martes, 2 de agosto de 2011
CARCASSONE, QU´EST QUE CE ESOOOOO...
Vamos hasta Carcassone de buena mañana, el paisaje se va haciendo más mediterráneo a medida que dejas atrás Tolosa y entras en el Languedoc, que viene a ser como dejar Sevilla para entrar en Cádiz, viñedo, trigo y algún olivo. Llegamos hasta la famosa ciudad amurallada y lo primero que hacemos es dejar el coche en la bastida nueva (la mayoría de las villas del sur de Francia son bastidas -bastillas en el norte del país-, esto es, ciudades amuralladas, muchas incluso se llaman tal cual, Labastide-Clairence, Labastide-Cécéracq, Labastide de Serou y un larguísimo etc, de hecho si hay una Labastida en Álava es porque los monarcas navarros utilizaban tanto el romance de la zona como el gascón de la comunidad de francos asentada y llamada por éstos para civilizar el país, desarrollar el comercio, enseñar a los nativos a comer con cubiertos, etc, en el viejo reino y muy parecido al primero, anda que no hay pocos vínculos ni nada entre estas tierras del sur de Francia y la historia del viejo reino vascón, el ejemplo más conocido es Estella para nombrar a la villa construida sobre una aldea llamada Lizarra(ga), el cual fue erróneamente traducido como si fuera L´Izarra, la Estrella,en lugar de Fresnedo, que es lo que significaba en realidad Lizarraga). Sea como fuera, que sí, lo sé, me pierdo en erudicipolleces, me pierden más bien, el caso es que aparcamos a tomar por culo de la verdadera ciudad turística y estuvimos dando vueltas como canards mareados por la bastida nueva, una villa que viene ser el equivalente de un pueblacho cualquiera manchego, siquiera en cuanto a su trazado en el plano, de cuadrícula, si bien con mucha patisserie, boulangerie, gendarmerie, putainerie y demás bonitos y pintorescos locales del más genuino sabor gabacho para que no te olvides, oh, lá,lá, que estás en Francia. Y así anduvimos media mañana, buscando la famosa muralla con sus torres rematadas con conos, hasta que por fin, y tras alucinar en colores con la peña local, que le preguntabas por la oficina de turismo y era incapaz de ubicarla en su pequeña ville, vamos, ni que aquello fuese Guasintón... Pero al final la encontramos y nos sacaron de nuestro error de paletos españoles, la verdadera villa medieval de Carcassone se encontraba al otro lado del río, cruzando uno de los bonitos puentes que la separan de su curioso y alejado ensanche en forma de bastida cerrada.
Ahora bien, tras el despiste y andar bajo un sol de justicia -¡por fin encontramos l´eté,el verano- por la empinada cuesta que lleva hasta la entrada principal de la muralla, y tras haber admirado, boquiabiertos, todo hay que escribirlo, la increíble estampa de la ciudad medieval con su muralla, sus torres y sobre su entorno apenas alterado desde los tiempos en que los cátaros y los cruzados andaban a la greña por aquellas tierras, la decepción no pudo ser más grande y más lógica una vez traspasado el umbral de la puerta principal al recinto amurallado.
Crees que vas a poder pasear tranquilo admirando una de las que dicen de las villas medievales mejor conservadas en Europa y es poner un pie en su interior y darte cuenta que de tranquilo nada de nada. Una masa humana te engulle, te arrastra, te pisotea, empuja y como te descuides, dado que la mayoría es turismo de interior, hasta te da por culo.
Pero ya habría que ser gilipollas, soberbio y sobre todo snob para quejarte de toda esa masa humana, como si sólo tuvieras derecho a hacer turismo en una villa tan renombrada, como si tuvieras derecho a quejarte del resto de tus congéneres porque han ido a hacer lo mismo que tú has ido a hacer, pero claro, es que servidor es especial y tal, a ver, señor gendarme, despéjeme la calle que se me ha llenado de rubicundos gabachos del norte en bermudas, chanclas y camisetas que dejan al sol su cuero ya coloreado. Hay que joderse y punto, caminar pasito a pasito, procurar no pisar y que no te pisen, detenerse lo justo para admirar tal o cual edificio, escaparate o lo que sea, dar vueltas y vueltas hasta encontrar una mesa libre en una terraza para tomarte unas cervezas de tamaño vikingo para combatir la calor, para combatir el que te provoca una casserole a la carcassone, que vienen a ser una fabada con pato y longaniza de cerdo, el potaje local, riquísimo, y ya en pleno verano un motivo como cualquier otro para trasegar lúpulo en cantidades industriales.
En fin, seguro que fuera de temporada hubiera sido una auténtica gozada callejear por el recinto amurallado, detenerse en cualquier punto de la muralla a otear el horizonte, visitar el interior del castillo sin tener que hacer colas quilométricas. Lo mismo que si a uno se le ocurre aterrizar por estas mismas fechas el Toledo con la misma intención, y no como hace un par de años que fuimos a un congreso en mayo o por ahí, y claro, entonces tenías la ciudad monumental del Tajo para recorrerla y disfrutarla a tus anchas, callejear sin rumbo ni prisas porque no había aglomeraciones que te retuvieran toda la tarde al comienzo de un callejón o en medio de una plaza, tomarte una birra allá donde te viniera en gana, entrar sin colas ni prisas en cualquier iglesia, mezquita o sinagoga, otear el horizonte desde la muralla por si regresaban los moros, que ya lo están haciendo, siquiera con cuentagotas; no pasa nada, las mezquitas ya están hechas, ya las hicieron, se tiran los campanarios, se quitan las cruces y de vuelta a ese Toledo, falso de necesidad, de la armónica convivencia entre las tres religiones, todo lo más de la tolerancia hacia el otro siempre desde el sometimiento y para de contar historias.
Así pues, y esperando a que alguien nos invite a un congreso o algo por el estilo fuera de temporada, Carcassone mejor de lejos, puede que hasta una postal hubiera sido suficiente.
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