lunes, 21 de noviembre de 2016

LOS NUEVOS INQUISIDORES



No simpatizo con el PNV porque que mi sensibilidad política va por otros derroteros, y de hecho cada vez se me antoja más la versión local del PRI mexicano salvando las distancias. Tampoco me gustan las novelas de Kirmen Uribe. Creo haberlo expresado incluso en un artículo del BERRIA. A decir verdad, todo lo que representa Uribe en literatura me es extraño e incluso hostil, como que, dejando a un lado las implicaciones comerciales de su fulgurante y mediático éxito, soy incapaz de pensar en su obra sin que me venga a la cabeza la palabra vasca “mengela” que yo traduzco muy libremente como “melifluo”. Ahora bien, cuando el sábado leí la reseña que José Carlos Mainer hizo en Babelia del último libro de Kirmen Uribe, “La Hora de despertarnos juntos”, y que iba acompañada con de titular como “… una novela atractiva y blanda que idealiza el nacionalismo vasco”, algo chirrió en mi interior. Y en efecto, lees la reseña entera y en seguida concluyes que, a falta de argumentos de peso, lo que el crítico le reprocha a Uribe es que sus protagonistas sean nacionalistas vascos. Como que hasta se toma la libertad de recordarle a Uribe que podía haber elegido a otros personajes de la misma época que no lo eran “no todo fue aquel mundo que compartía un ideal nacionalista, escuchaba la música de Guridi y también la de Ravel, que admiraba…“ Faltaría, señor Mainer, faltaría que todos lo hubieran sido. ¿De verdad cree que Uribe no lo sabe? Pero el caso, señor Mainer, es que Uribe ha querido escribir una historia cuyos protagonistas sí son nacionalistas vascos. ¿Tanto le molesta, no tiene derecho a hacerlo? Pues parece que sí, parece que, dejando a un lado las virtudes literarias o no de la novela de Uribe, lo que se le atraganta al crítico de Babelia es que los protas de la novela sean nacionalistas vascos y no precisamente para fustigarlos por ello como si fueran demonios con rabo tal y como parece ser la consigna, yo diría que hasta la línea editorial de su periódico, desde hace ya mucho tiempo. En efecto, los nacionalistas vascos, o periféricos en general, no pueden concurrir en el panorama literario español como personajes con virtudes y menos aún como héroes de su época por lo que sea que hicieran a favor de otros. Los nacionalistas periféricos deben ser malos por principio, y ya no sólo porque quieran romper España, los que tienen como prioridad romperla, claro, sino incluso nada más que por concebir esa España de un modo distinto al oficial, esto es, por atreverse a hablar de ella como un ente plurinacional; ¡blasfemia, blasfemia! Existe una idea de España como unidad de destino en lo universal, en su pasado y presente, directamente heredada del amago de revolución liberal que sucedió al Antiguo Régimen de los Borbones, y que, a semejanza de los estados de su entorno, tendía a la homogenización sociocultural de su territorio como pieza angular de la nación española. Todo lo demás, todo particularismo o reivindicación territorial, o se eliminaba a las bravas o se despreciaba. Con todo, ese nacionalismo español homogeneizador alrededor de lo castellano nunca consiguió someter del todo a los pueblos periféricos con lengua, cultura e incluso tradición política propias, de modo que surgieron los nacionalismos periféricos como respuesta. La praxis de esos nacionalismos periféricos ha sido muy variada, desde el enfrentamiento directo y violento con el poder central al colaboracionismo o pactismo. Sin embargo, es lugar común que todo nacionalismo responde en esencia a una fe en la nación muy semejante a la religiosa, casi como si el sentimiento nacional fuera un sustituto del religioso. Y claro, basta reparar en la tradición religiosa española, donde el catolicismo español siempre ha destacado muy su intransigencia y en especial por su rechazo y persecución del resto de credos, para percibir que el rechazo que suscitan los nacionalistas periféricos en muchos españoles es semejante, si no idéntico, al que los cristianos viejos de entonces, los buenos cristianos como hoy los buenos españoles que asumen una determinada y monolítica idea de España como un artículo de fe, sentían hacia moros, judíos, herejes y sobre todo conversos. No hay lugar para los matices en esto de los nacionalismos, no puede haberlo porque al igual que antaño, reconocer al moro, judío, hereje o converso, sería como reconocer que la visión que se tiene de la vida no es la única y sobre todo la correcta, que puede haber otras. Por eso impera lo de al enemigo ni agua, no puede haber sólo adversarios, el que cuestiona España como nación, la nación de Pelayo, los Reyes Católicos, los Austrias y demás mandanga propagandística al estilo de toda mitología nacionalista auto-justificadora que se precie, no merece otra consideración que la que les depararon en su tiempo a los españoles moros, judíos, herejes y sobre todo conversos cuando cuestionaban con su sola existencia la homogeneidad religiosa de entonces. Cualquier concesión al contrario es una derrota por principio, por eso hay que anatematizarlo a toda costa y en cualquier momento, o lo que es lo mismo, rechazar de plano que, independientemente de sus ideas, hay y ha habido nacionalistas que han sido y son, no sólo buenas personas, sino también extraordinarias por las razones que sean. Pero claro, para evitar que el cristiano viejo de nuestros días dude de tal precepto, que pueda llegar a aparcar incluso por un momento su fe del carbonero en la nación única e indivisible y considerar a un nacionalista periférico, a un creyente de otro credo, como un semejante y además digno de consideración por sus actos, tenemos a las cabezas ilustres de la patria única e indivisible elevados a la categoría de inquisidores generales al modo de Savater desde su púlpito en el mismo periódico del señor Mainer, para repartir anatemas a diestro y siniestro de buen o mal español/ciudadano y que nadie ose cuestionar el precepto por el que todo nacionalista no español, y estos en sus dos versiones, en la convencida y orgullosa del tipo derecha rojigualda a tope, o en esa otra vergonzante de autotitulados constitucionalistas incluso con pujos cosmopolitas y algo de izquierdas siempre y cuando España no se rompa…, merece la hoguera sólo por serlo cual moro, judío, hereje o converso. Y como es así como se sustenta el pensamiento políticamente correcto en el Reino de las Españas, con sambenitos y lugares comunes al por mayor, entre los cristianos viejos, servidor no deja de maravillarse cuando viniendo de uno de esos territorios en los que los cristianos viejos son minoría, observa que todo lo relacionado con el mundo, la cultura, la lengua, la sociedad, de esos nuevos moros, judíos, herejes o conversos, suscita un rechazo visceral, irracional, de gente que incapaz de separar lo político del resto, de valorar las cosas en su justa mirada, de reconocer nada al otro, que ni siquiera repara en si aquello que rechaza merece su rechazo porque para qué, si viene de moro, judío, hereje o converso... Eso es lo que tenemos una vez más en este Reino de las Españas, una nueva inquisición que no sabe de matices, que los desdeña e incluso persigue, que aborrece una vez más del debate y sobre todo del pacto, que está convencida de que o somete o muere porque no puede haber término medio, cifra su supervivencia en imponer a toda costa una ortodoxia en detrimento de cualquier intento de llegar a un acuerdo con el otro. 


