viernes, 30 de junio de 2017

DE NUBARRONES CON CHUBASCOS Y CLAROS DE SOL


Salgo a andar como casi todas las tardes, puede que esta semana con la mente más despejada de lo habitual porque tenemos a los críos de "campamento" con sus abuelos maternos en una aldea marinera del occidente astur, y eso hace que no salga por la puerta de casa preguntándome si mis dos hijos son el castigo que un Dios inexistente pero harto cabroncete me ha impuesto por mis muchos pecados en el pasado. El caso es que hace una semana salía a la calle en pantalón corto y camiseta, y esta, en cambio, en pantalón largo, con chubasquero y paraguas como si de repente hubiéramos entrado en el otoño y el verano hubiera sido visto y no visto, apenas un sueño, una ráfaga de sol y calor que paso delante de nuestros ojos sin darnos tiempo siquiera a sacar las sandalias del armario.

Así que una vez más sobre el asfalto me encuentro con el chaparrón de la tarde. En realidad lleva toda la semana igual, alternando a diario nubarrones con sus aguaceros y claros con sol, repentinas subidas y bajadas de temperatura que quieras o no afectan al carácter. Claro que a algunos nos afecta todo y basta la menor alteración de nuestra monotonía para sacarnos de quicio, lo que en mi caso se traduce en un tiovivo de salidas que oscilan entre lo muy, demasiado, insoportablemente gamberro, faltón o meramente procaz, no digamos nada si además veo aparecer en la caja tonta algún destacado miembro del partido en el gobierno e incluso de otros, y momentos de bajona a lo no sé qué hago todavía en este puto mundo que ni mis hijos preguntan a su madre por mí cuando habla con ellos por teléfono.

En fin, nada del otro mundo, cada cual lleva su cruz encima, eso y que, para qué engañarnos, soy lo que viene a decirse un puto venado. También es verdad que alternar el blues, el son cubano, la bossa nova, Paul Weller e incluso Rod Steward -sí, todos tenemos un lado hortera y algunos hasta varios- con Mendelssohn o Satie, y no digamos ya si me da por los fados, el flamenco o las canciones tradicionales vascas con acento vascofrancés, tampoco ayuda mucho a evitar los bruscos cambios de ánimo que experimento a lo largo del día. Y conste que esto de la música no es tontería, no más de lo que parece, pues he comprobado empíricamente que a la hora de la cocina no es lo mismo ponerse entre fogones con una música u otra de fondo haciendo el mismo plato; una tortilla de patatas con bossa nova de fondo sale siempre picante aunque no le eches nada, y, en cambio, con música de Coltrane, como que deconstruida sin que te lo propongas.

De todos modos, la caminata de hoy ha sido como un resumen de mis días, una sucesión intermitente de chubascos y claros de sol entre las nubes. Así que cuando he llegado al portal de casa me he acordado de repente del cuento, Idazlea eta Deabrua (El escritor y el diablo), del libro de Juan Luis Zabala, OSPA, en el que el narrador comentaba cómo después de una caminata como la mía se daba cuenta de que no se acordaba de nada de todo a lo que le había estado dando vueltas mientras andaba, algo así como si las ideas que uno va recogiendo en su cabeza fueran las gotas sobre el chubasquero que al término del trayecto se han secado completamente.

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