En un programa de tele dan a leer un chiste sobre Carrero Blanco publicado en un libro de Tip y Coll del año 1983. Preguntados por su opinión varios profesionales del Derecho, jueces, fiscales, algún catedrático y demás fauna del mundo ese tenebroso y pestilente de los tribunales, las fiscalías, los bufetes, las cátedras del ramo y todo por un estilo, la mayoría no duda en indignarse; por Dios, por Dios, qué oprobio, qué falta de gusto, qué atentado... Es una indignación demasiado patente, se diría que van a acusar al periodista de desacato, a rasgarse alguna vestidura. Sobreactúan para que no quede dudas de su opinión, faltaría, que para algo son gente con los tres dedos famosos de frente, de orden, del ramo, la Ley es cosa mú pero que mú seria, para ellos poco más que sagrada. Luego cuando les dicen que el chiste es de 1983 se relajan, vamos, que desparraman las nalgas sobre el asiento, ya pueden respirar tranquilos. Pero eso sí, no dudan en repetir que el chiste no les ha hecho maldita la gracia. ¿Y entonces qué les hace gracia a esta gente? Porque el chiste, no nos engañemos, no es que sea para partirse el culo, pero está bien traído, vamos, se aprecia ingenio.
Yo me temo lo peor, que está gente no se ría nunca, acaso en la convicción de que no se lo pueden permitir, el cargo es mucho cargo. Así que ya no es sólo que la toga imprima carácter, vulgo que haga que se les apriete el culo cuando tienen que aparecer en escena, impostar una dignidad que en principio nadie les niega como a cualquier hijo de vecino, acaso una solemnidad por lo que hacen o representan, la Justicia, oh, oh, oh, poca broma, hágase silencio en la sala. ¿Oh será la carrera de Derecho la que lo imprime? Jua, jua, jua, eso no, por favor, eso no, que yo algo, poco, sé de la carrera en cuestión, que entonces sí que me parto. No, me da que esta peña viene de fábrica, con el ceño fruncido o el morro torcido desde el útero de sus madres, que han nacido para ello. Son los tiesos sin remedio que nos rodean, solemnes hasta para ir al baño a soltar un cuesco. Luego ya según la época, y la sociedad que les toque, van buscando su sitio. Ayer los tenías en los púlpitos dando la murga al personal con lo que está bien y lo que está mal, fiscalizando las conciencias a golpe de cayado o anatema. Los más avezados, puede que tan sólo los que estuvieran en estado avanzado e irremediable de formalismo y rigidez anal, iban de cabeza al Tribunal del Santo Oficio. Allí ya a dar rienda suelta a esa predisposición innata de algunos de nuestros congéneres por ejercer de inquisidores a todas horas del prójimo, cuando no a servir lacayunamente a la autoridad al mando y a sus leyes por muy absurdas que sean éstas. Les va la vida en ello, no la entienden de otra manera. Tampoco saben defenderse si no es echando mano de sus prerrogativas: "¡te llevo a juicio, te llevo a juicio!" Y por eso también dan mucha, pero mucha grima, ellos y su impostado respeto reverencial a la ley.
Luego ya está esa otra subespecie todavía más patética, la de los que sin derecho a toga de juez, fiscal o abogado van por la vida ejerciendo de alguna de estas profesiones, esto es, los que aprietan el culo por principio o defecto, todo les parece mal, ven delito en todo, mandarían a la hoguera a todo cristo; ni una puta sonrisa. En fin, Señor, más líbranos de serios, amén.
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