domingo, 9 de agosto de 2015

RELATO DE UNA NOCHE DE FIESTAS DE LA BLANCA



 La lluvia y el fresco empañan las fiestas del lugar. Las calles amanecen mojadas y uno se imagina a los alegres e incombustibles “gaupaseros” durmiendo la mona sobre el césped de los jardines jurando en hebreo ya por la mañana. Mañana pasada por agua durante el desayuno mientras la resacosa muchachada más o menos ataviada como aldeanos decimonónicos se cuenta las batallas de la noche anterior en una cafetería del centro. Cuentan que un blusa veintañero logró flirtear más de diez minutos con una de las “neskas” de la cuadrilla. Eso, claro está, antes de que se crucera delante de sus ojos una guapa y fiera nativa de las Tierras Altas, vamos, del Alto Deba y de por ahí, con su pañuelo de colorines sobre su corte de pelo al hacha en la cabeza con la coletilla de rigor, sus pantalones bombachos otro tanto, sus camisetas de tonos por lo general oscuros y con tirantes dejando al aire toda la zona de la sobaquera y hasta un amago de escote siquiera por defecto del tejido, amén de los imprescindibles abalorios tribales varios en forma de piercings estratégicamente repartidos para lo de espantar pusilánimes del sexo opuesto, pegatas reivindicativas casi que ya sólo para las fiestas o el verano, y el inefable pendiente con el mapa de E.H colgando de una oreja. Entonces, ese blusa veinteañero que durante el año apenas logra apartar la vista de su zurito cuando irrumpe en el bar la chavala del instituto o de la ikastola que le ha robado el corazón acompañada de su cuadrilla de amigas, o lo que es lo mismo, la guardia pretoriana de toda chica guapa que se precie para lo de intimidar a los babosos, los cuales para una gasteiztarra vienen a ser todos los tíos sin excepción hasta los treinta y muchos y casi que con el correspondiente currículo profesional y financiero debajo del brazo, no dudará en dejar a la neska de su cuadrilla con la palabra en la boca y salir corriendo detrás de la otra, la inconfundible nativa de las Tierras Altas, en un sorprendente alarde de espontaneidad en un vitoriano, el cual sólo se suele dar en fiestas casi que en exclusiva, vestido de blusa, con varios katxis de cerveza o kalimotxo encima y poco más que con las de fuera. Así pues, el joven blusa alcanza a la chavala que en seguida dice haberse perdido de su cuadrilla del pueblo, se dirige a ella en su euskera estándar del colegio, puede que incluso en el que habla en casa desde pequeño con sus padres también ikastoleros, con la excusa, manida de necesidad, de que la había confundido con otra que estudiaba en su facultad. Por su parte, la nativa de las Tierras Altas del Deba o de por ahí, responde con no poco desabrimiento a las preguntas tan improvisadas como atropelladas del blusa imberbe en la forma más exageradamente cerrada e inescrutable del dialecto de su pueblo, se diría que respondiendo a la ley no escrita entre las de su especie: “para acostarte conmigo vas a necesitar una filología como poco...” En cambio, él no desiste en su empeño de llamar la atención de la muchacha. Para ello le promete llevarla a los bares más “jatorras” y “borrokas” del interior de la Cuchi donde asegura él pasar la mayor parte del tiempo en la convicción de que así se granjeará la simpatía de la nativa de las Tierras Altas. Por si fuera poco, y a la vista de que la conversación entre ellos amenaza con convertirse en un soliloquio, el joven blusa no duda en contarle batallitas de la “época pericolosa” cuando había bronca cada fin de semana entre los jóvenes alegres pero comprometidos y los antidisturbios, batallas campales que se dieron en aquellas calles por las que transitan ahora y que él conoce poco más que de oídas a sus padres y hermanos mayores. Entran a varios garitos con el pretexto de encontrar a la cuadrilla de cada cual. En cada uno de esos garitos el joven blusa saca un katxi de kalimotxo que ofrece insistentemente a la chica aunque luego él apenas consigue separarlo de sus morros de puro ansioso.; "he pillado, he pillado", se dice insistentemente. Y es así como, de un bar super “jatorra” y “borroka” a otro para acabar entrando en otros que en principio no lo son o no lo parecen tanto, recorriendo cada una de las calles de la Almendra vitoriana katxi en mano, la extraña pareja pasa la noche entre la verborrea inagotable del mozo vitoriano y la extrema parquedad expresiva de la nativa de las Tierras Altas, cada vez más convencida de que no le queda otra que servirse de la compañía del blusa para recorrer una ciudad que, en sacándola de la Cuchi y alrededores, se le antoja casi que un remedo de Babilonia a escala patatera; luego él ya contará a sus amigos que hubo un momento en el que incluso creyó atisbar un amago de sonrisa entre sus labios. De ese modo, y a medida que avanza la noche, por fin conseguirán alcanzar el recinto de las txoznas en la zona de las universidades, donde ella, una vez atisbada su cuadrilla junto a la barra de Senideak, Askapena, Falokratak Kanpora o de cualquier otra patriótica asociación o por el estilo, se despedirá del joven blusa agradeciéndole sus servicios de lazarillo, antes de salir escopeteada hacia los brazos de un morrosko de su pueblo cuya indumentaria y corte de pelo serán idénticos al suyo. Ese será el momento de la noche en el que nuestro joven blusa, aparte de comprobar por enésima vez que las nativas de las Tierras Altas sólo se relacionan con los de su pueblo casi que sin excepción y déjate de hostias, cree recordar que a eso le dicen endogamia, también tomará la decisión de pergeñar un relato completamente diferente a la realidad para consumo exclusivo de sus colegas de la cuadrilla, un relato en el que él, por supuestísimo, habría sido objeto de la lascivia irreprimible de la fierecilla borona, hasta el punto que después de mucho morreo y magreo, él por fin habría conseguido librarse de sus garras al grito de: “¡joder, que estamos en fiestas, hostia, que soy blusa y no puedo dejar colgados a los de mi cuadrilla, que viv, que viv, que viva Vitoria, que viva mi pueblo...!”. Eso e improvisar también una excusa para la “neska” de su cuadrilla por lo de la espantada de la noche anterior...

*Parece ser que al día siguiente el recinto de las txoznas amaneció cubierto con pasquines en los que tanto la Comisión de Blusas de Vitoria-Gasteiz como la Asamblea Feminista de las Tierras Altas del Deba y la Asociación Guipuzcoana de Peluqueros, denunciaban a un tal Txema Arinas por sus comentarios tendenciosos y ofensivos acerca de los blusas vitorianos y los nativos de las Tierras Altas, comentarios que tachaban de antivitorianos y boronofobos, claro ejemplo del supremacismo capitalino y, cómo no, típicos de un españolazo, lo peor entre las gentes alegres y combativas de las Tierras Altas y Bajas del paisito.

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