(reseña publicada en SOLO NOVELA NEGRA: http://solonovelanegra.com/perros-que-duermen-resena/)
Son pocas veces en las que la publicidad que acompaña a un libro coincide con la realidad y ésta es una de ellas. Ésta es, en efecto, la novela más ambiciosa del reconocido escritor Juan Madrid, probablemente el mejor escritor español de novela negra con más de cuarenta libros a cuestas entre novelas negras y juveniles, y recopilación de cuentos y relatos. Una experiencia, o más bien maestría, que parece haber desembocado finalmente, y a una edad en la que la mayoría de los escritores tienden a tirar por el camino de lo fácil, a repetirse, en un novelón de la categoría de Perros que duermen.
Son cuatrocientas y pico páginas que se hacen cortas, en las que además no sobra nada; cosa rara en novelas de dicho tamaño, por lo general condenadas a ser tochos en los que el autor suele meter todo lo que viene a la cabeza sin discriminar entre lo esencial para el desarrollo de la historia y lo puramente accesorio y muchas veces simplemente pedantesco. Esto es así porque en realidad podríamos hablar de tres novelas entrelazadas. La primera nos presenta a Juan Delforo, escritor y periodista, y el legado de un policía falangista muerto que le hace llegar un antiguo camarada de éste, donde se habla de su padre, un alto mando militar republicano condenado y represaliado al final de la Guerra. La segunda relata la investigación del asesinato de una joven prostituta en manos de un jerarca franquista, o más bien de la eliminación de toda prueba por parte del falangista muerto. Y la tercera y última que nos refiere la historia del padre de Juan Delforo, su participación durante la guerra, su posterior cautiverio y su extraña relación con el policía falangista.
De ese modo, nos encontraríamos ante una típica novela que mezcla lo negro con lo histórico, una de tantas que pretende unir el aliciente de la trama policial con el presunto exotismo del pasado, en este caso las tristes y muy negras guerra civil y posguerra. Pero no estamos ante el enésimo intento de repetir un éxito exclusivamente comercial, no, estamos ante un sincero y emotivo homenaje del autor a sus padres republicanos, incluso ante un ajuste de cuentas del autor con el pasado, esto es, la reivindicación de una mirada sobre la época que nos ocupa, en flagrante discordancia con lo que parece que viene siendo la tónica general en lo referente a la literatura que se ha hecho en los últimos años sobre la guerra civil y toda la onda expansiva que ésta ha tenido hasta nuestros días. Me refiero, cómo no, a esas novelas en las que de repente policías franquistas, falangistas o no, se convierten en héroes románticos de una época en la que ellos ostentan una autoridad que les ha sido adjudicada por su adhesión a un régimen que ganó una guerra contra la legalidad republicana por muy imperfecta que fuera o por muchos crímenes que cometieran algunos en su nombre.
Sí, de repente surgen por doquier inspectores Andrades, jóvenes idealistas franquistas en palabras de Pérez-Reverte o ingenuos parientes con camisa azul del tipo del de Javier Cercas, todos con una aureola de tipos que oscilan entre la ingenuidad idealista de los años mozos y el individualismo equidistante al que lo mismo le da vestir un uniforme u otro porque el más puro cinismo le hace llegar a la conclusión de que todos son iguales, que es lo mismo estar en el lado de la República con su refrendada constitución democrática que en el de la dictadura franquista y su régimen de terror sobre los vencidos y/o disidentes. Personajes que sus autores pretenden hacernos creer que ocupan la posición que ocupan casi que por casualidad, independientemente de su afinidad o no al régimen fascista que los ampara, meros sobrevivientes en una época en la que sólo queda estar con los que mandan o con los que obedecer, ergo con los verdugos o con las víctimas.
No es una moda inocente, claro que no, es una reivindicación interesada del pasado familiar, o siquiera ideológico, de la España que militó, disfrutó y hasta se enriqueció bajo las alas de los vencedores y a costa de los vencidos. Y es una reivindicación que viene con trampa porque pretende sostenerse en el manido argumento de que los dos bandos tuvieron la misma cuota de culpa en el desencadenamiento de la Guerra Civil, que ésta fue inevitable por las acciones de unos y las reacciones de otros, que tan malos eran los unos como los otros, que la raíz de todo estuvo en el ancestral y vernáculo cainismo español, y eso como si fuéramos de verdad una subespecie al margen de la especie humana.
