Leo en El País de hoy el reportaje sobre la increíble y vergonzosa situación de la ciencia en España, esto es, la vuelta a los tiempos del unamuniano "¡que inventen ellos!", probablemente uno de los campos en los que más evidente es la cortedad de miras de nuestra supuestas élites gobernantes, cuando no también el garrulismo atávico de gran parte de la población que identifica de inmediato ciencia con microscopio y para de contar, y me encuentro con una declaración de Emilio Lora-Tamayo, que me ha encantado. Dice el presidente de CSIC que lo único que puede hacer en este momento la ciencia española es "capear a la bretona". Parece ser que en una situación realmente desesperada de tormenta, capear a la bretona es desmontar los aparejos del barco, retirar todo de cubierta y guardarlo en la bodega, trincar el material... los tripulantes se atan como pueden para aguantar, y el barco... quién sabe dónde acabará”.
Y claro, quien dice la ciencia española dice cualquiera de nosotros, pobres pringados con el culo poco o mucho pelado pero, de no ser unos verdaderos privilegiados o suertudos, indudablemente jodidos por culpa tanto de la dichosa crisis como de los abusos que se están cometiendo desde arriba teniendo a ésta como coartada. Aún más, en cuanto haces un poco de memoria, sobre todo si preguntas a tus mayores, enseguida caes en la cuenta de que eso de capear a la bretona no es otra cosa que lo que han hecho durante generaciones miles de españolas y que castellano sería algo así como plegar velas, poner tus barbas a remojar, guardar los trastos, o cualquier otra expresión de las que indican que en situaciones complicadas mejor tirar por el camino del medio o hacerse a un lado a verlas pasar o en ese plan.
Sin embargo, me encanta la expresión francesa por sus obvias reminiscencias marinas y que tanto me evocan la mejor literatura de Conrad, Melville e incluso el propio Baroja. Y es que a poco que conozcas tanto los clásicos como las historias de la gente de mar no te queda otra que condescender con ellos en lo de que una travesía en barco es lo más parecido a una metáfora de la vida. Porque una vez embarcado tu sino depende tanto de tu pericia como marino como del estado de la embarcación o, sobre todo, de los golpes de la fortuna, esto es, del capricho de los elementos.
Y no puede ser más cierto, ahora nos toca capear, no ya una tormenta, que es lo que habría sido la crisis en caso de que nos hubiera tocado vivirla en otro país al norte de los Pirineos, sino más bien una galerna de dimensiones épicas, vamos, de las que poco más o menos te mueven un continente de sitio. Esa es, siquiera, la sensación cada mañana nada más abrir el periódico, conectar el ordenador o ver un telediario; no hay día que no te golpeen en forma de ola sobre la borda noticias del derrumbe, no ya económico, que eso ya por descontado, sino sobre todo de la miseria política y moral que la crisis está sacando a flote, la evidencia de que ni éramos tan ricos como creíamos, ni el país había avanzado tanto como pensábamos, ni siquiera era tan democrático y justo en comparación con nuestro pasado más inmediato, sino más bien todo lo contrario, era un castillo de naipes que se ha ido abajo en el momento en el que sus pilares, esto es, las instituciones, la justicia, la banca, etc., se han revelado podridos.
Por eso parece que ahora nos toca a la mayoría de nosotros, desde nuestra inevitable y casi que también endémica "mindunguinidad", esto es, insignificancia o irrelevancia, capear a la bretona como lo hicieron nuestros mayores, ya fuera bajo el yugo de una dictadura o para sobrevivir a las malas condiciones del momento, la eterna e inacabable posguerra, que duró más en el corazón de la gente que en el estómago. Y sin embargo, por qué hacer como los bretones, desmontarlo todo y guardarlo en la bodega para confiar en el designio de los vientos, se supone que con la única ayuda de los rezos, o en su defecto cruce de dedos o cualquier superstición al uso. Por qué, sobre todo teniendo en cuenta que por muy mal que estemos tampoco lo estamos, ni lo estaremos, como lo estuvieron de verdad nuestros abuelos o como todavía lo están de continuo en otras latitudes que ni siquiera han podido atisbas eso del desarrollo, por qué, ya que esto va de metáforas marinas, no hacer como dicen los rusos, "Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla", es decir, confiar en nuestras propias fuerzas para, una vez plegadas las velas y trincados el resto de los aparejos y echar la mano a los remos para intentar remar contra corriente hacia la costa más cercana. Si al final encallamos, qué le vamos a hacer, por lo menos no nos hemos resignado como los bretones a verlas venir, por lo menos lo hemos intentado con todas nuestras fuerzas, algo así como mejor morir como rusos que como bretones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario