miércoles, 18 de noviembre de 2009

Compromiso ruso


Me estaba resistiendo por eso de que para cuatro o menos que me leen no voy a aburrir con comentarios de libros. Pero bueno, como esto del blog en el fondo es un verteneuras y de lo que leo sólo comento lo que me ha gustado o llenado de verdad, pues ahí va.

Pues resulta que me he acabado Konpromisoa de Sergei Dovlatov, de Hiria, El Compromiso (si bien no en cuanto a "promesa", "cumplimiento a la palabra dada" o así, si no en el sentido ruso, según el traductor, esto es, el intento de llegar a un acuerdo, en concreto que que satisfaga a los que mandan y ayude a guardar la ropa a los que obedecen, por lo que yo en mi modestia hubiera traducido como "La Componenda" y en euskera, que es la lengua en la que lo he leído, como "Konponbidea" o así, pero bueno, quien soy yo para... para nada) una verdadera sorpresa, una gozada de relatos salpicados de ironía, ternura y dosis ingentes de melancolía eslava. Historias en primera persona de un periodista de la antigua Unión Soviética en una pequeña capital de casi provincia, en Tallin, Estonia, para ser más exactos, lo que a el protagonista, un ruso de de San Petersburugo, entonces Leningrado, de ascendencia mitad judía y mitad armenia con todo lo que eso lleva en la antigua desunión de pueblos socialistas, venía a ser algo así como el culo del mundo o por estilo. Historias, por lo tanto, de la vida cotidiana de personajes que han recalado en una republica soviética en la que se saben no sólo extranjeros sino también invasores o por el estilo, o lo que es peor, algo así como comisarios políticos por el sólo hecho de ser rusos en una republica invadida por Stalin en su momento. La realidad es que son fracasados a los que su escaso entusiasmo socialista, su torpeza política o sus muchos vicios inconfesables y otros que sí lo son, los han condenado a una especie de semidestierro en el que no se van a redimir precisamente. Más bien todo lo contrario, afrontarán su nuevo destino de la única manera que saben, con la resignación del que sabe que haga lo que haga nunca logrará medrar en un sistema, el soviético, que sólo premia a los mediocres, los sumisos por principio, los lameculos de nacimiento y no. Así que mejor resignarse y no llamar mucho la atención. Pero no, el mundo que les rodea, esto es, la burocracia y el servilismo soviético, el fanatismo revolucionario o el oportunismo de comisario/jefe de turno, la ridícula pomposidad de todo el sistema, la hostilidad pasiva de los estonios, el fatalismo innato de los rusos y la terrible y omnipresente presencia del vodca, no ayuda precisamente a que sus vidas, sus actos, ya que no pueden ser completas, por lo menos sean discretas. Así pues se suceden las anécdotas más o menos chuscas, más o menos patéticas, grotescas, y sobre todo, un halo apenas perceptible del tan traído fatalismo ruso, esa mezcla de resignación ante lo que hay, un sistema autoritario tan estúpido como despiadado, y de alegre pesimismo etílico, como no podemos hacer nada para cambiar las cosas mejor bebamos hasta caer muertos...

