viernes, 3 de agosto de 2018

EL SOCORRISTA


El socorrista piscinero de la urbanización. Se le supone contratado para impedir que la peña se ahogue, así como para cualquier otra emergencia. Pero, cualquiera diría que lleva un guardia dentro, a saber si está preparando unas oposiciones para munipa de su pueblo o algo por estilo. El caso es que echa la tarde dando vueltas a la piscina y llamando la atención a la chavalería por cualquier pijada y en la mayoría de los casos hasta por su nombre: "¡Jaime, no vuelvas a saltar así o tendrás un aviso...","Constantino, último aviso, al siguiente vas fuera..." Con todo, su frase preferida empieza siempre con "está prohibido... " Todo, de hacer caso al chaval, exceptuando respirar, y de momento, todo está prohibido, ya sea saltar al agua, chapotear, nadar demasiado deprisa o despacio, jugar -porque ya se sabe que los críos se meten al agua sólo para hidratarse-, agarrarse, chillar... Él es feliz manteniendo el orden y el decoro en su piscina. Tanto que hasta se toma la libertad de regañar a mis hijos porque están discutiendo entre ellos antes que yo lo haga. Entonces le pregunto si su función como socorrista es socorrer a los bañistas o educar a mis hijos en mi lugar. No acierta a responderme, siente que cuestiono su autoridad, que ha descubierto en mí un elemento subversivo al que le gustaría neutralizar a toda costa, un individuo con el que no le valen los cinco avisos con los que acogota todo el rato a los chavales de su piscina. Y es precisamente en ese momento cuando descubro por qué la aciaga Ley Mordaza ha hecho felices a tantos uniformados.

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