miércoles, 11 de abril de 2018

URBANOS


Los autobuses urbanos son muy peligrosos para los "fabuleros" redomados como un servidor. Hoy a la vuelta del dentista me he montado en uno y en seguida he notado la tensión que para mí supone el esfuerzo de no abandonarme a mis pajas mentales a cuenta de cualquier nadería, con el fin de no pasarme de parada. Porque, si bien es cierto que en Vitoria nunca me pasa porque no cojo un urbano desde que era pequeño para ir a las piscinas de Gamarra en verano, en otros sitios donde he vivido, o que he frecuentado, siempre he tenido algún que otro percance con el urbano y las paradas. En Donosti creo que falté a más de la mitad de las clases de primero de derecho por culpa del urbano que cogía en Amara para ir hasta la facultad en el Antiguo dado que casi todas las tardes acababa haciendo el tour turístico sin habérmelo propuesto. En Dublín no fueron una ni dos ni tres las veces que acabé de noche en las cocheras de los urbanos porque servidor perdía la noción del tiempo imaginando vete a saber qué pendejadas a través de la ventana de aquellos autobuses verdes con más de una, dos y hasta de tres pintas negras encima y también algún que otro güisquicito, lo que decían un black&white de fin de semana. En Budapest, si bien esto ya en el tranvía, me daba cuenta de que me había pasado las estaciones del centro cuando, de repente y por lo que fuera, conseguía abstraerme de mis historias y me fijaba a través de la ventana en que los hombres iban en camisetas de tirantes enseñando pelambrera en el pecho, las mujeres en bata de andar por casa con rulos en la cabeza y los chiquillos correteaban por todos los lados sobre aceras reventadas por las raíces de los árboles y de las que asomaba todo tipo de vegetación. Ya en Oviedo han sido pocas las veces que he cogido solo el urbano; puedo asegurar que conozco rincones del extrarradio de esta ciudad de los que la mayoría de los carbayones (ovetenses) no han oído hablar nunca. Sin embargo, jamás me ha pasado nada parecido en el metro de Madrid, Bilbao, Londrés, París o cualquier otro. Supongo que allí abajo me resulta imposible echar a volar la imaginación porque, a falta de vida al otro lado de la ventana, lo único que deseo es salir a la superficie lo antes posible y de ahí la atención con la que me fijo en las paradas. En cambio hoy, y aunque reconozco que ha habido un momento que me he estado a punto de caer en la tentación de fabular una historia relacionada con un jubileta en pantalón en chándal y deportivas, algo así como "cariño, salgo a correr un rato, no me esperes a comer...", he estado atento y he conseguido no acabar una vez más en Las Campas; para los de fuera de Oviedo, algo así como a tomar por culo de donde vivo. Se ve que poco a poco voy madurando.

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