Siempre me ha gustado la literatura de viajes, ya fueran los libros de los grandes viajeros dando cuenta de los pormenores de sus expediciones al mismo tiempo que daban rienda suelta a su justificada vanidad, o esa otra contemporánea al estilo de la que hacen Reverte, Chema Rodriguez, Leguineche y en general casi todo lo que se publica o publicaba en Viajes Península y otras colecciones por el estilo. La literatura de viajes no sólo es una fuente de información de primera mano sobre aquellos países a los que te dispones a viajar en breve, o de los que vuelves y quieres seguir documentándote porque sientes que algo se te ha escapado, que no has entendido o simplemente que no quieres abandonar ese destino del todo; también es una manera de viajar sin moverte del sitio a cualquier parte que, sin embargo, no esté entre tus proyectos de viaje inmediatos o simplemente no tengas ni la más mínima gana de conocer in situ, ya sólo lo sea porque en muchos de esos destinos hace un calor insoportable, hay muchos bichos, casi siempre más grandes que sus homólogos occidentales, y/o ya no tienes una edad para dormir al ras del suelo, pelearte con las cucarachas para darte una ducha o recorrerte una urbe musulmán de cabo a rabo para tomar una simple cerveza.
Eso es lo que me pasa con Guinea Ecuatorial, antigua colonia española en el África Subsahariana, Negra que se decía antes, y cuya Historia pasada y presente siempre me ha fascinado por ser la única colonia española en esa zona y acaso también por su relación con mi paisano Iradier y otras historias menos épicas y acaso un poco más banales y tristes, puede que hasta chuscas, que me contó mi padre en su momento sobre ciertos conocidos suyos que estuvieron allí a hacer las "Áfricas" a golpe de machete y látigo sobre los lomos de los nativos, historias que dan para una versión hispana de En el Corazón de las Tinieblas de Conrad, esto es, con su ración correspondiente de chusquería y miseria de todo tipo. Con todo, nunca se me ha pasado por la cabeza visitar dicho país africano, ya sea porque a mi edad, con críos y las inevitables cargas pecuniarias, mis preferencias viajeras son bien distintas, ya sea también porque el poco contacto que tuve con esa parte del mundo ya me sació lo suficiente como para preferir hacerlo a través de los reportajes de la 2, el cine o del modo que ahora apunto: leyendo LA AVENTURA DEL MUNI de un tal Miguel Gutiérrez Garitano.
M.G.G nos cuenta su segundo viaje a Guinea Ecuatorial con el pretexto de seguir las huellas de nuestro común paisano Iradier. Y a eso se aplica a lo largo del libro, a recordarnos la epopeya, sí, del que sin lugar a dudas es el explorador español más conocido de su época y contemporáneo de esos otros más conocidos como Burton, Livingstone, Stanley, Du Chaillu y otros. De ese modo, Miguel no sólo nos cuenta sus peripecias en la antigua española, nos descubre una realidad que dista mucho de ser amable para con el extranjero, así a grandes rasgos. No olvidemos que hablamos del coto privado de uno de los últimos dictadores al estilo de ese otro ya inmortalizado en la literatura y en el cine que fue Idi Amín, el último sátrapa africano con visos en convertir su pequeño país en un remedo ecuatorial de los Emiratos Árabes gracias al llamado oro negro. Un país que aún así no deja de ser como todos la suma de sus gentes y de ahí el interés del relato que hace Miguel de sus relaciones con las diferentes gentes del lugar, de todo como en botica y sin lugar a dudas el verdadero atractivo de la literatura de viajes contada en primera persona. Pero ese sólo es el viaje real, en tiempo real, luego está ese otro literario, histórico, cinefilo incluso, tanto por la Historia del país como por la biografía de Iradier, y ya sea para sacar a relucir el aura del héroe incomprendido como para contar las miserias inevitables que derivan del trato humano y de entre las que destacan la traición del amigo y compañero, un tal Osorio Zabala, ovetense él, a la vuelta de África, un episodio que, como bien apunta Miguel, recuerda ese otro conocido, y también inmortalizado en el cine, de Burton y Speke, que lo recuerda casi que hasta en los detalles, o para entrar en el aspecto más personal, íntimo, del personaje. Porque si algo humaniza al héroe eso no es otra cosa que la relación con sus seres queridos, en este caso la desafortunada historia con su mujer Isabel Urquiola, la cual acompañó a su marido hasta su destino africano, en compañía también de su hermana, y de la que resultó la muerte de la primogénita como consecuencia de las malas condiciones del viaje.
Miguel relata la historia de Iradier con todos claroscuros y algo más, porque no sólo se limita a seguir sus pasos sobre el terreno o a poner en negro sobre blanco su biografía, también aporta una documentación interesantísima sobre las expediciones de éste y otros exploradores de la época. Miguel tira de erudición, de deliciosa erudición con el único propósito de recordarlos las cosas que tienen que ver con el continente y la época, todo lo escrito y filmado sobre el tema, todo lo que le sugiere su periplo africano y en el hay destacar una más que osada y detalla experiencia con el culto "Bwiti". Ahí nuestro narrador se mete de llenó en su oficio periodístico y no duda en llegar al fondo del meollo como intrépito reportero que es, riéte tú de la Samanta Villar en su 21 Días.
Bromas aparte, LA AVENTURA DEL MUNI lo es por parte doble, por la que presenta su autor y por la que afronta el lector sumergiéndose en la vorágine de historias, datos, imágenes y impresiones que aparecen en el libro; no tengo ningún empacho en afirmar que es uno de los libros de viaje más completo y personal, con lo que tiene eso de valor, lo personal, el tener voz propia, casi lo único que justifica escribir, que he leído nunca, y mira que tengo unos cuantos aquí a mis espaldas. De modo que ya saben, si quieren aventura y documentación por partes iguales, y todo ello sin tener que vacunarse para la malaria o sufrir las inevitables diarreas, aquí tienen LA AVENTURA DEL MUNI.
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