Llevaba semanas retrasando la lectura de EL TIEMPO QUE VENDRÁ de Ovidio Parades porque imaginaba que lo haría de un tirón, tanto por la brevedad del texto como por lo fluido de su estilo, tal y como ya pude comprobar con sus dos libros anteriores y también casi que a diario en su blog (www.ovidioparades.blogspot.com). Luego ya, por una de esas circunstancias, que al final tiene más de contratiempo que de verdadero susto, lo he tenido que hacer durante una de esas largas, interminables, jornadas de hospital al lado de la cama de un ser querido, lo cual me ha recordado otras tantas lecturas que hice durante las convalecencias de mi madre tras cualquiera de sus muchas operaciones, las cuales, y por lo que sea, que tendrá que ver con lo concentrado de la lectura en estos casos, supongo, recuerdo como de las intensas que he hecho nunca. Las horas de lectura en los hospitales parecen cundir más de lo normal, siquiera solo porque las largas horas de espera son la excusa perfecta para concentrarte en la lectura como pocas veces te permite tu cotidianidad entre horarios, críos y las llamadas del dichoso teléfono. De hecho, hay muchos libros que sólo te ves capaz de leer, de releer sobre todo, o que sólo te animas a hacerlo, en semejantes condiciones.
Esto en cuanto a la lectura en los hospitales. Por lo que respecta al libro de Ovidio nada que ver con la última frase del primer párrafo. El libro de Ovidio incita a la lectura en cualquier momento dado que, sobre todo conociendo previamente su escritura, uno va a tiro fijo y sabe que se va a encontrar una prosa exquisita y además fluida como pocas. Esa es una de las características del estilo de Ovidio que más me admira, su facilidad innata o puede que cuidada, o las dos cosas a la vez, con la que te arrastra desde la primera a la última línea a través de un torrente de sensaciones, emociones, confesiones, de todo lo mejor que ofrece la buena literatura, la honrada y no esa otra para hacer caja y para de contar. Así que me encuentro con un relato que párrafo tras párrafo va introduciéndote en lo que hace unos días leí acerca de otro ilustre asturiano, Alfonso Zapico, premio nacional de comic por la asombrosa recreación en imágenes de la biografía de Joyce, a cuenta de la principal virtud que éste achacaba al escritor dublinés: "me fascina Joyce por su humanidad. Cuando escribe arranca trozos de su vida propia y de sus amigos para pasarlos al papel. Me interesa su dignificación de la vida ordinaria” Pues bien, eso mismo es lo que hace Ovidio en su novela corta, dignificar hasta lo indecible la cotidianidad de su personaje. A saber arrancando cuántos trozos de su propia vida o de la de otros, en literatura siempre es lo de menos, lo que importa es el texto, y el resultado de éste es a mi modesto entender simple y llanamente luminoso. Sí, creo que no exagero, luminoso porque da luz a muchos aspectos de la vida de un personaje con esa pulcritud en la prosa de la que hablaba antes, la que resulta de la frase limpia y sincero, que te la crees porque no hay más pretensión que contar su historia, y, en especial, un equilibrio entre los ingredientes con los que sazona el relato, como la ternura hacia los seres creídos, el resquemor por la injusticia padecida, la admiración hacia sus mitos particulares, el regodeo en el placer de las pequeñas cosas, el templado ejercicio de memoria personal, el sutil recuento de lo cotidiano y otras tantas cosas que seguro que me dejo en el tintero, que sólo puede sorprender porque no peca de exceso por ninguno de estos lados.
Luego ya me queda resaltar que en estas páginas hay un testimonio realmente impactante de la ignominia que se ejerce en la infancia contra el diferente, el gregarismo descerebrado o simplemente primate de los jóvenes y la complicidad rayando lo criminal de muchos mayores, los cuales en lugar de poner coto a las situaciones de abuso no sólo las consienten sino que hasta las alientan, quién sabe si en la convicción de que eso es lo correcto, lo que hay que hacer en estos casos, anda que no hay pocos ni nada sociópatas parapetados tras la supuesta autoridad que les imprime su puesto de trabajo o su uniforme, nada nuevo por otra parte. Se podría decir que es relato de unos tiempos más crudos que éstos. Se podría pero lo dudo, pues no parece a tenor de lo que vemos u oímos a diario que esta sociedad sea todo lo abierta y concienciada para con el abuso y el rechazo al diferente, qué importa cuál o por qué, que nos gustaría creer que es después de tanto tiempo. Hay demasiados ejemplo a diario de que, si no vivimos un retroceso en cuanto a valores, cuanto menoscabo a la libertad individual y colectiva con la economía como coartada, es que en realidad nunca avanzamos tanto como pensábamos, siquiera porque nos hemos quedado a medio camino y ahora parece que no hay manera de seguir tirando hacia adelante, que como te empeñes hasta te lo reprochas, no estás a lo que hay que estar, estás desfasado, eres un nostálgico, una antigualla, como que si les dejas hasta te intentan convencer de que tú eres el reaccionario porque este presente no te gusta nada de nada. De ese modo, ni sobra el testimonio que aporta el libro Ovidio ni ningún otro de los que ya existen y seguirán saliendo a la luz, ninguno. Otra cosa es la eficacia narrativa del que aparece en EL TIEMPO QUE VENDRÁ, no sé si con con decir que ilustra tanto como sobrecoge ya es suficiente, seguro que no.
Con todo, y no es pega sino deseo, al final de la lectura de esta novela, así la han titulado, hay momentos en los que el texto se me ha antojado una exposición de las intenciones narrativas del autor en el futuro. Algo así como el caramelo de lo que vendrá, sí, el tiempo que vendrá, ya se encarga el propio autor de recordarlo en el mismo texto, cuando éste tenga a bien obsequiarnos con esas historias apenas entrevistas, meros esbozos en esta novela y que auguran un mundo literario propio a modo de filón. Pues eso, a ver cuándo vendrá, estamos esperando.
"Años en los que entraré en una sala de cine o de teatro, o en cualquier otro espacio público, y oiré aquellas burlas, aquellas carcajadas, aquella crueldad, a mis espaldas. Miraré a la gente y se estará riendo de mí como lo hacían aquella fría mañana cercana ya a la Navidad. Tantas mañanas así, tantas. Y cerraré los ojos pensando que no ocurrió, que no está ocurriendo. Y me mentiré así muchas veces, muchas, diciendo que todo aquello fue algo que sucedió en una pesadilla, en un largo e interminable sueño. Y sé que algún día, cuando asuma que no ocurrió dentro de ese largo en interminable mal sueño sino en la realidad de mis diez, once, doce años, lo escribiré."
"Años en los que entraré en una sala de cine o de teatro, o en cualquier otro espacio público, y oiré aquellas burlas, aquellas carcajadas, aquella crueldad, a mis espaldas. Miraré a la gente y se estará riendo de mí como lo hacían aquella fría mañana cercana ya a la Navidad. Tantas mañanas así, tantas. Y cerraré los ojos pensando que no ocurrió, que no está ocurriendo. Y me mentiré así muchas veces, muchas, diciendo que todo aquello fue algo que sucedió en una pesadilla, en un largo e interminable sueño. Y sé que algún día, cuando asuma que no ocurrió dentro de ese largo en interminable mal sueño sino en la realidad de mis diez, once, doce años, lo escribiré."
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