lunes, 30 de noviembre de 2015

TEORÍA DE LA RELATIVIDAD



El martes a la noche llego a casa de mi madre tras tres horas de viaje desde Oviedo y otras dos o tres visitando a un amigo en el hospital, que anda que no se le deben hacer poco largas ni nada al pobre todo el día pasillo arriba y abajo. Llego, por lo tanto, con un hambre que me muero a pesar de haberme zampado antes de salir una barra de pan de pueblo, que le dicen, en dos bocatas, uno de bacon untado con ajo y salsa de tomate casera, y el otro de tortilla francesa untado con alioli; para chuparse los dedos. Total que no tenía intención de cenar, o más bien de cenar lo de casi todas las noches: una manzana y un yogur. En eso que me dice mi madre que me ha preparado un bacalao con tomate con pimientos de tiras: pero, que como mi hermano no le había traído un lomo en condiciones, sino bacalao desmigado, la parte menos noble del bicho, pues que le había salido una puta mierda. En eso que miro la cazuela y me digo que no me resisto. No porque además acaba de sacar del horno una barra de pan recién hecha y, ay amigo, eso ya no, a eso ya no hay quien se resista, sobre todo después de un largo día de frío y lluvia. De resultas que comienzo a picotear un poco con la intención de reservar para el día siguiente, y no, no consigo hacerlo porque el bacalao estaba sencillamente delicioso.

-No sé si te habrás dado cuenta, pero te ha salido un ajoarriero para chuparse los dedos.

-Bah, si no te lo comes tú o tu hermano mañana se lo echo a la perra o lo tiro directamente a la basura...

Y en eso yo, con la boca llena a dos carrillos, que caigo en la cuenta de que por mucho que me aplique en la cocina con el bacalao, por mucho lomo de primera que compre, por mucha receta al pil-pil, a la riojana, con pisto, con hongos, ajoarrierro, zurrukutuna, soldaditos de Pravia, a la bras o cualquier otra receta portuguesa, por mucho vídeo de David de Jorge, Arguiñano, Bruno Oteiza u otras celebridades al uso, por mucha literatura culinaria al estilo de la del amigo Josema Azpeitia, nunca, pero nunca, nunca acaba sabiéndome tan rico, auténtico, apetecible, glorioso, como el de mi madre por muy desmigado y de mala calidad que sea según ella. Misterios culinarios.

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