viernes, 5 de agosto de 2011

VITORIA-MEDELLÍN


Ayer de buena mañana mientras esperaba a mi editor leyendo la prensa en la terraza de una céntrica cafetería vitoriana junto a la Plaza de España. De repente llama mi atención la conversación telefónica mantenida por uno de los tres chicos de acento caribeño sentados a mi vera.

-Coño, pana, lo siento mucho, no va a poder ser, ahorita mismo tengo que acudir a los juzgados por un juicio por faltas y no puedo faltar porque, coño chico, éste ya es el tercero que tengo por altercados y temo que la de la ahora vaya a ser una vaina burda del carajo...

El tipo que cuelga, que se dirige a sus colegas para explicarles que el otro día le tuvo que partir la cara a un "pendejo" que se le puso "arrecho", y que claro, oye tú, pana, él no puede permitir que nadie se le suba a la chepa, no ladilles, que a mí no me pega bola ningún pendejo. No, si ya se le notaba que dejar, precisamente no se deja, tres juicios de faltas que va relatando a sus "panas" con esa gracia suya tan caribeña, vamos, del que va por la vida liándose a hostias con todo el que pilla por medio sin darle mayor importancia, y no te quejes, que todo lo más echa mano de puño y si la cosa se pone ya cruda hasta de acero, porque allá en su país, oye brother, balasera segura, pero claro, como te pillen aquí un "hierro", al trullo de cabeza, o casi.

Pues nada, ellos a sus risas y sus cafeses o lo que sea con lo que llevan toda la mañana, si me extiendo y digo que, entre ellos y el otro trío latino que estaba junta a la barra hablando a gritos cuando estaba pidiendo el café, estoy por pensar que me encuentro en una cantina de Medellín o por el estilo, ya sé que peco de racista, xenófobo, insolidario, mala persona y toda la vaina al uso. Todavía más si entonces, por uno de esos mecanismos del subsconciente que sólo obedecen al instinto, me acuerdo de lo que me contaba hace una semana mi primo abogado acerca del juicio de faltas que tenía esa misma mañana en el juzgado de enfrente de la cafetería donde nos habíamos citado, un juicio al que acudía sin conocer siquiera a su defendido porque para qué, que al principio sin dudarlo, con entusiasmo incluso, luego ya por mero sentido del deber y ahora ni eso, pues todavía peco un poquito más. Porque me contaba mi primo, que no es precisamente uno de esos picapleitos desalmados que sólo miran para su bolsillo, que siempre ha sido un tío de izquierdas y se ha movido y mueve por esos contornos, que no hay nada que hacer, pretender ayudar a los adolescentes extranjeros que delinquen por sistema, ya porque no tengan otra salida o porque les resulta más cómodo o rentable, es una pérdida de tiempo y esfuerzos que sólo aporta innecesarios quebraderos de cabeza, por mucho que te esfuerces y creas que la persona ha aprendido la lección y no volverá a meterse en líos, a la semana siguiente o la que viene volverás a encontrártela en el turno de oficio. Eso y que el número de juicios de faltas o por pequeños hurtos es tan descomunal que simplemente no dan abasto, estamos hablando de una ciudad de 250.000H y cualquiera diría que se vive en pleno Bronx o por el estilo, y eso que ésta solo es una ciudad de tantas en iguales condiciones.

Y puestos a ser todavía más políticamente incorrectos, también me hacía una clasificación de su clietela habitual extranjera de acuerdo con las características que define a cada colectivo. Los peores, por mentirosos y marrulleros, los marroquíes, los argelinos casi pero menos, parece ser que se les nota cierta conciencia "ciudadana", vamos, que tienen más escuela, luego los colombianos, para echarse a temblar, el resto de latinos buena gente, los albano-kosovares ni de lejos, además no se les entiende, los rumanos y de más de por ahí otro tanto, cumplidores, dicen que te van a pegar un tiro y te lo pegan. En fin, que sí, ya sabemos que una gota no hace un océano, que en todas partes cuecen habas, que la mayoría de nuestros nuevos conciudadanos están a lo que estamos todos sin mayores contratiempos, eso y todo lo que tú quieras, pero sería engañarnos a nosotros mismos diciendo que no pasa nada, que todo sique igual, la convivencia ciudadana sigue siendo la misma y no hay que ponerse en serio a corregir ciertas tendencias que como poco nos llevan de cabeza a que nuestro espacio público se esté pareciendo cada vez más a un fin de semana cualquiera en Medellín, Tijuana o por el estilo; como que si conoces un poco, por familia y porque has estado allí, como se manejan por aquellas latitudes, cuál increiblemente presente y continua es la violencia más extrema en las calles, que al menor contratiempo o pisotón te sacan una pipa o te rajan en canal, pues que casi que te entran ganas de no salir de casa o hacerlo con tu propio "hierro", cónchale.

Claro que en esa misma cafetería de la que hablo también te puedes encontrar un ejemplo increible de integración. Sólo tienes que esperar a que te atienda cualquiera de las dos camareras sudamericanas que llevan la tira de años detrás de la barra, para darte cuenta de que de la supuesta simpatía innata de la gente del Caribe, de su gracia y salero, de su amabilidad, nada de nada, siquiera esa sonrisa perpetua que se les supone en lugar del gesto habitual de tener almorranas de la mayoría de sus colegas vitorianos; las dos pavas de la Cafetería Victoria están tan integradas en nuestra sociedad, en concreto en el colectivo de camareros vitorianos, que son igual de bordes, displicentes y secas que cualquier nativo detrás de una barra; lo dicho, un ejemplo increible de mimetismo con el paisanaje.

¿Exagero? Por supuesto, de eso va esto, aunque quizás no tanto.

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