jueves, 29 de marzo de 2012

VITORIA´S SECRETS


Coincide que esta semana dos publicaciones que dicen de talla internacional, The Sunday Times y la biblia económica The Financial Times, dedican varias de sus páginas a esa eterna desconocida que es mi ciudad natal. Lo hacen al calor de la campaña publicitaria del European Green Capital, galardón recientemente otorgado a la ciudad como premio por sus políticas, de décadas, a favor de todo lo ambiental, siquiera ya sólo en reconocimiento del hecho deque sea una de las ciudades del continente con mayor número de espacios verdes por habitante. Por si fuera poco, parece ser que la revista GEO también dedica en su próximo número unas cuantas páginas a ensalzar las maravillas de la capital verde europea.

Ahora bien, resulta curioso leer cómo describen desde fuera la ciudad de uno, que no es otra en la que se ha nacido y crecido, donde está tu familia y tus amigos de siempre, con decir que la de la infancia ya es como citar a Baudelaire, el resto siempre lo serán de paso o acogida, todo lo demás me resulta un cosmopolitismo de pandereta, pura impostura, y no precisamente porque uno sea tan aldeano como para creer que su txoko es el mejor del mundo, que de qué, a veces incluso todo lo contrario, ni siquiera aquel en el que le gustaría vivir de seguido, en mi caso desde luego que no y desde hace mucho tiempo, que no sepa y crea que hay ciudades mucho más atractivas para vivir o siquiera ya solo para pasear, ciudades verdaderamente hermosas como Praga, Viena, Paris, Roma, Florencia, La Habana, Granada o simplemente interesantes como Londres, Berlín, Burdeos, Toulouse, Barcelona, Sevilla, Budapest, pero yo echo mano de memoria y así como para volver de seguido y hasta para largas temporadas lo primero que me viene a la cabeza son imágenes de Dublin y Lisboa, ni demasiado inabarcables para poder llegar a todas partes a tiempo, ni demasiado pequeñas para no morirse de asco, ni tan señoronas o imperiales como Paris o Viena, ni tan sombrías y ensimismadas como Burgos, Lugo o León,y siempre al borde del Atlántico o en su defecto el Cantábrico, como que para ese roto bien me vale Gijón a modo de descosido, incluso Bilbao, y si me apuran no me importaría Vigo, Coruña, Oporto y puede que hasta Baiona. La verdad es que no lo puedo evitar, soy un hombre de ciudad y me siento a gusto en la mayoría de ellas, a todas las encuentro un atractivo, como que siento una especial atracción o cariño por todas aquellas que he visitado con cierta frecuencia, las que forman parte de mi infancia y juventud como Donostia, Pamplona, Bilbao o Madrid, otras a las que todavía volvemos de vez en cuando y siquiera ya solo de pasada como Burgos, Logroño, Lugo, León, Santander. En todas el aliento de lo urbano me reconforta con solo poner un pie en ellas, en todas me siento a gusto, un modo de vida de calle y tasca que me es epidérmico, arquitectura y fauna humana en continuo trasiego, un buen paseo a ser posible marino, y a ser posible también cultura y espectáculos. Luego claro que sí, tampoco desdeño del campo y me encanta pasear por la naturaleza y extasiarme delante de un paisaje, tumbarme a la bartola en un prado o pasear junto a la orilla en la playa, pequeños placeres domingueros; pero, no puedo evitar que en mi subconsciente el campo venga a ser casi que en exclusiva eso que hay entre una ciudad y otra.

Pero la ciudad de uno es el txoko, el rincón biográfico y sentimental, tiene más de concepto metafísico que de geográfico, poco importa que vayas o vengas de un sitio a otro, siempre regresas al escenario de tus años mozos y por ello de tu formación como persona, allí han transcurrido los momentos más importantes y decisivos de ésta, como que a partir de cierta edad, qué importa dónde esté, todo lo demás ya consiste en ser testigo de la vida de otros más pequeños. Por eso resulta curioso saber lo que se dice de esa ciudad de tamaño medio en la que has nacido y crecido, dado que la experiencia te demuestra que es la gran desconocida, que es prácticamente imposible encontrar a nadie, que no haya pasado previamente por ella, que tenga una idea más o menos aproximada de cómo es, todo lo más una sarta de tópicos que lo mismo valen para Vitoria que para cualquier otra ciudad de su entorno. Pero como no puedo copiar los artículos dedicados a la ciudad en las correspondientes páginas web de cada revista porque hay que acoquinar, me conformo con la nota de prensa del ayuntamiento al respecto.

