- ¿El arma no se le habría caído de la mano por defecto tras disparar? – preguntó Magredo a los de la Científica.
- Puede –dudó por un instante su compañero- ¿Por qué lo dice, inspector?
- La disposición del cadáver tumbado a lo largo de la cama y la mano con el arma tan primorosamente colocada al lado se me antojan una puesta en escena en toda regla.
- Estamos recogiendo muestras por toda la casa al objeto de certificar que la detonación se produjo en el dormitorio y no en cualquier otra parte de la casa.
- Incluso si se hubiera producido en el dormitorio, ¿habría manera de corroborar que fue la propia víctima la que se disparó sobre la sien y no otra persona.
- Para disparar a alguien un tiro sobre la sien hay que acercarse mucho a la víctima sin levantar sospechas, quiero decir, tendría que haber sido alguien de mucha confianza.
- ¿Y el arma?
- Era propiedad de la víctima.
- Lo cual confirmaría que la supuesta persona que disparó a la víctima desde tan corta distancia tuvo que ser alguien conocido que supiera de la existencia de la pistola.
- Eso en el caso de que…
- Sí, sí, de que fuera un asesinato y no un suicidio – Magredo interrumpió al de la Científica molesto por el empeño de éste en cuestionar la teoría que su acreditado instinto policial le sugería-. De cualquier modo, mientras espero a que ustedes me entreguen el informe pericial, yo investigaré por mi cuenta sobre el finado, porque algo me dice que aquí hay gato encerrado.
Dicho y hecho, no pasaron ni dos semanas antes de que Magredo resolviera el crimen de la calle Paraguay de Cádiz con la pericia que lo caracterizaba y que le había hecho tan famoso como respetado dentro del cuerpo, hasta el punto de permitirse haber elegido destino para los últimos cuatros años previos a su jubilación. A decir verdad, había sido tan expedita la resolución del crimen con la correspondiente detención del culpable del asesinato del pintor y era tanta la fama que lo precedía como uno de los inspectores de la Policía Nacional con más casos de homicidios resueltos a sus espaldas, que su superior consciente de la expectación que había generado la presencia del famoso inspector Magredo en la comisaria de la Avenida Andalucía desde el primer día, no había dudado en suplicarle que expusiera delante de toda la plantilla los pormenores de su investigación para solaz y sobre todo ejemplo de lo que era lo más parecido a un verdadero trabajo policial de autor.
- Siento defraudarles si esperan que les sorprenda con el relato de uno de esos casos que me adjudican resueltos por obra y gracia de mi acusado instinto policial.
- No sea tan modesto Magredo –le reprochó el comisario-, aquí en Cádiz no se había dado nunca una resolución tan rápida y eficaz de un crimen en mucho tiempo, al menos en lo que llevo yo al frente de esta comisaria.
- Pues tampoco he hecho otra cosa que la que se espera de un inspector: interrogar a los vecinos por si habían visto algo o alguien sospechoso en los días previos al crimen e investigar a la víctima y a su entorno por su hubiera algo raro. De ese modo descubrimos, porque les recuerdo que esto es siempre un trabajo en equipo, que en los días previos al crimen la víctima había sido vista en varios puntos de la ciudad con un tal Antonio Llamazares, un pintor de León que solía visitarle de tanto en tanto y con el que mantenía una relación de amistad fraguada desde sus tiempos de estudiante en la facultad de Bellas Artes de la Complutense. De hecho, la víctima también solía acudir con frecuencia a León para visitar a su amigo; la última vez el puente de Todos los Santos en noviembre del pasado año. Así pues, y tras comprobar por qué el susodicho pintor leonés se encontraba en la ciudad los días previos a la muerte del señor Mesa, según nos habían hecho saber varios de sus vecinos, el siguiente paso fue ponerme en contacto con éste presentándome en persona en su domicilio de León. Ya sé, ya, que debería haber confiado en el buen oficio de los compañeros de la comisaría de León; pero, siquiera ya solo en respuesta a mis prejuicios acerca de los artistas como personas esencialmente impresionables e impulsivas, tuve la corazonada de que si me presentaba en su domicilio recién llegado de Cádiz no tardaría en derrumbarse ante la sospecha de que una prueba concluyente de algo que a él se le hubiera pasado por alto, debía haber motivado mi desplazamiento hasta el otro extremo de la península.