Y es precisamente contra ese blanqueo de la memoria de los vencedores, de los verdugos, que Juan Madrid ha escrito este homenaje a los últimos. Porque en Perros que duermen, los falangistas no son jóvenes idealistas cuyos ideales son tan nobles como los de sus enemigos, sus víctimas. No, son lo que fueron, incluso lo que ellos mismos se reivindicaban, ni más ni menos que la versión española del fascismo en boga en la época. ¿Se imaginan ustedes novelas de éxito en Italia o Alemania en la que los héroes son miembros de las SS o Camicie Nere resolviendo casos a mayor gloria de las respectivas legalidades nazi y fascista?, pues en esas estamos. En Perros que duermen los falangistas, policías o no, son descritos como lo que fueron, los verdugos y carceleros de la otra España vencida, gente que renegaba de la democracia liberal y de todo lo que representaba, que glorificaba el autoritarismo y la violencia contra sus adversarios, estos siempre enemigos. Gente mala, gente que apuntaló cuarenta años de nacionalcatolicismo.
Con todo, los retratos humanos que Juan Madrid hace de sus falangistas no caen en el maniqueísmo. Son retratos en los que también se pone de manifiesto el lado más humano de cada personaje, sus contradicciones, sus flaquezas, sus motivaciones. Pero, con todo, son lo que son, hacen lo que hacen porque están convencidos de hacer lo correcto por mucho que la Historia les haya quitado la razón, siquiera lo que un somero juicio moral y ético establece como contrario a los valores que las personas de bien consideramos positivos y lícitos.
Y en cuanto a sus víctimas, a los vencidos, está claro que Juan Madrid está de su lado, que se identifica con ellos porque son, sin ir más lejos, los suyos. De ahí que el relato del militar republicano sea uno de los relatos más emotivos y auténticos que yo haya leído en mucho tiempo. Por eso, insisto, Juan Madrid no engaña sumándose a la moda del blanqueo histórico, a la farsa de la equidistancia interesada, a la afrenta más descarada a eso que llamamos Memoria Histórica y que no es otra cosa que reivindicar las de los vencidos y represaliados porque durante más de cuarenta años quedó enterrada, literalmente y no, mientras las de los vencedores y verdugos fue glorificada a lo largo y ancho del territorio nacional en el más amplio sentido del término.
Pero si hay un valor que sobre el que merece la pena insistir todo lo que haga falta, ese es el hecho de encontrarnos ante la obra más redonda de maestro del realismo, ese por el que el mismo Juan Madrid cuenta que otros escritores como Manuel Puig le decían con no poca coña; «Estás jodido, Juan. Se te entiende todo». Un realismo que en este caso más que nunca se me antoja la única forma honrada de hablar sobre la Guerra Civil, con toda la crudeza necesaria, amén de una documentación pormenorizada, para describir escenas de batalla, o las condiciones de cautiverio del padre de Pedro Delforo, según nos tiene acostumbrados con las de crímenes en sus anteriores novelas.
La novela también contiene alguna de estas escenas que podríamos denominar tan de “Juan Madrid”, ésas en las que la descripción de la escena más o menos truculenta siempre quiere aportar más información de lo evidente o exclusivamente sumarial, a veces hasta verdaderos estudios psicológicos de los asesinos e incluso de los investigadores encargados del caso. Sin embargo, la trama negra que parece querer servir de hilo conductor a la novela no acaba de adquirir la fuerza que requeriría una historia hilvanada alrededor de está. A mi juicio se queda en muy segundo plano, apenas una excusa para arrancar a escribir este conmovedor relato de vencedores y vencidos. Y esto, lejos de ser un defecto, lo juzgo un verdadero acierto, porque es precisamente por eso que la novela trasciende el género y se convierte en el novelón sobre los vencidos de la Guerra Civil del que hablo. En resumen, toda la maestría del mejor exponente del realismo español, de la palabra exacta y la frase escueta, a servicio de una historia tan necesaria como conmovedora.
© TXEMA ARINAS . JUNIO 2017