He pasado una noche terrible. Una pesadilla tras otra, de esas que dice mi compañera en esta vida y olé que son en fase REM (es hija de médicos y vivir con ella es como pasar consulta a todas horas sin pedir cita). El caso es que me he levantado hecho polvo porque he estado sobresaltándome cada dos por tres con su consecuente visita al escusado para descargar la uretra. Tengo la sensación de que ha sido como un maratón de series cutres de un domingo a la tarde. Pero, sólo me acuerdo de tres y no acierto a adivinar qué las ha motivado porque, aunque parezca mentira, me perdí la charla que Sigmund dio en Viena para presentar su libro Die Traumdeutung ("La Interpretación de los sueños" para los no familiarizados con la lengua de Goethe). En cualquier, las pesadillas son las tres que siguen:
1.) Mi señora me sugiere hacer el amor en la habitación donde dormíamos hasta hace poco. Nos despelotamos y, cuando vamos a meternos en la cama, suena el timbre. Entonces va ella y me dice: "Debe ser Rafael Moneo que había quedado con él para enseñarle la casa..." Yo alucino en colores, "¿Rafael Moneo? ¿Enseñarle la casa para qué? Ay, ay, más reformas..." El caso es que me visto para saludarle, porque no todos los días se conoce a uno de los arquitectos españoles más famosos y reputados del mundo. Y oye, que no se me bajaba la erección, que no había forma de doblar eso. Todo es muy raro, y cuando digo todo es todo... Sobresalto.
2.) Me veo de periodista acompañando a Feijoo, Ayuso y una moza del PP vasco que me suena de los Knörr o así, por la zona de Mendizabala en Vitoria. Me dicen que van al pueblo donde vive mi madre a dar un mitin, una aldea de poco más de cien habitantes a los pies del monte Zaldiaran. Los subo a mi coche porque parece que pretenden ir andando y no es plan, alguien podría reconocer a Feijoo y pedirle para unas rayas o a Ayuso y ofrecerle una cesta de fruta. Y también, también, para qué negarlo, porque aunque esto es un sueño y no alcanzo a comprender qué coño hago yo con esta peña, la verdad es que siento mucha vergüenza ajena.
Luego al llegar al pueblo resulta que son fiestas. Pero no como las de ahora, que ya no va ni Dios, no, sino fiestas de las de cuando yo era chaval y todavía no ponían controles a la entrada de Vitoria para hace caja con la marabunta de chavales entregados al desenfreno etílico y la concupiscencia. El caso es que bajamos del coche y yo me separo del amigo del narco y compañía para irme de cabeza a la txozna de la plaza. Como no aguanto el barullo, Joselu Anaiak a todo trapo para no variar, "Ay Anselma, Anselma, Anselma, anderetxo laztana...", vamos, para matarse uno allí mismo a patxaranes, decido bajar hasta la casa de mi madre con el fin de esconderme en la cama de Ayuso, la cual se ha pasado toda la verbena acariciándome la barba a la vez que me decía, sobre todo a medida que más soplaba: "Mar, hombretón, inspírame una de las tuyas! Pero, resulta que no hay forma humana de salir de la plaza porque cada vez que lo intento, y sin saber cómo, acabo justo debajo del escenario donde continúa con verdadera saña la pachanga de los Joselu Anaiak. Al final decido escapar de la calle plaza cruzando la parte delantera de una furgoneta de esas que venden comida para poder resistir de "gaupasa", creo yo, también puede que fuera la de los churros, ni puta idea. Empero, cuando me meto en la furgoneta para cruzar al otro lado, descubro que no quepo, soy demasiado alto y corpulento, de modo que me tengo que agachar, prácticamente tirarme al suelo, gajes de ser un chicarrón. Ahí me quedo el resto de la noche, como en el cuento de Los viajes de Gulliver, hasta el segundo sobresalto que me devuelve a la supuesta realidad y de paso junto al retrete del baño.
3.) Voy con mi señora a través de una tormenta de nieve atravesando un infinito blanco. Vamos ataviados a la rusa, esto es, abrigo como de trampero tártaro y gorro de piel para desfiles en la Plaza Roja. Tengo hielo hasta en los pelos de la barba, a mi mujer, en cambio, le cuelga de la nariz una especie de mini carámbano. Como nieva de lado, lo peor en estos casos, no se ve un pijo. Yo le digo que sigamos adelante, que ya estamos cerca de donde sea que vayamos. Ella cada vez más borde conmigo, para variar, que si no tengo ni puta idea de hacia dónde nos dirigimos y todavía menos por qué, que si no he mirado antes en el google maps, que por qué no pregunto a los esquimales. Entonces un oso polar que se nos viene encima al trote. Sobresalto.
La primera pesadilla yo la achaco, dejando a un lado lo de mi lujuria insaciable, a que esta semana leí algo sobre un homenaje que le hicieron a Moneo en una bodega. La segunda a lo de que desayunar todas la mañanas viendo el programa mañanero de la Intxaurrondo y el Marc tenía que afectarme sí o sí. En cambio, ¡ay amigos!, de la tercera confiero que no me cosco una mierda. Ni idea. Ahora, y por si le sirve de pista al freudiano de guardia, ayer sólo comí una ensalada ilustrada con hígado de bacalao y una merluza al horno sobre una capa de patatas con pimientos, cebolla, y tomate, luego ya por encima una fritada de ajos con vinagre de sidra, pimentón y bizigarri, de postre un descafeinado con leche. De cena el yogurt de todas las noches. Lo malo si eso este finde en casa, que si los potes y pinchos de la mañana por lo viejo de Gasteiz, la cena con los amigotes y la comida familiar del domingo; ¡ay!
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