viernes, 17 de enero de 2020

LO DE LA SEMANA




Hace unos días volví a escuchar un clásico. Me refiero al de esos que cuando van al País Vasco y ven que en los carteles pone "Aireportua", aeropuerto en euskera, se parten de risa, que no lo pueden evitar, les hace una gracia infinita y encima te lo espetan como dando a entender lo ridículo que les parece la cosa. Son los mismos, claro está, que cuando van a Londres no se les pasa por la cabeza decir nada cuando ven escrito "airport", a París "aéroport" ,a Roma "aeroporto" o a Lisboa "aeroporto". Tampoco se chotean, y menos aun se enfadan porque no lo entienden, cuando leen en Berlin "Flughafen" o en Amsterdan "vliegveld". Pero oye, "aireportua" les hace una gracia infinita, cuando no les irrita porque parece ser que el esfuerzo que les requiere interpretar que "aireportua" es "aeropuerto" lo consideran una imposición inaceptable, un atentado a la soberanía sacrosanta de su patria una, grande y libre, casi la enésina concesión a la ETA y en ese plan. En cualquier caso, te callas porque a estas alturas ya sabes que la batalla contra la ignorancia ajena está perdida de antemano, sobre todo si viene revestida con la soberbia de la mentalidad colonial; como que luego encima serás tú el que pase por intolerante, retrogrado, aldeano y todos los recursos dialécticos al uso con los que precisamente se están definiendo a sí mismos. Pues eso, una vez más Machado con lo de "Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora". Y no, no es algo baladí, es una expresión como otra cualquiera de una mentalidad muy concreta y muy extendida con la que no queda otra que apechugar, pero nunca, jamás, contemporizar.







Como suelo aprovechar la hora que llevo el enano a clases de británico para hacer el recorrido que normalmente me cuesta hora y media, es decir, casi que al trote, vuelvo a recogerlo hasta la academia ya baldado. Por suerte nunca sale a la hora, sino un cuarto de hora más tarde. Pues hoy, casualidades de la vida, probablemente la primera vez en cuatro años, ha salido a la hora en punto y encima yo he tenido que hacer una parada en un bareto para tomar un descafeinado como pretexto para descargar parte de la sopa que había preparado para comer; sopa sosa de carne y verdura, vida más triste la mía, madre. Total, que llego apenas cinco minutos después de que el enano hubiera salido, que le veo solo y ya de morros al lado de la academia desde lo alto del puente que tengo que cruzar para llegar adonde él. Ni me responde cuando me disculpo por la tardanza, ni me da la mano. De hecho aparta la mía de un manotazo y frunce el ceño durante todo el camino. Por si fuera poco el muy cabrón me castiga demorándose todo lo que puede, lo cual me jode bastante porque después de la caminata estoy deseando llegar a casa para ducharme y ponerme al ordenata para seguir con mis cosas. También aprovecho para llamar a mi madre y tras comentarle que su nieto va todo enfurruñado medio kilómetro detrás de mí sin otro propósito que tocarme los huevos a base de bien, me dice que le espere y le pase el teléfono. Entonces se pone él y le cuenta a su abuela que está enfadado conmigo porque he llegado tarde a recogerlo, que ha tenido que esperar cinco largos, eternos, minutos, y que encima he tenido la desfachatez de decirle que ha sido porque he entrado a tomarme un descafeinado. Vamos, que soy un impresentable con todas las de la ley y que esta no me la pasa. Con todo, su abuela consigue arrancarle la promesa de que no me lo tendrá muy en cuenta porque, al fin y al cabo, soy su padre, esto es, el pringado que lo lleva al cole, lo trae, le prepara la comida y luego lo lleva a las extra escolares, eso entre otras cosas. Que ya se lo pensará, sentencia él. Y cómo me jode que se lo vaya pensando camino de casa, subiendo la cuesta a casa en esta ciudad de cuestas infinitas. Eso hasta que por fin decido ejercer mi autoridad paterna con todas sus consecuencias. De lo que resultan dos cosas, la primera que el enano me adelanta por la derecha, justo en el último repecho antes de llegar a nuestro portal, ante la amenaza de ponerle para comer pochas (de bote, no se me alteren los gastrolistillos...) con almejas o gambas durante toda la semana; él es más de sacramentos con todas sus grasas asesinas, y la segunda que mañana se hable en el barrio de un tarado en chándal con gorra y barba que iba gritando a cada cierto tiempo: "¡Me cago en tu puto padre que soy yo, como no te des prisa te voy a dar patadas hasta en el alma, enano cabrón!"




