Oh, el invierno, despertarse tiritando de frío, desayunar en pijama, ducharse a no sé cuánto bajo cero, abrigarse hasta la coronilla, la plácida vida provinciana por navidades, el paseo por el centro a la mañana a ver cuántos negocios han cerrado desde la última vez que estuvimos en Vitoria (hace dos semanas, eso, en los tiempos que corren, tiempo de sobra para que Andorra se convierta en una potencia emergente), comprar el pan y los periódicos, a mi señora que no le apetece meterse en las carpas del Ardoaraba, me cago en t..., pote en el Erkiaga, hasta los topes, reservar para la cena de mañana con los amiguitos, a casa corriendo a dar buena cuenta de las lentejas de mamá, hacer caso a los críos por la tarde, sacarlos a que tomen el aire, al mogollón de la gente en el Belén de la Florida, huyendo del mismo hacia lo viejo, los críos haciendo el gamba en las escaleras mecánicas, me he tragado una exposición de bonsais y todavía no sé cómo se comen, crianza en el Baztertxo, los críos haciendo rally por la plaza, mi pareja que me hablaba de algo... ¡Dios, ganas tengo de que sea ya sábado a la noche para darme al pimple como esta mandado!
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