- ¿Una corazonada?
- Sí, y de las buenas, porque fue decirle que acababa de llegar de Cádiz con el único propósito de interrogarle por el asesinato del señor Alejandro Mesa y derrumbarse al instante.
- ¿Así, tal fácil?
- Como suele pasar la mayoría de las veces cuando se trata de personas que cometen un crimen por primera vez y les presentas todas las evidencias de su participación en este, aunque estén única y exclusivamente basadas en conjeturas.
- Díganos, inspector, ¿nos encontramos ante un asesinato premeditado o algo completamente improvisado?.
- Me temo que lo segundo –afirmó Magredo dando un respingo-. De hecho la declaración del señor Llamazares no deja lugar a dudas. Decidió pegar un tiro a su amigo justo después de que éste le enseñara la pistola que acababa de comprar hacía apenas una semana con el único propósito, según le confesó el propio Mesa, de pegarle un par de tiros a un antiguo amigo de ambos. y compañero de la Facultad de Bellas Artes, en cuanto tuviera la más mínima ocasión de cruzárselo en las calles de Cádiz. Parece ser que la amistad entre los dos gaditanos se rompió con motivo de la inauguración de una exposición de artistas locales a la que el señor Mesa no había sido invitado, una exposición de la que fue comisario el pintor y amigo al que nos referimos, un tal Manuel Morcillo.
- ¿Insinúa, inspector, que Llamazares mató a Mesa para evitar que éste disparara contra el tal Morcillo?
- ¿A qué que habría quedado precioso que hubiera sido así, un folletín en toda regla? Pues no, la verdad todavía es mucho más prosaica. Llamazares mató a su amigo porque no podía aguantar la tensión de viajar hasta Cádiz para visitar a sus dos amigos por separado sin exponerse a que en cualquier momento uno de ellos lo descubriera en compañía del otro y acabara mal disponiéndose con ambos por haberles ocultado que cuando quedaba con uno lo hacía casi que a escondidas para que el otro no se enterara de que no le había llamado para quedar porque estaba en compañía de su enemigo declarado.
- ¿De verdad, no nos estará tomando el pelo, inspector?
- Tampoco di crédito yo a lo que estaba escuchando en labios del señor Llamazares; pero, ya no me quedó ninguna duda de que decía la verdad cuando me explicó el verdadero motivo que le llevó a arrebatarle el arma a Mesa en un descuido, obligarle a ir hasta su habitación a punta de pistola, ordenarle que se tumbara en la cama y una vez ahí descerrajarle un tiro en la sien con el fin de disimular luego el escenario de un suicidio.
- ¿Cuál? ¡No nos tenga en ascuas, inspector!
- El verdadero móvil del asesinato del señor Mesa no fue otro que el amor que el señor Llamazares decía profesar por la ciudad de Cádiz. Aseveraba que la posibilidad de tener que dejar de viajar a Cádiz en el caso de que tarde o temprano cualquiera de sus dos amigos descubriera que se veía con el otro a pesar del odio a muerte, y esto ya literalmente, que se profesaban desde que el uno veto al otro en la exposición de marras.
- ¿Amor a Cádiz?
- Sí, como lo oyen. Llamazares mató a Mesa por miedo a no poder volver a pisar Cádiz, pasear por su calles tomando tapas, por el paseo de Santa Bárbara hasta la Candelaria, mojar los pies en la Caleta, y, sobre todo, asistir a los atardeceres desde el Castillo de San Sebastián o el de Santa Catalina, también desde el Faro de Trafalgar; verdadera fuente de inspiración, decía él, para luego, de vuelta a su casa de León, pintar sin parar durante semanas con el recuerdo siempre en la retina de la luz del sol resplandeciente despidiéndose del día mientras desciende sobre el Atlántico.
- Insisto, Magredo, usted nos está tomando el pelo.
- ¿No creen que alguien pueda matar por amor a Cádiz? Yo mismo estaría dispuesto a hacerlo si me dicen mañana que revocan mi traslado para mandarme de vuelta a Madrid. ¿Por qué razón si no elegí pasar los últimos cuatro años de mi vida laboral en esta ciudad antes de retirarme a escribir novela negra con el propósito de contar los casos de asesinato que nunca he podido resolver de veras porque la realidad siempre es mucho más ramplona que la ficción?.
©Relato: Txema Arinas, 2022.
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