Ella desde el otro lado de la puerta:
"ábreme, coñomadre, quién tú te has creído que eres".
Él siempre arrecho como nunca:
"a ver tú qué entiendes, chama, cuando te botan a la puta calle."
Ella y su oratoria de boleros:
"Ya luego te arrepentirás y vendrás a buscarme"
Al rato se puso a cantarlos detrás de la puerta.
Yo ya no sabía dónde meterme,
no sé si de vergüenza ajena
o de puro aburrimiento,
hacer como que no estaba.
No es que fuera indiferente,
es que ya había intervenido en otras ocasiones
y el que peor se lo había tomado siempre había sido ella,
como si al hacerlo cuestionara la autoridad de su macho.
Anda y que os jodan a los dos,
fue mi decisión para el resto del fin de semana.
Pero ella seguía cantando boleros al otro lado de la puerta,
en mitad de la noche y en la calle.
Yo intentaba aislarme de todo entre las sabanas,
también, también abrazado a una botella de ron Cacique,
y ni por esas, donde esté el Habana 7...
Me hice el dormido y en seguida oí cómo se abría la puerta.
No tardaron ni dos minutos en ponerse a coger como conejos
al lado de donde yo estaba;
es que disimulo la mar de bien.
Todos los días las mismas arrecheras,
todos los días un culebrón venezolano
cuando menos me lo esperaba.
Todas las noches se perdían el respeto,
se agredían, prometían no volver a verse
él la echaba a la puta calle,
ella le cantaba boleros.
Luego ya hacían las paces
y se ponían a tirar sin pensárselo dos veces
Todas las noches también me venía a la cabeza
el nombre de aquel bolero oído no sé dónde:
"qué extraña manera de quererte".
La verdad es que me dieron el viaje.
"Ah, primo, no te me ladilles, échate un camarón..."
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