Comida de menú en un bar del centro. Paga el editor Antonio Pereira, nieto de un reputado periodista cultural portugués que dio mucho de qué hablar hacia en final de su vida durante los años treinta, porque es a él quien compete decirle al joven escritor Inácio Monteiro que su novela funciona, sí, la trama atrapa y la ambientación está muy bien conseguida, que se le nota oficio y hasta un talento especial recreando situaciones y personajes, ya que ni salda precipitadamente las descripciones con un par de trazos más impresionistas, ni aburre con largas y pormenorizadas disquisiciones al respecto. Empero, el problema, la gran pega que a juicio de Pereira hace el libro impublicable, reside en el personaje principal de toda novela negra: el comisario
-¿Un oficial de las SS?
-Sí, ¿por qué no? No un oficial cualquiera. Mi comisario no es una nazi al uso, un fanático. Ni siquiera se podría decir que está en las SS porque comparta el ideario del partido. Es un superviviente, alguien que llega a su puesto casi que por rebote, escapando de un futuro incierto y puede que hasta de una condena a muerte.
-Y aún así se lo toma tan en serio que incluso llega a oficial.
-Porque se trata de un tipo serio y eficiente en todo lo que hace, independientemente de para qué o quiénes trabaje.
-Vamos, el esbirro perfecto –apunta el editor con una media sonrisa.
-No es eso, no –el escritor se revuelve en su asiento-. No es que no se plantee nunca si lo que hace es correcto o no, sino que ha vivido tanto y conocido a tanta hijo de puta a un lado y otro de la correspondiente trinchera ideológica, que ya no se fie de nadie, nada le sorprende, todo lo cuestiona, no se puede permitir semejante lujo.
-Ya veo, un cínico para el que los dilemas moras siempre son una pérdida de tiempo –sentencia el editor.
-Yo no diría tanto –replica el escritor sin mucha convicción-. Digamos que, después de tantas malas experiencias con los de un bando y los del otro, ha llegado a la conclusión de que en esta vida cada cual tiene que sacarse las castañas del fuego por su cuenta y que no hay más certezas que las le ayudan a uno a mantenerse vivo entre tanto horror.
-Pues eso, lo que yo decía: un cínico –insiste el editor.
-Yo no le llamaría así. Prefiero el término descreído.
-El caso es que su comisario colabora, y además desde un puesto destacado, con el que fue el brazo ejecutor de un régimen, el hitleriano, que asesinó a millones de seres humanos en razón de su ideología, raza o religión.
-Hombre, visto de esa manera sí que puede parecer que… -vacila el escritor antes de seguir con la defensa de su personaje-. Le voy a ser sincero, creo que el mayor atractivo del libro es precisamente ver cómo se desenvuelve un hombre sin más ideología que la pura y dura supervivencia en los escenarios y situaciones en los que los miembros de las SS estaban presentes. A mí al menos no me cabe duda de que aporta una perspectiva de lo que son los interiores del régimen nazi que hasta ahora nadie se había atrevido a trasladar a los libros.
-Quiere decir que nadie se había atrevido a ceder todo el protagonismo de una novela a un miembro de las SS. Le diré que el premio Goncourt del 2006, Les Beinveillantes de Jonathan Littell, tenía como protagonista a un ex oficial de las SS que décadas después narra la historia de su participación en las masacres de judíos, en las cuales la mayor parte del tiempo se siente más un observador que un participante ya que apenas muestra arrepentimiento. En este caso el autor elabora un retrato del personaje a través de sus actos y reflexiones en el que al lector no le cabe duda de lo execrable del personaje, y por extensión también de todo lo malo a lo que puede llegar la condición humana.
-Pero ese no es el caso de mi comisario –se precipita Monteiro en su contestación, casi que ofendido por la insinuación que cree adivinar en las palabras del editor-. Mi comisario no se manifiesta en ningún momento de acuerdo con el régimen para el que trabaja. De hecho creo que no son pocas veces en las que pone a caer de un burro a sus superiores y, ya más en concreto, a conocidos gerifaltes nazis. Insisto en que mi comisario no es una nazi convencido, militante, es un superviviente que se ha visto atrapado en un momento concreto de la historia de su país y que procura cumplir con su cometido lo mejor que puede y además procurando ser siempre justo y compasivo con sus semejantes, al fin y al cabo tan víctimas como él de la época que les ha tocado vivir.