“Vitoria-Gasteiz Capital Verde cumple todos los requisitos para el galardón de la Comisión Europea”, así reza el titular del artículo que Víctor Mallet, delegado del Financial Times en España, firma en el especial que este diario británico dedicó ayer al País Vasco. Después de la entrevista que Mallet mantuvo con el Alcalde, Javier Maroto, el corresponsal destaca las virtudes de Vitoria-Gasteiz en cuanto a movilidad, reciclaje, áreas verdes o urbanismo y se detiene en el Anillo Verde Interior, un proyecto que describe como “ambicioso” y que pondrá a la ciudad al nivel de Chicago y Seúl. Financial Times, diario internacional de negocios de gran prestigio se ha convertido en el periódico de calidad más vendido en el mundo, por lo que la aparición de Vitoria-Gasteiz en sus páginas, destacando el Nobel de Medio Ambiente, es fundamental para la visión económica de la ciudad. Este periódico asabanado, precursor del color salmón en la prensa económica, destaca que se haya concedido por primera vez a una capital en el Sur de Europa y a una ciudad de tamaño medio, muy distinta a sus predecesoras, Estocolmo y Hamburgo, pero con grandes posibilidades de atraer inversiones industriales, como ya atestiguan algunas multinacionales ya asentadas en la ciudad, por ser ejemplo de convivencia para muchas otras urbes.

El pasado domingo 25 otro diario británico, The Sunday Times, periódico de gran formato dominical distribuido en el Reino Unido y la República de Irlanda, publicó otro gran artículo sobre Vitoria-Gasteiz. “Vitoria´s Secrets” es el título de este reportaje, en esta ocasión con una vertiente más turística sobre la Capital Verde Europea 2012.

De esta forma, el diario dominante del mercado dominical anglosajón destaca las delicias que se pueden encontrar en la capital con el Casco Histórico más perfectamente conservado, la arquitectura del Ensanche, la gran extensión de zonas verdes en la ciudad y sus eventos culturales como el Festival de Jazz.


Luego ya si despliegas la imagen del Sunday Times puedes leer en inglés el reportaje a rebosar de tópicos, que si la calidad de vida, la comida con sus pintxos y su vino de Rioja Alavesa, el Casco Viejo medieval con su catedral, sus muchas iglesias y más palacios, son casas de alforja, sus rincones y plazas emblemáticas, el ensanche decimonónico, los parques otro tanto, que si la marabunta de bicis recorriendo la ciudad o los paseos por el anillo verde, que si el Festival de Jazz, el de Teatro, el Festival de Televisión, la Semana Coral, el multitudinario Azkena Rock, que si las fiestas de la Blanca, San Prudencio y otras tradiciones, que si la pasión por el deporte, la pujanza industrial, bla, bla, bla... Luego ya todo eso está muy bien para el turista, que está de paso, el que se emboba con la pequeña ciudada medieval o decimonónica, el que fantasea con la plácida existencia de provincias sin mayores sobresaltos, que se pone hasta el culo de delicatessens locales y vino otro tanto, el que se extasía con los atardeceres al ritmo del trino de los pájaros mientras pasea por la orilla de las lagunas de Salburua o Zabalgana. Pero el nativo no disfruta tanto de ese exotismo en pequeño, generalmente no es consciente de lo que tiene y hasta tiende a despreciarlo, eso o simplemente no le interesa, está a otras cosas, en su inmensa mayoría a criticar todo lo que suponga un mínimo cambio en su rutina o su horizonte, criticar todo y por cualquier pejiguera, poner palos en las ruedas a todo quisque que quiere mejorar su entorno, no vaya a ser que me cause algún prejuicio, que tenga que pagar vete a saber qué. Porque el nativo es desabrido por naturaleza, ya lo sea como producto del aluvión de la gran espantada de los sesenta a la ciudad de gente del campo y de todas partes de la península que nunca parece estar muy seguro de sus orígenes, pueden pasar media vida en la ciudad y sentirse todavía de fuera, con una perpetua mirada foránea hacia todo lo que le rodea y de ahí su falta de implicación en las cosas de la ciudad; o todo lo contrario, un cachorro de las clases medias capitalinas cuyo orgullo provinciano apesta a autocomplacencia y bobería identitaria, de un chovinismo de alpargarta que tira para atrás, no hay día que no se lamenten de lo mucho que ha credido la ciudad de su infancia, de que ya no sea un pueblacho grande donde antes se conocían todos, el ombligo del mundo en la convicción de que no puede haber nada mejor que lo que tiene delante, que no es que no salga fuera, el problema que lo hace solo para poder decir luego que como en casa mejor en ninguna otra parte. No hay término medio en el trato con este paisanaje, no al menos en su mayor denominador común. Gente bronca, de trato áspero y displicente, gente poco acostumbrada a bregar con las manías del prójimo, educación la justa, como si les hiciera de menos ser educados, salta a la menor de cambio, y casi siempre tiene una palabra o un gesto de desprecio para lo que no conoce o no entiende, para todo lo nuevo, se diría que han nacido cabreados porque se creían que iban para grandes señores y son lo que son, gente normal como todos los demás, y eso, claro está, les molesta. En fin, no contrasta poco ni nada la imagen exterior de la ciudad que se vende con la que uno se encuentra cuando está en medio del meollo, a la brega diaria con un paisanaje que no hace justicia al paisaje.

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