de un pasillo infinito a una fémina hasta donde nos encontrábamos el doctor Cimas y un servidor, salí corriendo hacia la que al principio pensé que era la típica novicia que va provocando a los cristianos y a los locos, si es que no viene a ser lo mismo, pero que ya luego reconocí como una enfermera de esas con uniforme y cofia de los años cincuenta o por el estilo -aquí la influencia de la serie de Netflix que ha empezado a ver mi señora y que a mí me aburre sobremanera porque me parece tan truculenta como previsible- al grito de: "¡QUIERO FOLLAR, QUIERO FOLLAR!"

Claro que esto también puede tener su explicación más o menos psicoanalítica. Y lo cuento por mucho que luego se enfade mi amada compañera cuando lea estas líneas, que no tiene que tener conmigo poca paciencia ni nada. La tiene porque en la serie en cuestión hay una escena en la que la siniestra protagonista descubre a una joven y lozana enfermera rubia trajinándose a un interno sobre el lavabo del servicio de su habitación, momento en el que servidor no pudo evitar pensar para sus adentros: "¡Hostia! Eso sí que es una atención médica en toda regla, exclusiva. Ya me podían encerrar a mí en ese manicomio, ni tan mal...."

En cualquier caso, como de costumbre despertaba en mitad de la pesadilla con servidor corriendo como un poseso por los pasillos del manicomio/balneario detrás de la enfermera -no puedo asegurar que fuera la enfermera rubia de la serie, lástima...-. Así hasta casi caerme de la cama como hace dos días, que sí me caí en mitad de la noche; una hostia del copón, la cual, oye, igual hasta me la merecía por cabestro heteropatriarcal y así. 


-Ná, los críos, para que conozcan a sus primos ricos.

-¿Cómo?

-Mi hermano pequeño, que pegó un braguetazo con una pijilla de Recoletos y...

-¿No los habían visto hasta ahora?

-Pues no, chica, ni un solo día desde que comenzó la Pandemia y la Ayuso mandó levantar el muro.

-No los van a reconocer.

-A saber. Hace ya tanto tiempo que igual sus primos ya ni siquiera les quieren hablar en castellano. Como van a una guardería bilingüe de esas caras puede que solo les apetezca hacerlo en inglés.

-Es que el castellano en Madrid ya solo lo hablamos los pobres.

-Oye, habla por yourself.




No sé qué ha pasado, cosas de viejos que ya no regimos bien. Habíamos quedado para comer en una sidrería de Kuartango, y entre txotx, txorizos a la sidra, ensalada de perdiz escabechada, revuelto de bacalao, pimientos, chuletones y quesos con membrillo y nueces, patxaranes y demás, luego, y la verdad es que sin saber muy bien cómo o por qué, de no ser para quemar las calorías consumidas, hemos acabado subiendo hacia la Virgen de Eskolunbe como rocieros enloquecidos... Bueno, de seis casi llegamos dos y porque el que decía conocer la zona sospechaba que habían movido la ermita de sitio y además ha empezado a llover. A la vuelta ya le hemos dicho al resto que, cuando hemos llegado arriba, nos ha salido la ermitaña preguntando qué se nos ofrecía. Entonces le hemos pedido que nos pusiera unos gintonics, con lo que, en cuantico se ha dado cuenta de que nosotros de devotos lo mismo que la 

Ayuso
 de presidenta de todos los madrileños, se ha cogido tal mosqueo que al final, para no acabar de liarla, nos los hemos tenido que tomar en Izarra. En fin, un domingo de esos maravillosos con los amigos de TPV que hacen que la vida merezca la pena por mucho que parezca que el mundo se derrumba a nuestro alrededor, y oye, que se caiga pues, mientras sigamos juntos y podamos reír todo el rato que haga falta (cada vez me cuesta más entender que haya gente que quiera reunirse con otra para no hacerlo, en plan vamos a arreglar el mundo todos serios y así; joder qué pretenciosidad, tú). O no, yo qué sé, creo que aquí donde mi madre sobraron callos del otro día. Menos mal que mañana es fiesta en Oviedo.



 Cada vez más sensible a las observaciones que suele hacer mi asturiana sobre el carácter brusco y poco pulido de una parte considerable de mis paisanos. Hace un rato en la carnicería, donde todos éramos posmocetones, "morroskondokos" o como quieras llamar ese acopio de testostetona en forma de grasa y alopecia entre los 40-60, va uno y le dice a la dependienta: "Me vas a poner kilo y medio de..." Ni "buenos días", "¿Qué tal?", ni siquiera un miserable, rústico y vernáculo "Aupa!" No, qué hostias, solo un "Me vas a...", el cual me ha sonado al también tan imperátivo como grosero "Me vas a chupar la polla..." que acostumbra a emplear un amigo mío para zanjar las discusiones en las que, vara variar, siempre suelo tener razón yo.