-Si yo no digo en ningún momento que usted defienda el nazismo en su libro –el editor procura templar el ánimo cada vez más exaltado del padre de la criatura-. Lo único que quiero hacerle notar es que en el contexto del periódico histórico que usted describe en su novela, el del régimen nazi y sus crímenes contra la humanidad, un personaje que intenta sobreponerse al horror que le rodea subiéndose a la atalaya de la equidistancia se me antoja tan censurable o más que el nazi convencido que no duda en disparar sobre sus víctimas o se regodea de la muerte de éstas.
-Pues ya lo siento, pero no comparto su punto de vista. Estoy convencido de que la gente está ya muy harta de tanto maniqueo histórico, de que le digan quiénes son los buenos y quiénes los malos, casi que por decreto. Como si no hubieran existido personas como mi personaje a los que les tocó estar en medio a la fuerza o por puro azar, que no tuvieron ni siquiera la opción de posicionarse, de elegir bando. Y todo porque de lo que se trataba era de sobrevivir. A decir verdad, el único compromiso verdadero del ser humano es para con su instinto de supervivencia.
– Estamos hablando de un mínimo de 11 000 000 personas asesinadas entre judíos y otros grupos étnicos, sociales e ideológicos.
-Ninguna de esas muertes tienen que nada que ver con mi personaje –replica el escritor, no sólo convencido, sino incluso molesto por la rotundidad de la cifra que acaba de ponerle sobre la mesa su cada vez menos potencial editor.
-Ya, pero resulta que en su novela usted si ensalza en valor, el sacrificio incluso, de los miembros de las SS hasta el último momento de la derrota frente a los rusos. Dicho de otro modo, usted se regodea en la épica de los agresores, convierte en héroes a los verdugos.
-Son personajes que se sitúan por encima de los acontecimientos.
-Yo diría más bien que conviven y convienen con ellos sin mayores inconvenientes, que utiliza el lado humano de los verdugos para presentar un aspecto de la Historia que era poco conocido. y aún así, el resultado dista mucho de ser un alegato en contra de las razones que motivaron a aquellos hombres vestir el uniforme de las SS en lugar de oponerse al régimen nazi.
-Creo que esa es una pejiguera moral que flaco favor hace a la creación literaria.
-Insisto: 11 000 000 personas asesinadas.
-Bueno, quizás el tema de la Alemania nazi sea demasiado delicado y controvertido como para que se entienda un personaje como mi comisario –Monteiro intenta corregir el rumbo de la discusión ya visiblemente cansado-. Al fin de cuentas, lo único que quiero demostrar es que se pueden encontrar hombres y mujeres extraordinarios hasta en el infierno. Personajes que saben sobreponerse a las circunstancias de su época y que destacan por sí mismos más que por sus lealtades a uno u otro bando e incluso por sus convicciones. ¿Qué le pacería si en lugar de un comisario de las SS y la Alemania nazi de los años treinta y cuarenta, trasladara la trama de mi libro a nuestro país, en concreto al Portugal de Salazar, y convirtiera a mi personaje en un comisario de la PIDE? ¿No se le antoja ahora menos controvertido?
-Para el caso…
– Pues le voy a decir una cosa. En España, porque nosotros siempre estamos mirando lo que hacen en el país vecino, hay un tipo que escribe novela negra con un personaje muy parecido al mío y la verdad es que lo está petando. Probablemente no haya ahora ningún otro escritor español vivo que venda tantos libros como él.
-No le digo que no. Lo que pasa es que yo no me metí en esto de los libros para hacerme rico, sino más bien para intentar vivir con dignidad haciendo lo que más me gusta.
-Que por lo que veo no es otra cosa que tirar de prejuicios.
-Cada cual tiene los suyos –sostiene Pereira.
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