martes, 14 de junio de 2016

LOS LOCOS




Este pasado domingo me encontraba echando un pote con mi mujer y mi cuñada madrileña en el casco antiguo de Rivadeo, cuando de repente un hombre maduro y de aspecto desgarbado interrumpe nuestra ingesta cervecera con ración de rabas y tapa de callos por gentileza de la casa, para advertirnos a voces no sé qué de que su madre le había dejado salir de casa y algo más que no le llegamos a entender porque en seguida se dio media vuelta y enfiló calle arriba. Reconozco que al principio no caí en la cuenta porque nos encontrábamos en Galicia y ya se sabe, tierra de meigas y demás seres míticos, que con los gallegos nunca se sabe, distinguir según qué... Pero no, la verdad es que el tipo estaba como un cencerro, vamos, un loco de libro, de esos que desde que chaparon los frenopáticos ahora se confunden con la masa y de ahí que nunca sepas muy bien con quién tratas.

Hoy a la mañana cuando regresaba a mis quehaceres de acompañar a mis enanos al cole, veo a lo lejos en mitad de una de las calles empinadas -si bien este epíteto en Oviedo es redundante de necesidad- del barrio, a una chavala de unos treinta años, botas camperas, minifalda vaquera, vestido estampado y entallado con cinturón tamaño Piratas del Caribe, y una melena lisa de muchas horas de peluquería con escalera en las puntas a golpe de tijera que su dueña sacudía constantemente como si quisiera pintar el aire a brochazos, moviéndose frenéticamente arriba y abajo, siquiera dando vueltas alrededor de sí misma, con los brazos abiertos en plan "¡oh, Señor, aquí tienes a tu humilde siervo, haz que me toque la lotería!". Luego ya, a medida que me voy acercando, observo que parece estar manteniendo un vehemente diálogo consigo misma. Vaya por Dios, me digo, otra que chifló, no somos nada. Pero no, no estaba loca, sino hablando por el móvil sin manos, a través de unos cascos que pude divisar en cuanto llegué a su lado al mismo tiempo que escuchaba parte de la conversación: "le dices que yo no me humillo, que si tengo que perder un cliente lo pierdo y no pasa nada, será por dinero..; pero, yo no me humillo ante un capullo." Ni qué decir tiene que mi subconsciente machista tras siglos de dominación masculina y bla, bla, bla, hizo aflorar instintivamente en mi cabeza la palabra "felación", y esto en fino. Por fortuna, mi consciente no tardó ni un segundo en reprenderme por semejante desliz políticamente incorrecto y reconducir mis pensamientos hacia la idea de que se trataba de una joven y dinámica mujer de negocios en plena brega diaria por triunfar en un mundo de hombres y así.

Ahora bien, mi consciente será todo lo prudente, ecuánime, sensible y hasta socialdemócrata que quieras; pero, el caso es que tampoco pude evitar recordar cuánta y qué entrañable dignidad había en la locura del gallego de Rivadeo y qué poca en las sobreactuadas y desabridas maneras de una yuppy de tercera regional.

*El cuadro es de Victor Solana Espinosa, "No os preocupéis por nosotros, solo somos locos" (122×169, óleo sobre tabla entelada, 2010).

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