"Había que matarlos a todos!" suelta estentóreamente el viejo que se despide de la cafetería. Se supone que se refiere, cómo no, a los integristas islámicos como el de la matanza de Orlando porque de eso iba la discusión que mantenía con otros parroquianos junto a la barra. Se supone pero nunca se puede estar seguro de que no se refiera también a los musulmanes en general, pues a la vista de que su argumento principal para erradicar el problema del terrorismo islámico no era otro que dar matarile a todo aquel que apunte maneras de yihadista, quién te dice que no está proponiendo también acabar con todos los musulmanes sin distingo. Al fin y al cabo, estas discusiones de barra entre paisanos es lo que tienen, que en ellas el que acaba llevando la voz cantante no es precisamente el más objetivo y documentado, ese por lo general aburre, sino el más bocazas, el que suelta la más grande, y en este caso en concreto además el más "babayo" del lugar, que es término asturiano para decir tonto del culo. Y no hay mayor enormidad que exigir a gritos que los maten a todos. ¿Pero a quiénes? Porque el babayo de turno, con tal de dar la nota, un día te habla de exterminar de la faz de la tierra a los musulmanes en general confundiéndolos con los yihadistas en particular, como te propone hacer lo mismo al día siguiente con la plana mayor de los de Podemos como ya hicieron sus mayores en el 36 para evitar una nueva, y según él inminente, revolución como la del 34, y que viene a ser, vaya por Dios, lo que decía hace unos días dado que por lo que se ve el hombre es muy de zanjar las discusiones con el resto de los parroquianos a golpe de exabrupto sobre la barra. Claro que tú, que de repente te ves apartado de la lectura de la prensa diaria por el bramido exterminador del viejo babayo, en seguida coliges cuánto de común hay entre éste y los yihadistas descerebrados e incluso con los dinamiteros del 34, en ese pujo de resolver siempre las cosas por las bravas. Porque no le da para más, en realidad es la única manera que tiene para hacerse notar y hasta apabullar en mitad de una discusión. Y eso acaso siempre y cuando tenga alrededor gente que le ría las gracias. Junto a una barra, claro, que si luego va y se presenta a unas elecciones y sale elegido sin importar en qué listas, estamos aviados, éramos pocos y ya tenemos a otro babayo en primera línea del frente.
*En la Taberna, Óleo de José Bardasano Baos
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