El libro contiene historias como esa en la que el director del periódico envía al protagonista al hospital de la ciudad para que de cuenta del primer nacido en el día de no sé qué fecha destacada del calendario soviético. No vale cualquier bebé, tiene que ser un bebe socialista y claro, el primero, como mandan las estadísticas, resulta demasiado estonio, esto es, sospechoso de conventirse en el futuro en un peligroso nacionalista antisoviético. El director le manda que busque otro más "socialista", y el periodista da con uno cuya madre, una rusa que trabaja de operaria en una fábrica soviética con los correspondientes menciones honoríficas por su trabajo de las autoridades parece la ideal, pero vaya por Dios, el niño es negrooooo, hijo de un estudiante etiope que en su momento decidió quedarse a disfrutar del paraiso socialista; no te jode, comparado con el infierno africano... Hay que buscar otro, y el periodista, desesperado, al final encuentra otro con la ayuda del director del hospital, un estonio del que no llega a saber si se demuestra tan solícito porque se está cachondeando de él y del periódico, que el hombre es así de pánfilo o se trata de la tan cacareada resistencia pasiva de los pueblos bálticos, que éste sí, es hijo de un renombrado miembro del partido y una camarada otro tanto. EL periódista piensa que por fin lo ha encontrado, pero tate, cuando se lo comunica a su director éste le dice que nanai, que a ver si está bobo o qué, acaso no se ha dado cuenta que el bebé se apellida STEIN, esto es, que es JUDIOOOOOOOO. EL periodista ya no sabe dónde meterse. ¿Acaso en la URSS no se han borrado tanto las diferencias de clase como las de origen, no son todos iguales ante la ley y en ese plan? El director que no sabe si está delante de un subversivo o de un tonto del culo, el director que a su vez es tan judío como él...

En otra el periodista es manadado a reportar las honras funebres de un destacado camarada de no sé qué planta de producción. La cosa es de una pomposidad que asusta, a lo soviético en plan plaza del Krelim y por el estilo. Un orador sube a la tribuna y suelta un discurso de un par de horas, elogios, lágrimas, anécdotas de sus años de amistad con el fallecido, el público que no puede contener las lágrimas, hasta el periodista se emociona. Cuando acaba el discurso todos se lanzan al papeo, el orador se pone hasta el culo de vodca y de repente que se disculpa porque tiene que marcharse a otro acto fúnebre a echar otro discurso. Parece ser que el tipo en cuestión en un actor especializado en ese tipo de eventos, un funcionario de las pompas fúnebres a lo soviético. Y el caso es que todos lo saben, empezando por los compañeros del difunto que como no podía fallar le confiesan al periodista que éste en realidad era una auténtica bestia parda, que no lo podían ni ver de puro capullo.

En fin, historias chuscas entre las que también hay mucho lirismo etílico, mucha nieve en el paisaje y en el alma, mucha tristeza infinita y algún que otro affaire amoroso que no da en nada porque para qué entusiasmarnos si hoy estoy aquí y mañana puede que en Siberia. Una gozada de lectura que nada tiene que ver con otras archiconocidísimas de esa misma época del tipo del Archipiélago Gulag del Alexander Solzhenitsyn, un verdadero tostón que tiene más de actad de notario que otra cosa, o el famoso Doctor Zivago de Pasternak, no pude pasar de la mitad del libro, me dormía y me decía a cada rato que nunca una película hizo tan bueno a un libro. Incluso El Maestro y Margarita de Bulgakov me dejó bastante frío y eso que le reconozco el mérito literario, pero en eso como en tantas otras cosas seguro que es culpa mía de puro bruto o casi. Y mejor no hablar de Gorki, Platonov y otras luminarias del tremendo tostón que fue el realismo socialista como no podía ser de otra manera cuando se funcionariza la escritura.

De todos modos, reconozco mi resistencia a la literatura rusa del periodo soviético puede deberse a un prejuicio personal dado que de todas las literaturas los clásicos rusos son probablemente los que más me apasionan desde siempre, desde que leí de pequeño al Dostovyeski con su Crimen y Castigo y desde entonces todo lo suyo, como Tolstoy, Chejov, el maravilloso Turgenev, en fin, que alucinaba con lo increiblemente modernos que parecían para la época, que eran eso que más gusta en un escritor, lo que busco, una voz propia, libre y sobre todo original, con las consabidas dosis de humor, lirismo y por qué no mala leche. Dovlatov no les desmerece, en las cosas que he pillado por internet, casi todas en inglés o francés porque en español como que no existe, lo califican de "menor", se supone que porque se centró básicamente en el relato. Y una mierda, su grandeza reside precisamente en eso, en lo pequeño hecho universal, como en casi todos los verdaderos escritores que crean sus mundos a partir de lo inmediato, de lo que de verdad duele. Toma ya.

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