Jorge Ibargüengoita, un grande la literatura en lengua castellana que va a ser que, como le echaba mucha gracia a lo suyo, algunos próceres de las letras hispanas lo quieren encasillar en escritor mejicano y poco más. Parece una constante entre entendidos con cátedra y sin ella, el sarcasmo fino y salvaje como que mancha, no es de buen tono, afea la afectación pomposa que algunos creen innata a la con mayúsculas. Lo dicho, un grande.
"Cuando estábamos discutiendo el plan de campaña en el tren en donde habíamos establecido el
Cuartel General de la Fuerza Expedicionaria del Norte, nos avisaron que en un automóvil con
bandera norteamericana había llegado Mister Robertson, que era el cónsul en Pacotas, y que
quería hablar con nosotros.
—Si cae una bala de aquel lado del río —nos dijo Mister Robertson, que era un americano tan
colorado que parecía que iba a reventar—, el Gobierno de los Estados Unidos le declara la guerra
a México.
Nuestro plan de ataque suponía un bombardeo previo, hecho de tal manera, que no iba a caer
de aquel lado una bala, sino mil.
—Pero comprenda usted que si estamos tirando de aquí para allá, algunas balas se tienen que
ir para aquel lado —dijo Trenza con mucha razón.
Por toda respuesta, el americano nos enseñó una carta del Departamento de Estado que, según
el capitán Sánchez, que sabía inglés, decía efectivamente que nos declararían la guerra si se nos
iba una sola bala.
—Siempre ha sido un país muy egoísta —le dije yo, que estaba enardecido.
—Ya estamos cansados de sus revoluciones —me contestó él.
Yo le contesté que no era ésa la manera de tratar a un país que había luchado tanto como
México por la Justicia Social.
—Nos parece muy bien que ustedes luchen por la Justicia Social, pero si no nos dan garantías,
los que vamos a ocupar Pacotas somos nosotros —nos dijo textualmente Mr. Robertson.
Trenza, que, cosa rara, ese día estaba muy conciliador, dijo entonces:
—Comprenda que si queremos abrir la frontera es porque vamos a comerciar con ustedes.
—Pues abran la frontera y comercien con nosotros —dijo el taimado yanqui, y repitió la
cantaleta de que si una sola bala. . . los Estados Unidos. . ., etc.
Luego sacó un papel, que quería que le firmáramos. Era un compromiso de respetar las
propiedades de los ciudadanos norteamericanos, y todo eso.
—Yo no firmo nada —dije. Y hasta tenía ganas de pasar por las armas a Mr. Robertson.
—Si no quiere usted firmar —me contestó—, el Ejército de los Estados Unidos ocupará
Pacotas mañana mismo.
Entonces, Trenza firmó, Canalejo firmó y a mí no me quedó más remedio que firmar.
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunté a Trenza cuando se hubo ido el gringo. Era imposible
hacer un ataque sin que la mitad de las balas cayeran del lado americano.
—Vamos a ver si quieren rendirse por las buenas —me contestó."
LOAS RELÁMPAGOS DE AGOSTO - JORGE IBARGÜENGOITIA
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