Entretanto ya se sabe, el señor Mainer lo tiene muy claro, si el prota es una nacionalista vasco digno de admiración entonces la novela cojea, falla, y eso hay que decirlo en Babelia aunque en Babelia no se suelan decir estas cosas de libros de determinadas editoriales grandes por muy malos que sean, que ya hemos tenido más de un problema por hacer de críticos en serio. Sin embargo, si de lo que se trata es de generalizar lo peor de ese nacionalismo sin matiz alguno, entonces nos encontramos ante un novelón, un clásico, manual para extraños que quieran adentrarse en los entresijos de la realidad en cuestión, sí, al estilo de la crítica que el mismo Mainer hizo de Patria de Aramburu. Esa sí que le gustó, cómo no, allí todo está en blanco y negro, los malos y los buenos como mandan los cánones, esto es, cuando más nacionalista peor persona y así. Una idea que cada día percibo más extendida entre las personas hasta con buenas intenciones, las que por desgracia acaban bailando al son que les marcan otros; pero que, vuelvo al principio, no puede sino chirriar, ofender incluso, a los que, sin comulgar con el nacionalismo, al menos no en todo o siquiera no en lo esencial, hemos nacido y crecido en un país donde los nacionalistas son nuestros parientes, amigos, vecinos, personas como nosotros.

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