martes, 28 de noviembre de 2017

BABYLON ALEXANDERPLATZ


Pues pienso, tras dejar a la carrera al enano ya vestido para tirarse a la piscina, y una vez más arriesgando mis testículos..., que no quepo de gozo estos días con una serie, Babylon Berlin, la cual me ha devuelto mi fascinación de siempre por el llamado Periodo de Entreguerras. Ya sea por el cine con la maravillosa Cabaret a la cabeza, cómo me fascinó incluso de muy mico esa película por poco o nada que me coscara del argumento, por la literatura con la portada de mi Alexanderplatz ilustrando esta entrada, la música que a mí se ne antoja el mejor periodo del jazz, e incluso la pintura con sus decadentes Otto Dix, Grosz y compañía, algo así como lo que vino a ser la música pop a la clásica, por fin la realidad a través de los ojos deformadores y viciados de ironía y mala leche del artista y no al gusto del cliente, si lo hubiera. En cualquier caso, una época de gran y diversa efervescencia creativa, acaso sobre todo vital, de unas ganas de vivir y sobre todo de disfrutar como nunca antes en la Historia, que sí, también tuvo su contrapunto en la gran miseria en la que vivía la mayoría y el auge imparable de los dos grandes totalitarismos del siglo XX.


Pero cada cual responde de sus mitos o mistificaciones y éste es uno de los muchos que tengo. De hecho, la recreación de escenarios, personajes, y muy en especial de los números musicales, es de tal minuciosidad, o a mí me lo parece, que esta es una serie de esas donde el argumento, a grandes rasgos una trama policíaca con trasfondo político, me importa una higa. Simplemente disfruto de la recreación de la época, la República de Weimar sin que todavía los nazis se hayan hecho dueños del paisaje ni de nada, el Berlín de las grandes avenidas y en especial de los patios interiores, vidas de trastiendas que son las de todos, el contraste entre los hogares pequeñoburgueses y los de la mayoría, la noche berlinesa con su desfase de alcohol, sexo y drogas por sus tabernas y cabarets, la cerveza y el vodka o lo que se tercie a raudales, las grandes huelgas obreras, la represión policial más cruda, despiadada, apenas un anticipo de lo que está por llegar, y que no pare la música, ni el baile, ni nada.

Todo me sabe a la maravillosa Alexanderplatz de Döblin y mucho ne temo que no tarde en recaer una vez más entre sus páginas. Al fin y al cabo, incluso hoy en día, Berlin no será la ciudad más bonita de Europa, desde luego que no la más monumental en comparación con tantas otras como Praga o Budapest en las que no viviría nunca. Pero no me importaría hacerlo una temporada en la capital alemana, no. Ahora no sabría explicarlo, o más bien no tengo tiempo, pero en seguida se me antojó una ciudad, puede que la única de entre las grandes capitales que he visitado, verdaderamente cosmopolita, acogedora, libre,

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