martes, 16 de octubre de 2012

ENVIDIA



 A diferencia de lo que ocurre en España en torno al debate sobre la independencia de Cataluña, el mensaje del unionismo aquí no está marcado por la amenaza, sino por la seducción. Vienen a decirle a los escoceses algo así como “no seáis tontos y no os vayáis: siempre estaréis mejor con nosotros”.

 Cómo no quitarse el sombrero, cómo no sentir una sana envidia, cómo revolverse por enésima vez contra lo que se encuentra uno a diario a su alrededor, y no precisamente por el fin en sí del referendo para la independencia de Escocia, sino por la manera, y muy en especial el fondo, en el que esté se va a llevar a cabo. Porque lo de Escocia es nada ni más ni nada menos que un ejercicio de democracia, tal y como lo explica el mismo primer ministro británico, David Cameron, de un modo que no deja lugar a dudas:  'This United Kingdom can never hold a country within it without its consent. 

 Los nacionalistas escoceses propusieron la convocatoria de un referendo para decidir la pertenencia o no de su nación al Reino Unido y ganaron por mayoría, de ese modo, el primer ministro británico decidió convocarlo porque, como bien se encarga la Historia de demostrar, ningún territorio puede ser retenido dentro de una organización política superior contra la voluntad de la mayoría de sus habitantes. Por eso ahora ahora les toca a los nacionalistas escoceses convencer a su electorado de las bondades de la independencia y a los unionistas ingleses y escoceses de todo lo contrario, vamos, lo que viene a ser la lógica del debate democrático.

La lógica del debate democrático a la que tan ajena parece ser la mayor parte de los ciudadanos españoles. Ejemplo a diario y a mansalva. Los nacionalistas catalanes amagan con un referendo para decidir su permanencia o no a España y desde del centro (concepto no tan geográfico como socio-cultural) se reacciona como parece ser la norma entre españoles desde los tiempos de Numancia a nuestros días pasando por una cruenta guerra civil que no fue sino la confirmación más dramática de esa incapacidad innata de entender y aceptar al contrario . En España y ante cualquier demanda política que venga del otro, del ya previamente estigmatizado porque no comulga con la idea oficial, canónica, de España, prima el no de entrada y por principio, el cerrarse en banda contra cualquier cosa que no sea de su agrado, el anatema como toda respuesta, el insulto como todo argumento intelectual. No hay debate posible entre españoles, aquí las ideas del otro simplemente se condenan como si fueran blasfemias, atentados al honor de los que creen tener la razón por principio, los que se consideran por definición las personas de bien, con tres dedos de frente, y de ahí que el resto o esté equivocado, sea idiota o directamente ya un hijo de puta. Viene en nuestro código genético o casi, siquiera porque así lo señalan muchas cabezas doctas que nos han estudiado y concluido que no tenemos solución. Somos el producto de siglos de la intolerancia religiosa que rechazaba y perseguía por principio al moro, judío, hereje o converso, que sólo podía concebir la paz en su territorio mediante la eliminación de toda disidencia. Somos el resultado de haber pretendido construir una nación para el conjunto negando la existencia de las partes, tratando incluso de erradicar la lengua y cultura de esos otros pueblos pequeños que no eran aquel sobre el que se impuso la unidad desde el centro al resto. Y sobre todo, siglos de adoctrinamiento en vez de educación de los que destacan los cuarenta años del nacional-catolicismo de los vencedores de la guerra civil. Eso ha dado generaciones enteras de españoles educadas en los mitos y leyendas de un nacionalismo español en el que no hay lugar para otras lenguas, culturas o fe que no sea la castellana y el rancio y sombrío catolicismo español. 

Por eso no se puede discutir entre españoles, todo lo más se asiente ante el que más alto grita y se procura no salirse del tiesto con matices que para la mayoría no son sino pejigueras y sobre todo ganas de molestar, de poner en tela de juicio la uniformidad de pensamiento de la mayoría. No está preparado el español para el debate, grita pero no razona, despotrica pero no argumenta, y sobre todo, sabe muy poco o nada de lo que habla, porque el nivel es el que es, décadas de escuela franquista de los mayores y de desprecio generalizado de los más jóvenes por la cultura, el conocimiento, la educación en suma. De ese modo, las cosas siempre son por cojones, o estás conmigo o contra mí, no hay término medio, es la eterna Inquisición de los espíritus, el querer poner coto a la disidencia por las bravas.

Y luego se rasgan las vestiduras porque parte de los catalanes o los vascos quieren independizarse de un estado en el que no ven respeto alguno hacia su identidad, no digamos ya aceptación en incluso afecto, que menos ya que tenemos que vivir juntos, sino más bien un peligro en el que caso de que un día bajemos la guardia y nos quiera, una vez más, "españolizar", esto es, "castellanizar" a gorrazos, como antaño, prietas las filas, hablad en cristiano, ¡Arriba España! Ni siquiera se dan cuenta de sus contradicciones frente al independentismo vasco o catalán. Toman la parte por el todo y arremeten contra vascos y catalanes como si todos fueran independentistas, lo hacen insultándoles y amenazándoles con todo lo peor, algunos incluso declaran boicots a productos catalanes de los que no saben si sus productores son independentistas o no. Lo dicho, no caben los matices, no son capaces, en discurrir en España es un continuo ir del blanco a negro y poco más. De este modo, muchos vascos o catalanes que en principio son indiferentes a los cantos de sirena del independentismo, incluso que son reacios porque son conscientes del hecho de que a pesar de las diferencias cinco siglos de convivencia dan para mucho y sobre todo para compartir más de una cosa con el resto de españoles, se sientan repentinamente insultados y amenazados, esto es, inclinados a aceptar los argumentos de los nacionalistas cuanto éstos aseguran que no nos quieren, todo lo más sometidos, los veleidades indentitarias una vez más motivo de sanción administrativa o cárcel, como antaño, como antaño, y siempre, claro está, renegando de nuestras lenguas y culturas, de nuestros derechos adquiridos a lo largo de la Historia y sobre todo por el Pacto que en su tiempo firmaron nuestros antepasados para aceptar la autoridad de sus reyes y ya de paso entrar a formar parte de su tinglado.

Se indignan porque muchos vascos y catalanes se quieren separar de ellos y en lugar de plantearse por qué, cómo han llegado a este punto, por qué están tan cabreados, cuándo dejaron de sentirse también españoles, incluso de cómo convencerlos de lo contrario, de plantear la inconveniencia de la separación en función de lo que nos une, y no solo la economía, que ya hay que tener ceguera histórica para no darse cuenta de que cuando la voluntad de un pueblo es la que es la economía siempre da en mera anécdota, en lugar de resaltar que no se puede separar porque no y punto, que es delito, casi pecado, un insulto incluso, que no lo permite esa Constitución a la que se remiten una y otra vez como si fueran las Tablas de la Ley, si bien es intocable hasta que lo diga o mande Merkell, de que en España hay lugar para todos porque ésta es una nación de naciones que se acepta en su diversidad, que reconoce la identidades de pueblos diferentes a la mayoría, escogen la vía del insulto y amenaza. Lo dicho y escrito, viene en el código genético o casi, la intolerancia  y la insuficiencia dialéctica como componente esencial del modo hispánico de afrontar los problemas, de mirar al otro como un igual y no siempre como un enemigo, un inferior, alguien que no debería ni existir por pensar diferente, que se atreva.

Dan ganas de independizarse, sí, pero para pedir luego inmediatamente la integración en el Reino Unido.



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