A veces nada como lo que tienes o sucede delante de ti para descubrir que estás tan lejos de algunos prójimos como probablemente errado en la percepción que crees que otros deben tener de ti mismo.
Habitación de hospital. Tu hijo mayor se recupera de una operación de apendicitis. Su compañero de habitación también. La madre de éste permanece a su lado día y noche, tú has pasado una con ella, en realidad la primera en mucho tiempo con otra mujer que no es tu pareja; pero no ha habido tocamientos, sólo ronquidos, y si ha chirriado algún muelle la culpa es de ese potro de tortura que tienen en el hospital para que los parientes del enfermo pasen la noche. La mujer, por otro lado, es un chica de cuarenta y ocho tacos sumamente agradable, diría que el prototipo de paisana asturiana a la que en seguida le presumes la bonhomía tan característica de la mayoría de las gentes de esta tierra. Luego ya con el paso interminable de las horas descubres que es una mujer con cierto mundo, que nació en el norte industrioso de Francia en el seno de una familia de emigrantes asturianos, que allí creció, se educó y al poco de acabar sus estudios volvió con su familia al lugar de origen de ésta como tantas otras familias que tras haber dado lo mejor de sí mismas en el extranjero, decidieron regresar con la jubilación. Las raíces, aunque haya mucho cosmopaleto por ahí que presume de ser ciudadano del mundo sin haber apenas salido de su pueblo, tira mucho, puedes ser de muchas partes, tantas como experiencias hayas tenido, pero siempre habrá alguna a la que te sientas más vinculado por una simple cuestión de afectos, sentimientos, puede que hasta de paisaje, olores de fogones o recuerdos de infancia, siquiera ya solo porque allí es donde mejor te encuentras, porque se vive mejor o la gente que te rodea te hace la vida más agradable.
Luego ya de vuelta a Asturias casó con un paisano de un pueblo del interior. El paisano llegó dos días después a ver a su hijo tras la operación. Parece ser que estaba muy ocupado, muy sobrepasado con el hecho de haberse quedado solo en la casa familiar sin saber dónde estaban las cosas, dónde coño guardaba su parienta las camisas y por el estilo. Ya en el hospital, y tras saludar a su hijo como si en vez de estar sobre una cama de hospital lo estuviera montado en una bicicleta, que a ver si volvemos pronto a casa y nos ponemos a entrenar que hay partido no se cuándo, pregunta a la madre por el estado del chaval. Ésta le cuenta que vomitó dos veces anoche, que le han cambiado el antibiótico a ver si le sienta mejor. El hombre que se pregunta en voz alta si es para tanto, joder, ¿no le habían dicho que un apendicitis era una tontería. La madre le recuerda que ya le dijo que además del apendicitis le habían detectado también una peritonitis. Él ni se acordaba.
Pero como hay mucho tiempo por delante y eso te lleva a hablar del todo, en seguida entablamos conversación. Así comentamos la poca gracia de las auxiliares a la mañana cuando nos preguntaron si queríamos lavar nosotros a los críos. ¿No te pagan a ti por eso, maja? Es lo primero que se me ocurrió espetarle a la pava, a ver si me voy a poner yo a ello y me cargo el gotero que suministra suero a mi niño, cómo no estoy acostumbrado a lavar a críos entubados... En eso que interviene el paisano; "si no quies lavalu non pasa ná porque ten los guajes tres días como gochus, ho".
La mujer que no sabe dónde meterse y yo que procuro no manifestar ninguna opinión al respecto siquiera ya sólo facialmente. Pero como el hombre se aburría, que no sabía que hacer, pues que no se le ocurre otra cosa que bromear con su hijo, se supone que para tratar de animarlo. En eso que hace como que le mete un puñetazo en el costado, "venga, campeon, qué tú yes més fuerte que to esu"
-¡Joder, papa, qué me haces daño! -el crío pega un grito.
-¡Qué haces, no ves que es ahí donde tiene la herida? -la madre que no da crédito a lo que ha estado a punto de hacer su esposo.
Yo me aguanto la risa, no lo puedo evitar, me hace gracia ver a alguien todavía más torpe que yo, alguien con menos acierto de lo que yo he tenido nunca. Ahora bien, hay que reconocer que el hombre, tan brutico él, tan inclasificable dentro de su especie de paisano como que recién bajado de la braña más remota de todo el campo asturiano, si tenía alguna cualidad, porque yo otras no le veía por ninguna parte, y es que por mucho que digan ellas todos tenemos al fin y al cabo alguna que nos hace más o menos digno de ser queridos, tolerados o algo así, esa no era otra que la facilidad con la que le hacía pasar a uno de la vergüenza ajena a la risa y de ahí directamente a la mala hostia. Y es que no contento con haber estado a punto de reventarle la herida de la operación a su hijo, sólo se le ocurre, cuando ve que su hijo vuelve a vomitar la sopa que le han puesto para la cena, regañarlo a grito pelado porque según él la culpa era del crío por haber comido tan rápido.
Llegados a ese punto sólo puedes sentir lástima por el chaval y también de rebote por la madre. No concibes como una mujer tan amable y educada ha podido acabar con semejante cafre, cómo incluso le entiende cuando habla, si es que no ladra. Más todavía cuando ella cuenta anécdotas bien chungas de la relación tormentosa que mantiene con su familia política, gente mala que parece estar en este mundo sólo para hacer la vida imposible al prójimo. Pero en fin, aquí hay que recurrir a eso tan manido de que el corazón tiene razones que la razón desconoce. El caso es que tienes delante un tipo de hombre tan primitivo, tan básico, que no te lo imaginas ni en una tribu africana o del Amazonas, como que hasta los nativos de aquellos lares, con taparrabos incluido, se te antojan mucho más civilizados o sensibles con su familia que este baldarra de aquí al lado. Da miedo especular con la vida diaria de esta pareja, tendrá algún lado bueno, supongo, algún momento por lo menos, puede que hasta se le entienda lo que dice con el tiempo, que a saber. En fin, también te entran ganas, también, de espetarle a tu pareja: ""para que luego te quejes de mí, cha-ti-na!"
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