Ayer a la tarde salgo a caminar y, sintonizando a lo loco, doy con un especial dedicado a la señorita o señora, yo qué sé, Susana María Alfonso de Aguiar, de nombre artístico Misia. Una fadista mitad portuguesa y mitad catalana de cuya música quedé prendido hacia los veinti muchos y que luego había ido olvidando. Yo, lusofilo empedernido, o emperrado, no sé, ya había escuchado bastante a la gran Amalia Rodrigues en grabaciones de esas donde el paso apolillado del tiempo parece oírse de ruido de fondo. Entonces cayó en mis manos "Garras dos sentidos", un disco de poemas de escritores portugueses cantados como fados con un sonido y una voz clara y potente, aparentemente alejados de los reiterados y vetustos fados del repertorio tradicional de Amalia. Luego estaba la puesta en escena de Misia, a medio camino entre el guiño a la tradición y el ansia de puesta a punto de un género que en los locales de fado del Chiado y la Alfama lisboeta rozaba ya el cliché para consumo exclusivo de turistas.

Misia aportaba a un género tan popular el toque culto y hasta reivindicativo de una joven rebelde que bebía de todo tipo de influencias de su época, desde la canción francesa al rock anglosajón pasando por la "nova canço" y todo lo que ha ido incorporando después, Por si fuera poco también llevaba a cuesta su leyenda de fadista rechazada por los puristas del género, el señor Do Carmo en particular, que además la consideran más española que portuguesa. Eso y la dicotomía de ser por un lado hija de un señorito de Oporto y por el otro de una cabaretera del Paralelo barcelonés; todo como muy de culebrón decimonónico y así.

Y encima era guapa la tía. asunto muy a tener en cuenta en tiempos de onanismo compulsivo, sobre para los que somos muy de mujeres independientes que mezclan carácter y delicadeza. Ya, menuda melonada acabo de escribir. Pero es que yo diría que Misia fue hasta una pasión secreta en un entorno donde todo lo que sonaba tenía guitarras eléctricas de fondo. Como que un día yendo en coche con unos colegas, se me ocurrió ponerles el disco de "Garras dos Sentidos", y no veas las risas, que si me había pasado de acera y en ese plan; yo es que siempre me he rodeado de intelectuales de una sensibilidad supina.

No obstante, tengo que reconocer que hacía tiempo que le había perdido la pista a Misia. Yo diría que, en lo que se refiere al fado, que es un género al recurro de tanto en tanto, vísperas de viaje a Portugal y así, había sustituido a Misia por otras fadistas más jóvenes y de moda, desde Mariza, cuya puesta en escena se alejaba en cierta manera del dramatismo teatralizado al uso para dar directamente en Nosferatu pasado de vinho verde, a la última que más he escuchado, la deliciosa Ana Moura, pasando por Carla Pires, Cristina Branco y hasta Dolce Pontes, que sin ser exclusivamente fadista tiene una voz y una técnica que puede con todo.

En cualquier caso, ayer fue una gozada caminar mientras la propia Misia contaba por la radio su vida de eterna desubicada y sobre todo de mujer libre que siempre procuró hacer lo que le viniera en gana, lo que le dictara su instinto artístico y no las convenciones de cada momento. Todo ello acompañado por la música que había marcado su vida y en la que destacaba Janis Joplin, motivo por el que una vez ya de vuelta a casa me puse a cocinar la cena a ritmo de rock y blues desgarrados; no había vinho verde.






Tanto ejercicio en casa y caminata vespertina me esta dejando baldado. Anoche volví a quedarme dormido hacia las once de la noche por segunda vez en una semana. Algo insólito en mí, que suelo quedarme hasta las tantas leyendo en la cama. Pero, asco de vida, eso no significa que duerma las ocho horas mínimas que los expertos juzgan necesarias para llegar a viejo, sino más bien que me despierto antes. Hoy estaba despierto a las cuatro y pico de la mañana. Demasiado pronto para levantarme y demasiado ruido de ultratumba a mi alrededor para reconciliar el sueño, De modo que he dado una vuelta por la casa, bebido agua, tapado al enano, comprobado que el mayor no había aplastado a la bebe canina y vuelta al catre conyugal donde la intensidad de los ronquidos parecía haber remitido, con lo que he intentado una segunda cabezadita.