En cualquier caso, si hace años replicaba a mi señora que era una simple cuestión de contraste entre la suavidad o dulzura cantarina del acento asturiano y la áspera y desdeñosa sequedad vascongada en una de sus peores versiones, la vitoriana (los alaveses de la provincia son otra cosa), ahora ya le doy la razón en que es falta de educación pura y dura y para de contar -no todos, claro-. De ahí también, bromeamos ambos, que cuando te diriges aquí a alguien de treinta tacos hacia abajo con un "Disculpa, por favor..." parezca que se te queda mirando mientras piensa: "¿Disculpa? Hostia, eso me suena de haberlo leído en el colegio o algo así..."

Por mi parte, no solo he dado los buenos días y me he interesado por el estado anímico de la dependienta, sino que, después de darle las gracias por todo, también le he deseado una feliz jornada sabatina para ella y los suyos. Claro que también es verdad que he ido a comprar cordero lechal para celebrar una onomástica en familia y eso ya impone cierto grado de protocolo que nada tiene que ver con el kilo de chuletas de cerdo que ha pedido el otro.

Y como ya tengo caliente el horno, aquí lo dejo; me quedan varias horas de lento asado acompañándolo con su chorrito de agua, cuando así lo requiera el bicho, a fin de que quede un cadáver crujiente, tierno por dentro y dorado por fuera. Habrá foto; ya no tengo otra cosa que hacer en lo que resta de este lluvioso día que cocinar y empezar a hidratarme el alma antes, durante y después de que hayan llegado todos a disfrutar de mi pericia culinaria.


Si te pones a pensarlo, las borracheras a la edad madura deberían ser más livianas y sensatas. De hecho, a cierta edad crees que controlas como nunca lo hiciste o podías haber hecho. Pero, en realidad son los jóvenes quienes controlan. Cuando eres un chaval bebes como un cosaco, bebes todo el rato. Bebes cuando sales de tarde con la chica que te gusta porque sabes que no tienes nada que hacer con ella, y si es que sí puede que todavía más. Bebes antes, durante y sobre todo después de ir a la mani o a la movida que toque ese fin de semana. Bebes antes, durante y después cuando hay comida o cena de cuadrilla. Bebes durante el poteo por lo viejo o en el barrio desde la mañana hasta que ya no queda gente en la calle. Bebes todos los días durante las fiestas de tu pueblo y también en las de los de alrededor de aquí a Gibraltar. Bebes allá donde vayas a dejar a los lugareños imágenes que querrían borrar de su retina para el resto de su vida. Bebes subiendo al monte y rodando cabeza abajo, metiéndote en cuevas o camisas de once varas, descendiendo ríos en canoa, arrebatando los salmones a los osos a patadas en Alaska, cruzando el Golfo de Bizkaia a nado para ver a una novieta de las Landas, haciendo el Camino de Santiago y si te despistas un poco también bebes de peregrinación a la Meca. Bebes y vuelves a beber durante toda la noche e incluso de empalmada antes de ir a una entrevista de trabajo, a un examen de fin de carrera, a lo de la "prestación prostitutoria" aquella para no ir a la mili y, sobre todo, a las comidas familiares de tu pareja, da igual lo que se celebre. Bebes y no pasa nada por mucho que no reconozcas los lugares donde amaneces o las personas que tienes al lado. En resumen, cuando eres joven sientes que podrías recorrer a pata el continente africano de una punta a otra en menos de un mes y por supuesto que completamente borracho. Eso o sacarte una ingeniería aeronaútica pisando solo bares.

Pero luego ya con cincuenta tacos, te tomas diez birras en casa, dos botellas de vino o media docena de gintonics, por ejemplo, y cuando vas al baño a descargar te das cuenta de que si todo empieza a caerse a tu alrededor, el espejo, la cortina, las estanterías, la alcachofa de la ducha, ... no es precisamente porque haya un terremoto. Algo que, no te queda otra que reconocerlo, nunca te había pasado antes, o al menos no te habías dado cuenta.

Pues en eso pienso y escribo mientras mi mujer conduce a mi lado -la última vez que lo hice yo yendo juntos fue este verano y casi acabamos en un juzgado de familia al día siguiente...-, recordando las pegas que ponían algunos para ir a comer este domingo a una sidrería al lado de Gasteiz. Que sí, que estamos muy mayores y más vale prevenir que matarse al volante. ¿O era por lo del Coronavirus?




-¿Te acuerdas de mí, cariño?

-Me hago una vaga idea; pero, bien.

-¿Crees que volveremos a vernos las caras algún día?

-Si en eso en la otra vida, churri.

-Pero, follar se puede. ¿No?


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