Es domingo a la mañana en la casa de mis padres en Berrostegieta y me he levanto con una sensación harto peculiar. No tengo resaca, no me duele el bolo tras una noche de jarana y, sobre todo, no me he pasado la noche dando vueltas en la cama por culpa de la acidez o levantándome cada media hora para ir al baño con la intención de expulsar de una vez de mi interior el Alien parrandero. Estoy contento, y mucho porque la frescura con la que hoy me levantado, a las ocho tocando ya los huevos a la peña a pesar de habernos acostado hacia las dos de la mañana, mi mente despejada e increíblemente despierta para lo que suelen ser estas primeras horas del domingo, no puede ser sino la evidencia de que, con gran esfuerzo y pena, todo sea dicho, por fin, tras casi ya cuarenta y tres tacos de descontrol, por fin he madurado.
Todo ocurrió durante el viernes y culminó ayer a la noche. El viernes comida con mi primo J y su familia, niños y vinos, Hermanos Frias de Villabuena de Álava/Eskuernaga, cosechero y crianza sin que apenas pudiéramos distinguirlos y niños, cafés irlandeses y niños, café solo y patxarán con niño, todo el mediodía y tarde dando tumbos por lo viejo de mi ciudad, disfrutando de la comida y la charla, disfrutando de la alegría de los críos haciendo el mono en las escaleras mecánicas de lo viejo y confirmando que todavía seguimos siendo unos padres ultraprotectores de puro txotxolos, babayus, y, cómo estaríamos de contentos, hasta visitando por dentro la Iglesia de San Miguel, si no nos pusimos a rezar fue porque, que yo sepa, esto es, a excepción de M, los demás no somos muy de Cristos, crucifijos y cosas de éstas. El caso es que regresamos a casa ya con la anochecida y servidor, que dada la ingesta de alcohol con azúcar, en seguida habría empezado a sufrir cierto malestar gastrointestinal e incluso amagos de jaqueca. Pues como una rosa, tan a gustito y contento que me dije, "sacabó, a partir de mañana me cuido".
Luego ya ayer sábado me levanto magullado, supongo que por la cosa de tener las piernas del crío en los costados y hasta en los hombros toda la noche. No importa, toca cena con los amiguitos y me propongo controlarme estomagalmente. Lo intento, primero con la comida, pero como uno vuelve a casa cada tres semanas con los nietos, mis progenitores se empeñan en darme motivos de sobra para seguir viniendo, vamos, que cuando llego el jueves la mejor tortilla de patatas del mundo para cenar, y el viernes, tras las ensaladas de ahumados y no me acuerdo qué más, lo chipirones a la plancha, el bacalao, los trozos de pizza y el tiramisú en la comida con J & Family, me ponen para cenar patorrillos, para comer el sábado kotxotxas de bacalao ante las súplicas de mi madre, "¡dejad alguna para vuestro padre!", joder, no hay manera de respetar la vida sana, esencialmente vegetal con agua con limón exprimido y cuajada, a la que últimamente me he apuntado. El caso es que entre una cosa y otra, que si crianza o cosechero, dos de Besagain de Laguardia, flojos pero sanos, (yo pongo el nombre porque siempre viene bien dar a conocer vinos que apenas salen de nuestras fronteras) y ellas la mierda esa del rosado Mateus, que si ya hemos pedido cogollos y ensalada de pato para qué más verde, que si los hongos también son verdura, qué adónde vas con pimientos, que si eso para acompañar a la carne, que no pega, decía el Mr. Pegas, también alias El Pupas, ese sorbete me ha hecho pupa..., qué putada, ya no puedo ir por ahí a partirla, me tengo que ir a casa, con lo que me apetecía, ay, ay, ay, cariño, suerte tienes que gracias a mí nos recogemos antes de que acabes limpiando, otra vez, el suelo de algún pub del centro, vete tú si eso con ellos, yo ya me agarro al brazo de la rubia de ojos azules, lástima que no trajo al suegro... Bueno, pues que nos vamos con los que no se rajan, y, mira tú que sentido común, qué saber estar, ser consciente de que ya no tienes edad para dar la nota como otras veces junto a la barra del Dublín tirándole los tejos al camarero, se nos ponía tan nervioso, tan en plan que yo entender nooooo, ehhhhhh, por ahí no, que tengo novia, que... joputas somos pues. De modo que tras la visita al Aldapa, también llamado "Última estación antes de vestir santos", y tomar el irlandés de turno, nos retiramos poco a poco, en mitad del jolgorio nocturno de la alegre muchachada, ellas tan jóvenes y hermosas con sus minifaldas microscópicas y sus tacones tamaño zancos, ellos con sus polares y sus pantalones por las rodillas enseñando la raja del culo, bajo el frío pre-siberiano de octubre y un cielo a lo gran agujero negro. Y nada como hacer caso a la voz de la madurez, a la sensatez, a la que en ocasiones, y en vez de ver visiones, se levanta a las tres de la mañana, desayuna, se viste para ir al trabajo, responsable es la chica que con tal de no llegar tarde..., nos vamos a casa piano-piano sin caer en la tentación de saca otro gintonic que los ocho anteriores no me han hecho efecto. Qué gustazo, qué vigor y energía me embargan por la mañana, qué fresco que me siento, a ver cuándo nos sentamos a comer y qué saca mi madre del horno, no sé qué hostias a las hiervas provenzales.
En fin, todo esto a modo de recopilatorio del largo fin de semana en el terruño. Que sí, que esto va de quejarse de todo, hacer honor no tanto al nombre del blog como a la fama injusta con la que uno apechuga desde su más tierna infancia; pero, la verdad es que, aunque luego lo resiento, me encanta la vorágine de comidas en la casa familiar, alternar con los primos y ver a sus críos, quedar a la mañana con los amigos de siempre y otros que vemos menos, saber de sus cosas porque parece que nos vimos hace unos meses y luego resulta que ya ha pasado uno o dos años, y, sobre todo, comprobar que seguimos siendo los mismos, que la mayoría no cambiamos con la edad sino que más bien nos afirmamos en nuestras manía o pejigueras. Claro que también sospecho que esta impresión de que anoche lo pasamos de cine, en plan tranquilote total, sin más sobresaltos que el sorbete de P, se debe en parte a que, siquiera por un día, no discutimos de política. Habrá que tomar nota.
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