Empero, en esta ocasión todo han sido pesadillas y de las muy absurdas. Resulta que llevaba a mi señora madre a una clínica decimonónica para una consulta de lo suyo, de la espalda y de todo un poco. Como debía ser un matadero del Opus como ese otro de Pamplona al que mandó a mi madre hace siglos el médico de Txagu que la descuarinjó para que no lo denunciara, yo me negaba a entrar y esperaba fuera junto al muro de ladrillo que rodeaba el jardín de la clínica -insisto que era del estilo del hospital de Basurto-. Entonces, cuando estoy mirando el móvil sentado junto al muro, de repente me tiran por detrás del cuello de la chamarra golpeándome contra el muro. Me doy la vuelta y resulta que es un maromo, un chaval vestido como de película americana de los años cincuenta, con tupe y todo, que estaba dándose el lote con una pava. Le pregunto airado a ver de qué va, a qué ha venido eso, y el tío venga a reírse como para presumir delante de su chorba de que se la suda todo. No me aguanto y le arreo una hostia de las de puño cerrado en todos los morros. Pero resulta que el pavo tiene tanta carne en los carrillos que estos le sirven de amortiguadores. Apenas consigo arrancarle unas babas de su sebosa jeta. Eso me encabrona más, así que me levanto para aplicarme a degüello contra el interfecto, cuando la novia o lo que fuera se interpone entre los dos. El tipo empieza a hacerme burlas detrás de la chica, a retarme a la vez que mueve a cámara lenta el sebo que le cuelga por todas partes. Intento alcanzarlo por todos los medios pero la chica se interpone suplicándome que no lo mate, que va a ser el padre de su futuro hijo. No le doy a ella de milagro porque de repente aparece mi madre en lo alto de la escalera empinada por la que se accede a la clínica. Corro a atenderla porque con todo lo que tiene encima el equilibrio es un lujo al que renunció hace ya tiempo. Le preguntó qué le ha dicho el médico, me contesta que tome unas pastillicas y sobre todo que ande con mucho cuidado para no lastimarse. Momento en el que va la burra de ella y al ir a bajar la escalera, que repito que es empinada de cojones, se salta varios escalones de golpe y no se precipita contra el suelo porque estoy yo allí para sujetarla. Entonces me veo reprendiéndola, que tenga cuidado al pisar, que recuerde lo que le ha dicho el médico. Eso y a decir verdad, partiéndome el culo por dentro, porque si ya no te ríes...

Ahí se acaba el primer sueño o al menos lo que yo recuerdo. Luego hay un segundo sueño en el que me bajo con mi amigos L, P y V en la estación de tren de Donosti. Somos unos veinteañeros y hemos ido a pasar el día a la capital de Giputzilandia; pero, por lo que sea, a señorita V le ha dado por ir a hacer surf antes de parar en lo viejo, cuando todavía se podía parar en lo viejo porque los únicos turistas eran los que entraban en tropel con casco y lanzapelotas, a ponernos ciegos de pinchos y lo que se tercie. Yo me niego y me quedo solo paseando por la playa de la Concha. Luego me arrepiento y decido ir a verles surfear. Creo que en el sueño somos unos chavales, pero aun así el espectáculo de verlos sobre una tabla de surf está asegurado; nunca lo hemos hecho, ni siquiera se nos pasó por la cabeza, somos más de secano que las abutardas cojas. En realidad, lo más parecido a surfear ha sigo cuando resbalábamos a la salida de los baños de los bares de lo viejo o por las escaleras del Estitxu, un bareto de lo viejo de Gasteiz donde los camareros apuntaban marcas por cada caída junto al nombre de los clientes habituales. No los encuentro y vuelvo a encabronarme, se ve que de eso va también la segunda tanda nocturna. Decido volverme a Vitoria por mi cuenta. Entonces me pierdo y no encuentro la estación, lo que ya tiene cojones porque he vivido una temporada en Donosti y me conozco la ciudad como la palma de mi mano, si bien puede que sereno no tanto. Al final me monto en un tren sin mirar siquiera la dirección. El tren para en Zumárraga porque hay bronca para no variar y han cortado la vía. Me temo que me toca pasar noche en tan hermosa villa fabril, ¿o era febril? Es un decir, claro -oye, ya lo siento por los nativos, pero cada cual tiene sus traumas de juventud y yo atesoro un episodio allí que... no viene al caso-. Entonces llamo al amigo L desde una cabina -me digo que el hecho de que en mis sueños no se caiga en anacronismos históricos se deberá a mi licenciatura o algo así- para preguntar dónde hostias se habían metido y ya de paso cagarme en todos sus muertos y en los de los otros dos. Creo que los gritos llegaban hasta la vertiente mediterránea, de Zalduondo hacia abajo.

Luego ya me he levantado definitivamente de la cama hace ya un rato. Hace una mañana de sábado soleada y con la agenda a rebosar. Y aquí lo dejo porque, tecla que tecla, esto se ha hecho demasiado largo y sospecho que hasta el FB se da cuenta porque cuesta escribir en el recuadro de la pantalla, como dando a entender: "Ya te vale, tío, ¿a ver quién cojones crees tú que va a leer semejante parrafada?". Feliz sábado a todos.

Ah, y todo esto con la música de Ilegales de fondo, que por la noche no me la quito de la cabeza ni a zurrazos.

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