martes, 14 de febrero de 2017

LOS ENEMIGOS DE LA RIQUEZA




De modo que Pablo Echenique ha sido elegido como número dos en el Consejo Ciudadano de Podemos, por encima de Íñigo Errejón. Pues bien, he aquí un tipo que en su momento propuso una tasa del 95% por ciento a los muy ricos. Y claro, llegados a este punto no sólo toca preguntarse quiénes son los muy ricos para Echenique, sino sobre todo en razón de qué se le quita ese 95%, es decir, prácticamente todo a los ricos. ¿Es un castigo por ser "muy" rico? Porque servidor entiende una fiscalidad progresiva donde los que más tienen aporten más, y sobre todo una fiscalidad seria que no permita a esos muy ricos la ingeniería financiera que les permite escatimar lo que deberían pagar porque al final a Hacienda sólo le sale a cuenta fiscalizar con el debido rigor a las clases medias. Sin embargo, una tasa del 95% es una requisa pura y dura que castiga al "muy" rico por el solo hecho de serlo, no por no cumplir con sus obligaciones fiscales, laborales, ambientales o lo que sea, no, es una tasa a la riqueza como si ésta fuera algo pernicioso por principio. En consecuencia, si un español quisiera hacerse rico con un Gobierno de Podemos y Echenique en el lugar de Montero, simple y llanamente debería irse fuera. 

Se mire por donde se mire es una verdadera chuminada que además manda un mensaje tan claro como nocivo para los hipotéticos emprendedores del país: "No lo intentéis, no vale la pena el esfuerzo, el gasto, si queréis hacer fortuna no lo vamos a permitir: que emprendan otros..." 

Y claro, te pones a pensar sobre los motivos que anidan en la mente de Echenique, y los que le secundan, para proponer semejante despropósito, y no te queda otra que convenir que te encuentras con la enésima encarnación del enemigo del comercio al estilo del Nazareno emprendiéndola a hostias contra los mercaderes del Templo. Lo cuenta muy bien Antonio Escohotado en su trilogía inconclusa, Los Enemigos del Comercio. Siglos de iluminados con sus utopías redentoras a cuestas que determinan que la razón de todas las injusticias e inequidades que asolan al género humano no son los abusos y perversiones de las leyes del libre comercio, la impunidad de los poderosos para saltárselas a la torera, esos que levantan muros de todo tipo a la libre y justa competencia y/o institucionalizan oligopolios como el que padecemos con las eléctricas, sino el comercio en sí mismo. Porque si odias la riqueza odias el comercio que la hace posible. Los muy ricos te podrán parecer unos frívolos, horteras, egoístas, despiadados, detestables según el caso por su actos, incluso de otro planeta distinto a nuestro o lo que sea según el cúmulo de prejuicios de cada cual, pero mientras no se demuestre que lo que tienen se lo han ganado de forma ilícita, tienen tanto derecho a acumular bienes como tú o tus padres a querer progresar en la vida mediante el esfuerzo en el trabajo e incluso con el concurso milagroso de un boleto de Lotería, por qué no. Por eso el odio al rico por el solo hecho de serlo revela una mentalidad resentida y envidiosa cuya alternativa para el mundo tal como lo conocemos sólo puede provocar los mismos escalofríos que uno se lleva cuando repasa en qué dieron todos los mesianismos redentores del pasado hasta nuestros días con su odio al comercio y aparece Pot Pol al fondo o cualquier otro por el estilo. En fin, que todo suena a viejo, pedestre en grado sumo y sobre todo perecedero, a cristianos primitivos esperando el advenimiento de los bárbaros.

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